Esta es la cuestión meramente económica que induce a los analistas de la energía a colocar el precio del barril en los 70 dólares, con
tendencia a la baja.
A partir de un binomio de factores de oferta y
demanda: la OPEP+ retrasa -de forma oficial, desde el inicio de
diciembre- el instante en el que retirará 2,2 millones de barriles
diarios, a abril de 2025 en vez de con el comienzo del nuevo año; con un
crecimiento de los contratos de compra “modestamente al alza”, según
ING, en el entorno de los 1,1 millones de barriles, con la incógnita de
si los productores ajenos al club petrolífero por excelencia serán
capaces de suministrar este mínimo excedente.
Los
analistas energéticos, al margen de que pueda surgir una mayor
conflictividad geopolítica o potenciales tensiones comerciales y
económicas a lo largo de la andadura de la Administración Trump -algo que se da por hecho en las cancillerías y entre las autoridades financieras globales- se decantan por un ejercicio de descenso de beneficios en el sector.
“Inicialmente, esperamos que el negocio petrolífero navegue en
superávit en 2025, aunque todo dependerá de las cuotas que determine el
cártel”, escriben Warren Patterson y Ewa Manthey,
de ING, en una nota de su servicio de estudios. Quizás por ello, la
OPEP+ se ha reservado cualquier relajación productiva adicional hasta
septiembre de 2026.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) también augura un excedente anual en el mercado.
Si el cártel mantiene sus cuotas previstas será de casi 1 millón de
barriles diarios (950.000, avisa de forma más precisa).
Y sin rebajas
adicionales en marzo, podría llegar a los 1,4 millones. Una horquilla
próxima, en cualquier caso, a los 1,1 millones que, como ING, calibra
como incremento de la demanda. Una cota “factible” -dicen sus expertos-
para que países como EEUU, Brasil o la Guyana cubran las necesidades. El
Brent oscilará entre una media de 74 dólares en la primera mitad del año y los 72 del ecuador final.
Sin embargo, el elenco de riesgos es amplio. Desde sanciones más agresivas a Irán con la versión Trump 2.0 hasta un descenso más intenso de la actividad en China o Europa,
que podría suceder con la aplicación de los aranceles a la importación
que prepara Washington, si los estímulos que ha impuesto Pekín -tanto
fiscales como monetarios- no cumplen las expectativas para espolear el
consumo e inyectar crédito a las empresas para incentivar sus
inversiones, o en caso de que la UE entre en la fase recesiva en la que
ya está Alemania y parece condenada a penetrar Francia.
Precisamente sin estas dos circunstancias -ni ausencia de amenazas geopolíticas ni ralentización económica global- el barril podría caer por debajo de los 50 dólares.
Sería la “tormenta perfecta” en el mercado, afirma Tom Kloza,
de OPIS, firma de análisis energético, que crearía un “colapso de
precios” -en términos de rentabilidad, claro- con “demasiado crudo” en
circulación. Algo que, en cualquier supuesto, “sería excepcional”,
aclara Brian Mulberry, de Zacks Investment, “aunque no descartable” y que surgiría por un “dramático retroceso de la demanda mundial”.
Arabia Saudí, juez y parte del oro negro
El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman (MbS),
parece estar en posesión, no obstante, de varios ases en la manga. Una
constante en la Casa Saud desde la crisis petrolífera de los años
setenta. Si bien, en los tiempos que corren, alguno de ellos resulta
inaudito.
Por ejemplo, el paso amistoso que Riad ha emprendido hacia
Teherán, rivales geoestratégicos en Oriente Próximo y, sobre todo,
enemigos religiosos irreconciliables como Estados defensores del
wahabismo y del chiísmo, respectivamente, dos ramas enfrentadas del
Islam.
En noviembre, espetó a Israel que “respetara la soberanía de su
hermana República Islámica de Irán y no violará su territorio”. Por si
fuera poco, describió el ataque del Ejército hebreo en la Franja de Gaza
como “un genocidio colectivo”.
La
retórica geopolítica saudí sorprendió a propios y extraños. Porque,
entre otras razones, surge cuando Trump, que en su primer mandato inundó
de contratos de armas a Riad, no permitió un uso masivo de las reservas
estratégicas de crudo de EEUU.
Unas reservas que le convierten, cuando
abre el grifo, en el indiscutible mayor exportador neto de oro negro del
planeta. Trump dijo pretender crear, junto a Tel Aviv, el Gran Israel,
desde el Nilo al Éufrates, cuando había consumado ya su victoria en las
urnas.
“Arabia Saudí ha pivotado hacia Irán”, aseguran Steven A. Cook, columnista de Foreign Policy, y Eni Enrico Mattei, investigador de Oriente Próximo en el Council on Foreign Relations (CFR), que enfatizan que las palabras de MbS “tienen una carga cualitativa” importante.
Después de todo -precisan-, es el príncipe heredero y ha decidido
“dialogar con un régimen construido bajo una ideología extremista, que
pretende [como Riad, en el fondo] extender su influencia religiosa al
mundo musulmán”.
Atrás parece haber quedado el conflicto abierto en 2016
tras el ataque a la embajada saudí en Teherán después de que Riad
ejecutara a 47 sentenciados por terrorismo, entre ellos al clérigo
chiíta saudí Namer Al Namer, y que se saldó con la ruptura de relaciones.
China
ha tenido un papel esencial en la reanudación del diálogo bilateral, en
marzo de 2023 que, hasta ahora, había permanecido en una esfera de
escepticismo. Pero Pekín hizo saber a los dos países productores de
petróleo, a los que ha logrado insertar en el círculo de los BRICS+
-pese a que Riad aún no ha oficializado su plácet de ingreso-, la conveniencia de suturar viejas heridas y de centrar su músculo geoestratégico en combatir a un enemigo común: Israel.
Cook
y Mattei hablan de tres teorías que explicarían el cambio dialéctico de
MbS. La primera es la apertura de discusiones sobre seguridad entre
Washington y Riad. Será donde la posición del príncipe heredero respecto
a Teherán se descubrirá como retórica y ficticia. De no ser así,
surgirá una “presión máxima” para que la Administración Trump eleve su
capacidad sancionadora.
Y en ese ínterin, el régimen saudí mandará un
órdago a la Casa Blanca. Es como si MbS dijera: “Usted, señor Trump,
dice ser buen negociador, pues juguemos”. Como hizo Recep Tayyip Erdogan, primer ministro turco, la década pasada. Aunque entonces, Riad nunca le siguió. Ankara amparó a Qatar en su alejamiento de la órbita saudí y del resto de emiratos del Golfo Pérsico.
La
segunda, de mayor credibilidad, es que MbS considere que el
acercamiento a Teherán es, al mismo tiempo, el alejamiento de la región
de Israel. De ahí su alegato contra la brutalidad de las operaciones
militares de Tel Aviv sobre territorios palestinos. Que siguió a
calificativos como el que -aseguran voces diplomáticas- profirió en sus
encuentros con Biden: “vergonzoso” -afirman- fue, quizás,
el más utilizado, aunque “no el de mayor gravedad”.
El heredero es la
persona con mayor poder en Riad, pero no es inmune a la opinión pública,
y cualquier normalización hacia el Estado de Israel, como ha pretendido
la Casa Blanca, levantaría suspicacias entre una población sensible
hacia la causa palestina.
La tercera es la sucesión de fracasos en el escenario internacional de MbS. Pivotar hacia Irán es una vía de escape a la sempiterna y costosa intervención militar en la guerra civil de Yemen,
en la que disputa la correlación de fuerzas precisamente con Teherán,
al fracaso en aislar a Qatar, los intentos de situar a un primer
ministro aliado en Líbano, o su oposición al reconocimiento
internacional del Gobierno de Libia.
Es como si hubiera caído en la
cuenta de que el liderazgo de Riad en la región no será tarea fácil. Y que la riadpolitik,
término con el que se pretende explicar los cambios diplomáticos hacia
el pragmatismo, sea cual sea el interlocutor válido que enderece el
rumbo de influencia del Reino Saudí, sea enemigo o aliado, obliga ahora a
actuar contra Israel y sus ínfulas expansionistas en Oriente Próximo.
Con armas geopolíticas de primer orden entre las que, por supuesto,
destacan el control del mercado petrolífero y gasístico, de la OPEP
junto a Irán o el siempre útil instrumental financiero del billonario
fondo soberano saudí.
El complejo equilibrio con la Rusia de Putin
La
correlación de fuerzas con Teherán concede a MbS otra posibilidad de
enrocarse en el tablero mundial. En esta ocasión, respecto a Rusia,
nación a la que las empresas chinas empiezan a dar la espalda, pese a
haber albergado la exitosa cumbre de los BRICS+ en 2024, el gran
contrapoder político de Riad en el cártel petrolífero, al que se unió la
pasada década junto a otros productores de crudo.
Aunque al mismo
tiempo Vladimir Putin se declare tan alejado de Israel como cercano a Trump.
Sin embargo, la partida bilateral Riad-Moscú se
jugará también en el terreno económico. Y MsB está en disposición de
crear una fuga en las finanzas del Kremlin. En un momento crucial, en el
que la perpetuación de la guerra en Ucrania pasa las primeras facturas
serias a la economía rusa.
Hasta ahora, capaz de sortear las sanciones
monetarias occidentales al pago en dólares y vetos del G-7 a sus
exportaciones energéticas de petróleo y gas y que Riad había financiado
de manera indirecta las arcas de Moscú gestionando el grifo productivo
de la OPEP+ y sosteniendo el precio del barril en torno a los 80
dólares.
Sin embargo, una larga trayectoria -la práctica totalidad de
2024- de retrocesos en su cotización, pese a la encendida mecha
geopolítica en Ucrania y Gaza, ha cambiado las tornas.
Riad ha advertido de que el crudo podría bajar de los 50 dólares si
el cártel no saca petróleo del mercado, una maniobra que no concuerda
con la estrategia del banco central de frenar la subida de tipos (en el
21%) para contener una inflación que ha superado dos veces en los
últimos doce meses los dobles dígitos, con un flujo mínimo de ingresos por su oro negro y gas siberianos,
que han desplazado sus ventas hacia clientes asiáticos.
La
desaceleración del PIB chino tampoco ha ayudado a asegurar un nivel de
recaudación básica. Pero la retirada masiva de crudo que busca el Reino
Saudí no favorece precisamente el caudal monetario que precisa el
Kremlin en tiempos de especial incertidumbre militar en Ucrania.
Los analistas sopesan, además, la otra cara de la moneda: que Riad, como ha amenazado, inunde de petróleo la oferta y hunda los precios.
Ambas decisiones -expresan los analistas- resultan del todo
perjudiciales para Rusia.
La primera, porque las exportaciones de
fósiles rusas, con sus giros de trayectoria y amarres de sus buques
camuflados con doble bandera en puertos de tránsito, no alcanzarían la
cota deseable por las autoridades monetarias y económicas. Mientras que
la segunda, la de permitir que la OPEP+ deje libremente que cada socio
aporte la cuota que desee, penalizaría a los que no cooperaran con los
recortes.
Luke Cooper,
analista en London School of Economics, explica esta encrucijada rusa a
la que Riad puede contribuir con sus decisiones petrolíferas: “Con
Rusia vendiendo desde hace más de un año y medio barriles a precios de
descuento, con un mercado a la baja y el impacto de la guerra sobre su
economía, las opciones que están sobre la mesa no le resultan
estimulantes”.
Los cables diplomáticos saudíes hacia Putin le insisten en que su intención es elevar el barril por encima de 100 dólares, con retiradas más que sustanciales de crudo. Pero “la suerte está echada” y Riad vuelve a tener “la sartén por el mango”, dice Simon Henderson,
director del Programa Bernstein en The Washington Institute.
“El
liderazgo saudí en la OPEP+ sigue asumiendo una multiplicidad de
responsabilidades, tanto cuando la espita del cártel funciona bien como
cuando vienen malos tiempos, lo que le otorga un poder casi
absolutista”, asegura.
Rusia,
según Riad, ya no puede poner más en el mercado su excedente de 122.000
barriles diarios que, según S&P, ha colocado desde julio y que se
suman a las cuotas extractivas adicionales de Irán o Kazajistán. Riad se
ha puesto seria y promete actuar contra las indisciplinas de las cuotas, el mayor de los problemas de la OPEP+ en su largo historial monopolístico.