SAO PAULO.- 
 La economía de Brasil ha vivido dos realidades opuestas en el primer 
año de Jair Bolsonaro en el poder: la euforia del mercado financiero y 
un ligero crecimiento económico frente a la precariedad de un mercado 
laboral aún deprimido.
Desde
 que asumió la Presidencia, el pasado 1 de enero, el líder 
ultraderechista ha dejado las riendas de la mayor economía de Suramérica
 en manos de su ministro Paulo Guedes, un rígido ultraliberal de la 
Escuela de Chicago.
Con
 ese poder, Guedes trazó una política agresiva basada en reformas 
estructurales, privatizaciones, concesiones y austeridad, con objeto de 
reducir lo máximo posible el tamaño del Estado y reequilibrar las 
maltrechas cuentas públicas.
Brasil
 venía de dos años consecutivos con crecimientos de alrededor del 1 % 
que no habían conseguido revertir la profunda caída del 7 % registrada 
entre 2015 y 2016.
Ante
 esta delicada situación, el Gobierno de Bolsonaro apenas ha conseguido 
aprobar en su primer año una reforma de calado -la de las pensiones-, 
reducir ligeramente sus gastos, inyectar liquidez por medio de la 
liberación de unos fondos de garantía laboral e iniciar su amplio plan 
de privatizaciones.
El
 Banco Central se sumó a la causa al bajar la tasa básica de interés al 
mínimo histórico del 4,50 %, con base en una inflación baja, actualmente
 en el 3,27 %.
Para
 los operadores económicos ha sido suficiente y así lo han reflejado en 
la Bolsa de Sao Paulo, que en este 2019 ha renovado su máxima varias 
veces y previsiblemente cerrará con una subida anual por encima del 30 
%.
Para
 el brasileño común no tanto. La industria aún presenta altos niveles de
 ociosidad, el desempleo se ha instalado en los dos dígitos (11,2 %) con
 una tasa de informalidad récord, mientras que el real se ha depreciado 
cerca de un 4,5 % frente al dólar, que a finales de noviembre marcó su 
máximo al venderse a 4,258 reales.
Mejora de indicadores y leve crecimiento
Los
 pronósticos más optimistas indican un crecimiento del producto interno 
bruto (PIB) del 1,2 % para este año y del 2,2 % en 2020, según el Banco 
Central.
Tras
 un primer semestre en el que rozó la recesión técnica, Brasil aceleró 
en la recta final, impulsado por los servicios, la industria y el sector
 agropecuario, que esperaba cosechas récords para 2019 y 2020.
La
 política de ajustes también ha reducido ligeramente el déficit fiscal 
nominal desde el equivalente al 7,09 % del PIB con que cerró 2018 hasta 
el 6,44 % de octubre pasado.
Y
 se espera que disminuya aún más tras la polémica reforma de las 
pensiones, que impuso, entre otras duras medidas, una edad mínima y con 
la que el Ejecutivo calcula ahorrar 855.000 millones de reales (unos 
210.000 millones de dólares) en 10 años.
Esa
 reforma y la expectativa de aprobar en 2020 una tributaria y otra 
administrativa, que pretende una reducción del salario para los nuevos 
funcionarios, han llevado al "riesgo país" a su menor nivel en nueve 
años.
"Fue
 un año bueno porque se consiguió avanzar en algunos frentes. Brasil 
necesita continuar con la austeridad fiscal sin gastar menos de lo que 
recauda para no dificultar el crecimiento", afirma a Efe Joelson 
Sampaio, profesor de economía del centro estudios Fundación Getulio 
Vargas (FGV).
Desempleo, informalidad y fricciones políticas
Pero
 esa tímida recuperación no ha sido suficiente para calentar el mercado 
laboral. La tasa de desempleo se ubicó en noviembre en el 11,2 %, 
equivalente a casi 12 millones de personas.
Bolsonaro
 asumió su mandato con un desempleo del 11,6 % que llegó al 12,4 % en 
febrero. A partir de ahí bajó, pero principalmente impulsado por la 
informalidad, que ha crecido hasta alcanzar el récord del 41,1 % de la 
población ocupada (38,8 millones de personas).
Las
 calles de las grandes ciudades de Brasil se han llenado de trabajadores
 autónomos, como Filipe Augusto Marques, de 25 años y quien desde hace 
siete meses pedalea en Sao Paulo una media de diez horas al día para un 
salario mensual de 2.000 reales (450 dólares).
Es
 uno de los miles de jóvenes repartidores de aplicaciones móviles que 
han desistido de buscar un trabajo formal ante la falta de 
oportunidades.
Lucas
 da Silva, técnico informático, también optó por repartir comida en 
bicicleta y es pesimista: "No veo que nada cambie a mejor. Muchos hablan
 de recuperación, pero yo lo veo estancado".
"Brasil
 continua teniendo una demanda insuficiente, una deuda elevada y un 
sector privado sin estímulos para invertir", explica a Efe el economista
 Nelson Marconi, de la FGV.
La
 crisis fiscal y la menor recaudación derivó en que Brasil se endeudara 
hasta el 78,3 % de su PIB (llegó al récord del 79,8 % en agosto), cuando
 a principios de 2014 no alcanzaba el 60 %.
Por
 su parte, Sampaio admite que 2019 podría haber sido un mejor año si el 
Gobierno y el Congreso hubieran chocado menos y colaborado más, algo que
 es motivo de preocupación para los inversores.
Además,
 el escenario externo también se presenta desafiante. La guerra 
comercial entre China y Estados Unidos sigue viva y la ola de protestas 
en varios países de Latinoamérica obligó al Gobierno de Bolsonaro a 
poner el freno a sus reformas de corte liberal por miedo al efecto 
contagio.

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