El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, acusó este jueves a Occidente de «histeria militarista antirrusa»
por su reacción al anuncio de Putin, que planteó el miércoles al
Gobierno ruso la conveniencia de reanudar las pruebas nucleares.
En apenas dos semanas Rusia y Estados Unidos han pasado de convocar
una cumbre en Budapest a plantearse la posibilidad de regresar al órdago
nuclear como forma de hacer política, algo que Moscú y Washington no
hacían desde 1990 y 1992, respectivamente.
Trump ya había demostrado en agosto que no se tomaba a la ligera las amenazas de Moscú cuando ordenó el despliegue de un submarino atómico cerca de las costas rusas después de que el expresidente ruso, Dmitri Medvédev, sugiriera en las redes sociales un posible apocalipsis nuclear.
Ambas potencias consideran obsoleto el actual sistema de control de armamento estratégico,
ya que no incluye a China, pero tampoco a Francia y el Reino Unido,
Corea del Norte, India, Pakistán o Israel, los integrantes del oficioso
club nuclear.
El Kremlin fue escenario de la reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de Rusia que recordó a la celebrada en septiembre de 2022 para aprobar la anexión de cuatro regiones ucranianas.
La función teatral, como la han tachado muchos analistas, tenía como destinatario tanto la Casa Blanca como el pueblo ruso.
Estados Unidos se niega a renovar el START III, el
último tratado de desarme nuclear entre ambas potencias que expira en
febrero, y aún no ha respondido oficialmente a la propuesta rusa de
prolongar un año su vigencia.
Mientras, según un reciente sondeo encargado por el Kremlin, el 83 % de los rusos están «muy cansados o cansados» de la conocida como «operación militar especial».
Por ello, para justificar que la guerra siga en Ucrania, señalan los analistas, el Kremlin necesita idear nuevas amenazas para convencer a su pueblo de que el enemigo aún está a las puertas.
Putin hizo el papel de zar que escucha pacientemente
los consejos de sus asesores, entre los que el ministro de Defensa, el
jefe del Estado Mayor y el presidente de la Duma abogaron por realizar
cuanto antes pruebas nucleares.
Les siguieron otros halcones, entre ellos diputados y senadores, que
instaron al jefe del Kremlin a demostrar a los occidentales que con
Rusia no se puede hablar con un lenguaje de sanciones, de lo contrario
Moscú recurrirá al mazo nuclear.
Como reacción, el líder ruso optó por una variante entre salomónica y contradictoria: mantener la moratoria mientras EE.UU. haga lo mismo y pedir un informe al Gobierno sobre la necesidad de reanudar los ensayos nucleares.
«Hace mucho que el chantaje nuclear forma parte de la política exterior rusa», comentó hoy Gari Kaspárov, ajedrecista y opositor al Kremlin, al canal Dozhd.
Por su parte, Trump aclaró que ha pedido al Departamento de Guerra realizar pruebas de armas nucleares en «igualdad de condiciones» que Rusia y China.
«Realmente odio hacerlo, pero no tengo opción», afirmó.
Con todo, el secretario de Energía, Chris Wright,
contribuyó más a la confusión al asegurar en una entrevista en Fox que
la orden de Trump no incluye por ahora pruebas explosivas.
Wright agregó que «las pruebas de las que estamos hablando son
pruebas de sistema». De hecho, Estados Unidos realizó este miércoles un lanzamiento de prueba con un misil intercontinental Minuteman III desde una base militar en California.
Si eso es así, entonces el Kremlin no se dio por aludido. En la
reunión presidida por Putin, los altos funcionarios rusos lamentaron que
Washington no haya precisado el alcance de las afirmaciones de Trump.
El Kremlin mantiene que los lanzamientos del misil de crucero Burevéstnik y el sumergible Poseidón, ambos de propulsión nuclear, que tan nerviosos pusieron a Washington, no fueron en ningún caso pruebas nucleares.
«Es una guerra de nervios», añadió Kaspárov, quien descartó que dicha escalada vaya a mayores.
El jefe del Estado Mayor ruso, Valeri Guerásimov, aseguró que, aunque el polígono de Nueva Zembla esté listo —EE.UU. denuncia falta de transparencia rusa en esas instalaciones—, se necesitarían meses o años de preparación.
En la misma línea se manifestaron expertos estadounidenses. La URSS realizó la última prueba en ese mismo archipiélago ártico en 1990, mientras EE.UU. la efectuó en 1992 en el estado de Nevada.
Eso sí, los especialistas precisan que muchos de los ensayos se
realizan ya bajo tierra, lo que descartaría la histeria popular que
puede desencadenar las imágenes de un hongo radiactivo.
China, la potencia que se niega a sumarse al START, realizó un ensayo en 1996, mientras Corea del Norte ha efectuado seis entre 2006 y 2017.