WASHINGTON.- El expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter, electo en 1976 y ganador del Premo Nobel de la Paz, murió este domingo a los 100 años.
Carter, que se encontraba en su hogar en cuidados paliativos,
y votó en las pasadas elecciones, había recibido tratamiento por una
forma agresiva de cáncer de piel tipo melanoma, con tumores que se
habían extendido al hígado y al cerebro.
Considerado uno de los líderes más progresistas que ha tenido EE.UU., Carter vio reducido su mandato a cuatro años (1977-1981) por culpa de la crisis de los rehenes estadounidenses en Irán,
un episodio que hirió profundamente la moral del país y provocó que los
más conservadores lo etiquetaran para siempre como un mandatario débil.
El tiempo puso las cosas en su lugar y su presidencia pasó a ser considerada de forma positiva, hasta el punto de que logró el Nobel de la Paz en 2002.
«Mi vida después de la Casa Blanca ha sido la más gratificante para mí», admitió Carter en una rueda de prensa en agosto de 2015.
Ambicioso, competitivo y con un fuerte sentido de la moral,
Carter marcó un nuevo estándar para la vida después de la presidencia,
al usar su capital político para seguir influyendo en la vida pública
del país y generar cambios en el mundo.
Su inseparable esposa Rosalynn, con la que estuvo
casado 69 años, recuerda que Carter la despertó una noche de 1982 y le
dijo: «Tenemos que inventar un lugar como Camp David», la residencia
presidencial donde él negoció la paz entre Israel y Egipto en 1978.
Unos meses después nacía el Centro Carter, que lucha contra los
conflictos, la pobreza, las enfermedades y el hambre en el Mundo. «Lo
que queríamos hacer Rosalynn y yo era llenar vacíos, resolver problemas
que otros no querían o no podían afrontar», explicó Carter en una
entrevista con la revista Rolling Stone en 2011.
Según uno de sus asesores en la Casa Blanca, Stuart Eizenstat, el rasgo más característico de Carter era su impulso para resolver retos intratables sin pensar en su duración o su costo político.
Fue ese atributo por el que selló el logro más importante de su
presidencia tras negociar durante doce días con Israel y Egipto, y el
que le hizo apostar desde el Centro Carter por causas de largo aliento.
Nacido en 1924 en un pueblo de apenas 600 habitantes llamado Plains, Carter creció en una granja de cacahuetes y algodón
en la zona más pobre del estado sureño de Georgia; y su padre, Earl,
«era un segregacionista, como todos los otros hombres del condado»,
según reconoció el expresidente en una entrevista en julio (de 2015).
La que más influyó en su carácter fue su madre Lillian, una enfermera que desdeñaba los prejuicios raciales de su entorno.
En 1946 se graduó en la Academia Naval de Annapolis (Maryland), se
casó con Rosalynn y se unió a la Marina, pero en 1953 regresó a Plains
para hacerse cargo de la granja familiar.
Allí reforzó sus vínculos con la iglesia bautista, donde siguió dando
sermones hasta el final de su vida y comenzó a interesarse por la
política, hasta que en 1962 ganó un asiento en el Senado estatal.
Después de un primer intento fallido, Carter fue elegido como
gobernador de Georgia en 1970, tras una campaña en la que estrechó la
mano a 600.000 personas y se labró la imagen de político humilde y
cercano que acabaría abriéndole las puertas de la Casa Blanca.
Carter era poco conocido a nivel nacional, pero su origen sureño, su
apariencia honesta y su sonrisa luminosa cautivaron a un país
desilusionado con la política tradicional y ansioso por recuperar la
autoestima tras el escándalo de Watergate y la guerra de Vietnam.
Su mandato en la Casa Blanca rindió sus principales frutos en
política exterior: además de negociar la paz egipcio-israelí, Carter
reanudó las relaciones con China en 1979 y firmó los tratados que
reconocieron la soberanía de Panamá sobre el canal.
A nivel nacional, Carter creó los departamentos de Educación y
Energía, luchó contra la inflación y redujo la dependencia del petróleo
extranjero, pero chocó con la crisis petrolera de 1979 y sus imágenes de
largas colas en las gasolineras.
Su presidencia quedó marcada por los 444 días de cautiverio en Irán
de 52 rehenes estadounidenses, liberados el mismo día en que Carter
cedió el poder al republicano Ronald Reagan.
Pero Carter continuó en la diplomacia tras su derrota, hablando
incluso con enemigos de su país como Corea del Norte o Cuba, y alcanzó
en el exterior una estatura inédita para un expresidente.
Sus gestiones incomodaron muchas veces a sus sucesores en la Casa Blanca y le generaron una relación tensa con su Partido Demócrata,
especialmente desde 2006, cuando publicó un libro sobre Palestina en el
que denunciaba la situación en Gaza y lo que consideraba una influencia
desmedida de Israel en el Congreso de su país.
Su imagen mejoró en EE.UU. de la mano de los logros del Centro Carter
en observación de elecciones y derechos humanos, incluso antes de que
el expresidente recibiera el Nobel de la Paz.
Correr fue una de las grandes aficiones de Carter, que también se
interesó por la natación y la pintura, y su fuente más estable de
ingresos estuvo en la treintena de libros que escribió.
Su presidente favorito era Harry Truman (1945-1953) que, como él, era muy impopular cuando dejó la Casa Blanca y que hoy suele figurar en las listas de mejores mandatarios de Estados Unidos.
Muchos de sus admiradores confían en una reivindicación histórica
similar para Carter, pero al final de su vida, él no parecía pensar en
mucho más que en su esposa, sus 22 nietos y biznietos y la Biblia que
leía cada noche en el pueblo donde nació.