MADRID.- El Almirante español (R) Juan Rodríguez Garat tiene
una admirable hoja de servicios y un acreditado historial al servicio
de las Fuerzas Armadas y de España. Durante los 47 años de su carrera
militar —24 de ellos embarcado—mandó tres buques de superficie y
diversas unidades navales colectivas de España, de la OTAN y de la UE.
En sus últimos años de servicio fue comandante del Cuartel General Marítimo Español (Comspmarfor). El Almirante viene publicando en El Debate
sus profundos análisis militares, por lo que nuestros lectores conocen
sus afinados puntos de vista en las principales cuestiones de
actualidad.
Rodríguez Garat publica ahora un libro con el inquietante
título de «Tambores de guerra» (La Esfera de los Libros), y el no
menos explícito subtítulo: «Contra el desarme moral y militar de
España». El libro aborda con agilidad numerosas claves necesarias para
entender el complejo escenario geo-estratégico a nivel internacional, y
que afecta de lleno a España.
— Su
libro se titula «Tambores de guerra» y evoca una amenaza inminente.
¿Debe la sociedad española concienciarse ante un eventual conflicto
bélico?
—
Sí, efectivamente. Hay tambores de guerra, y suenan en el este de
Europa. Allí, y también en los países del norte, se están tomando ya
medidas para prepararse ante esa posible guerra que podría suceder a la
de Ucrania. No hay que descartar tampoco un conflicto en el propio
Mediterráneo si la guerra actual en Oriente Próximo saliera mal. Si Irán
consigue multiplicar su poder sobre esa zona y extender sus tentáculos
más lejos, podría afectar a España (en un futuro desde luego no cercano)
mucho más directamente de lo que lo hace ahora el problema del Mar
Rojo.
— ¿Cuál es el talón de Aquiles de la defensa nacional?
—
El poder militar de una nación no se mide solo por sus armas. Carl von
Clausewitz definió lo que él llamaba «trinidad de la guerra», en la que
había tres vértices. Uno es el liderazgo. El gobierno en aquellos
tiempos era un poder absoluto, hoy es un gobierno democrático. En otro
de los vértices está el pueblo; y en el tercero, el ejército.
El
triángulo del poder militar español está debilitado por sus tres
vértices y por sus tres lados. Los gobiernos de hoy día lideran poco. No
solo el español, los europeos en general. Desde hace ya algunas décadas
hay líderes débiles que, en lugar de dirigir a la opinión, la siguen.
En el propio libro cito que, cuando la Junta Militar Argentina decidió
invadir las Islas Malvinas, el mundo miró a Margaret Thatcher para ver
lo que hacía. Si algo similar ocurriera con cualquiera de los líderes
actuales, pasaría al revés. Ese líder estaría mirando a ver qué hace el Mundo antes de tomar su decisión. Y eso es un factor de debilidad.
Pero
también es un factor de debilidad el que las Fuerzas Armadas hayan
dejado de financiarse y de comprenderse, sobre todo en las últimas dos
décadas. Y el factor quizá más importante, porque son los verdaderos
cimientos del edificio de la Defensa Nacional, es el que afecta al
pueblo, que adolece de dos asignaturas pendientes. España ha recuperado
en el siglo XXI su lugar en el mundo, pero se ha dejado atrás dos
asignaturas importantes.
Una es la conciencia nacional y la otra es la
cultura de defensa. Y sin estas dos asignaturas aprobadas es muy difícil
realmente levantar un edificio de defensa que pueda disuadir a
cualquier enemigo exterior.
Amenazas
—
En lo que se refiere a la conciencia nacional, ¿cree que no existe una
percepción clara de las amenazas que se ciernen sobre el país?
—
Sí, efectivamente. Hay una conciencia nacional muy débil en España,
sobre todo por razones históricas. Demasiados españoles piensan que
hemos jugado en la historia un papel de villano; y, por lo tanto, que si
nosotros dejamos en paz a los demás, los demás nos dejaran en paz a
nosotros. Se entiende mal la historia, se entiende mal la contribución a
la nación, se entiende mal la unidad nacional...
Por otro lado, se nos
ha educado en pensar que no tenemos enemigos. Esto es una realidad en
los distintos gobiernos desde la Transición, y está en los documentos
públicos que definen nuestra estrategia nacional y las directivas de
defensa. España no quiere tener enemigos, pero eso no significa que no
los tenga.
La mayor parte de los españoles piensan que si nosotros no
hacemos mal a nadie, nadie nos va a hacer mal a nosotros. Y eso no es
entender ni a nuestra especie ni el juego de las naciones en el mundo.
— ¿Hay realmente un desarme moral y militar en España?
—
Sí lo hay. Y ese desarme moral, en distintos grados, existe en toda
Europa. Borrell ha afirmado que Europa está indefensa porque los
europeos no creen en la guerra y no están preparados para ella. Pero en
España se acentúa más por razones históricas, que incluyen esos
complejos que tenemos con relación a nuestra Historia. Son demasiados
los españoles que creen que no solo debemos pedir disculpas por nuestros
fracasos, como hace todo el mundo, sino pedir perdón por nuestros
éxitos.
Y eso debilita. Nos hace débiles contra el exterior. La
incomprensión de cómo funciona el mundo también ayuda a que el poder
militar español no resulte disuasorio. Y no es un problema de no tener
municiones en las estanterías, algo que también es verdad, pero que se
soluciona con dinero. No es suficiente. Hay que hacer algo más si
queremos que España cuente como un país influyente en la escena
internacional.
Una llamada de atención
—
En base a su experiencia y su dilatada trayectoria, ¿piensa que en la
actualidad, octubre del año 2024, nuestras Fuerzas Armadas están
capacitadas para afrontar los riesgos de los que usted alerta?
—
No. Si lo estuvieran, créame que no habría escrito el libro. El libro
es una llamada de atención porque realmente no estamos preparados. No
solo nosotros. No deberíamos de ser los españoles tan pesimistas como a
veces nos comportamos. Nadie está preparado para la guerra. Ni siquiera
Estados Unidos. Ya se ha visto lo mal preparada que estaba Rusia para la
guerra que ellos empezaron.
Pero dicho esto, nos hemos quedado muy
atrás ante esa eventualidad. Si queremos estar listos para la guerra, en
España tenemos un camino importante por recorrer; es decir, si queremos
disuadir a cualquiera de tratar de obtener objetivos políticos
relacionados con España por la fuerza militar.
—
Le recuerdo, no obstante, que el Ministerio de Defensa está
incrementando progresivamente el porcentaje del PIB que se dedica a
defensa.
—
Sí. Y eso es importante, pero es solo el tejado del edificio. Los
cimientos estarían en la conciencia nacional y en la cultura de defensa.
Los pilares son las Fuerzas Armadas y la industria de defensa, a la que
el aumento presupuestario, evidentemente, le viene muy bien.
El pilar
de las Fuerzas Armadas, sin embargo, no requiere solo armas. Requiere
también que la nación entienda lo que son las Fuerzas Armadas. Hay un
problema adicional que es el difícil encaje que tiene el militar, tal
como lo dibujan las reales ordenanzas en vigor.
— ¿Podría concretar este problema de falta de encaje del militar?
—
Es difícil armonizar dos mundos opuestos y hasta ahora no se está
haciendo ningún esfuerzo. Si la gestión de una unidad militar se hace
según un modelo empresarial, no termina de funcionar bien. Porque a la
hora de desplegar una unidad hay una parte de ella que, a lo mejor, se
ha adiestrado junta y que no se puede desplegar porque tiene un régimen
de conciliación familiar, o cualquier otro motivo para quedarse en casa.
La unidad se despliega disminuida de efectivos o añadiendo a otras
personas que no se habían adiestrado con los que están.
Esa forma
ineficaz de gestionar a las unidades militares, de gestionar el poder
militar, no ha tenido gran importancia hasta ahora, porque vivíamos en
escenarios de baja intensidad. En escenarios donde el enemigo eran los
piratas en el Océano Índico; o la guerrilla talibán en Afganistán, un
enemigo duro, pero no es el ejército ruso enfrente.
— ¿Hay que cambiar entonces la regulación legal?
—
Si se llega a un escenario de guerra, la forma de gestionar que tenemos
las Fuerzas Armadas no es suficiente. Los españoles tienen que darse
cuenta de que la profesión militar tiene sus propios valores y hay que
respetarlos, y crear un marco legal que permita el respeto. De la misma
manera que hay un marco legal que exige a los militares neutralidad
política y que se abstengan de determinadas actividades sindicales o
políticas, debería de haber una legislación que armonizara esas
necesidades de disponibilidad y de disciplina que tienen las Fuerzas
Armadas, que son distintas a las de los conductores de autobuses, sin
que un colectivo sea mejor que el otro. Pero tienen necesidades de una
regulación distinta que en este momento no existe.
—En el escenario bélico más cercano que tenemos, ¿estamos desnudos ante Putin pese al escudo de la OTAN?
—No,
no. La OTAN, militarmente, es muy superior a Putin. Incluso la OTAN
alicaída que vivimos ahora. Dentro de ella hay países muy poderosos que
han seguido utilizando sus Fuerzas Armadas para conseguir objetivos
políticos en todo el Mundo. Desde luego, Estados Unidos es el paradigma.
Es la nación más poderosa de la Tierra. El problema de Rusia no está en
que no podamos enfrentarnos a ella. Podríamos hacerlo incluso sin
Estados Unidos, aunque sería mucho más complicado.
—¿Cuál es el problema entonces?
—Putin
iría poco a poco, y sin presentar ninguna escalada suficientemente
grave como para que la OTAN declarara la guerra a Rusia. El problema es
que si le salen bien las cosas en Ucrania, un día empiece a reclamar los
derechos de los habitantes de etnia rusa en las repúblicas bálticas. Y
que, a continuación, les proporcione armamento para que organicen una
especie de sedición, o una guerra civil; y que más tarde decida que va a
apoyar a los habitantes de la etnia rusa en Lituania, con comunidades
seleccionadas del ejército; y que finalmente tome Lituania, por ejemplo.
Rusia es una gran potencia nuclear. Y en qué momento la OTAN va a
decidir: «¿Voy a arriesgar la seguridad de Washington, o Nueva York,
para parar los pies a Putin»? Europa necesita capacidades
convencionales para asegurar que el ejército ruso no va a poner un
pie en Lituania. Aunque somos superiores a Rusia, no tenemos el nivel
para garantizar que sus soldados no van a poder poner el pie en ninguna
de las repúblicas bálticas o en Polonia.
—Usted define Marruecos como el vecino incómodo. ¿Tenemos un problema en el sur?
—
Tenemos un problema político en el sur, un problema relativo, puesto
que Marruecos está entrando en la órbita occidental. Pero Marruecos
tiene contenciosos históricos con España que todos conocemos. Ellos
aseguran que son herederos del imperio almorávide y que, por lo tanto,
les hemos arrebatado Ceuta y Melilla. Cada vez que hay problemas
internos en Marruecos, enfrentan a los marroquíes con un enemigo
exterior, preferiblemente Argelia.
Pero por qué no España, sabiendo que
nosotros no vamos a responder de la misma manera. A mí me recuerda que
en tiempos pasados en España pasaba lo mismo con Gibraltar. Si llegaba
un momento en que en que había apuros, pues se esgrimía el «Gibraltar
español».
No digo que no tengamos razón en todo esto, pero también se
utiliza políticamente para distraer a la gente cuando la gente tendría
que estar gritando en la calle. Un gobierno prefiere que la gente grite
que Ceuta es marroquí o que Gibraltar es español, a que salga a la calle
para protestar por el precio del pan. Se manipulan las opiniones y, en
ese sentido, Marruecos hace uso de esos contenciosos que tiene con
España algunas veces para calmar a su pueblo. Y otras, también, como
medida de presión.
—Sin embargo, Marruecos está inmerso en un proceso de rearme.
—El
problema de Marruecos no es militar. Su material fundamentalmente es
norteamericano. Le pasa lo mismo que a España en el pasado. Estados
Unidos no va a apoyar una guerra entre dos aliados, como son Marruecos y
España. La única forma en que Marruecos podría meter la pata en sus
relaciones con España es con una guerra. Pero sí existen acciones
híbridas de distinto nivel. La manipulación de la inmigración es la más
obvia. Pero hay más.
Por ejemplo, las acciones de espionaje que hemos
leído en la prensa o las reclamaciones territoriales, casi siempre en
foros no oficiales. Hay otra limitación en el caso de Marruecos: la
Unión Europea considera las fronteras de España como fronteras propias,
nada menos. Con lo cual Marruecos, por razones económicas, tiene que
llevarse bien con la Unión Europea.
—¿Es más preocupante la inestabilidad en el Sahel?
—La
preocupación con Marruecos para los militares de hoy no es que el
ejército marroquí vaya a asaltar Ceuta y Melilla. Eso, obviamente no
está en el menú. La preocupación es que la inestabilidad en el Sahel, el
conflicto con Argelia, un posible fracaso económico... haga de
Marruecos un Estado fallido. El problema sería llegar a una situación
parecida a la de Yemen en Marruecos.
Cualquier grupo fundamentalista en
cualquier zona de Marruecos podría encontrar padrinos suficientes para
hacer lo mismo que está haciendo Yemen. Y entonces sería nuestro tráfico
marítimo, el Mediterráneo, el que estaría amenazado. Los cohetes que
hoy caen sobre el norte de Israel, podrían caer sobre las ciudades
autónomas. O sea, que el riesgo en Marruecos es a largo plazo. Está más
en la desestabilización del país, que en la amenaza que puede suponer
ahora un aliado de Occidente.
https://www.eldebate.com/espana/defensa/20241012/almirante-garat-espana-quiere-estar-lista-guerra-tiene-camino-importante-recorrer_235201.html