KIEV.- Cuando el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, tomó posesión
del cargo el 20 de mayo de 2019, lo hizo por un periodo de cinco años.
Ha pasado más de un lustro y las autoridades no contemplan por ahora
celebrar nuevas elecciones, en una suerte de limbo que Rusia intenta
agitar a su favor pero que no parece desgastar por ahora a Zelenski.
Zelenski se impuso el 21 de abril de 2019 en la segunda vuelta de las
elecciones tras obtener más del 73 por ciento de los votos, con una
sólida ventaja frente a su rival, el entonces presidente, Petro
Poroshenko.
Inició entonces un mandato en el que prometió emprender
reformas a fondo, entre otras cuestiones para combatir la corrupción,
pero que ha terminado marcado por la guerra.
El presidente de
Rusia, Vladimir Putin, dio orden a sus tropas de invadir Ucrania durante
la madrugada del 24 de febrero de 2022 y la ofensiva sigue abierta a
día de hoy, sin solución a la vista.
Zelenski declaró la ley marcial
ante esta invasión a gran escala y, habida cuenta del caos, el 20 de
mayo de este año no arrancó ningún nuevo mandato presidencial.
La Constitución ucraniana establece en su artículo 103 que el mandato
presidencial dura cinco años, pero al mismo tiempo refleja en el 108
que un jefe de Estado debe seguir ejerciendo como tal hasta la
proclamación de su sucesor, algo que no se ha producido.
La Carta Magna
no veta expresamente la convocatoria de comicios en caso de ley marcial,
un extremo que sí prohíbe la ley electoral, según un reciente análisis
del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
Zelenski ha esquivado en gran medida el debate, bajo la premisa de
que centrar esfuerzos en él implica dar pábulo a la propaganda rusa. No
en vano, Putin suele incluir en sus discursos alusiones a la supuesta
ilegitimidad del actual "régimen" en Kiev, una táctica que no es nueva
dentro de la estrategia del Kremlin para sembrar dudas sobre sus rivales
políticos.
Como apunta la investigadora senior asociada del
CIDOB, Carmen Claudín, "Rusia se aprovecha de las contradicciones que hay
en toda dinámica social cuando le conviene" y Ucrania no es una
excepción, pese a que en este caso considera que Moscú no esté
especialmente indicado para dar "lecciones" teniendo en cuenta que todo
es "culpa de una guerra que han provocado ellos".
Claudín no
cree que la legitimidad de Zelenski esté ahora "en riesgo" y resalta el
hecho de que haya un "debate público" en relación a las elecciones,
propio de una "vida democrática".
No han surgido en cualquier caso
aspirantes alternativos ni constan movimientos de otros cargos electos
que puedan reivindicarse como presidentes interinos, como podría ser el
máximo responsable de la Rada Suprema, Ruslan Stefanchuk.
La
sociedad, además, parece no cuestionar la decisión del presidente de
aplazar 'sine die' la cita con las urnas. Casi siete de cada diez
ucranianos abogan por seguir como están hasta el levantamiento de la ley
marcial y un 53 por ciento quieren que, en caso de que haya elecciones,
Zelenski vuelva a presentarse, según un sondeo difundido en febrero por
el Instituto Internacional de Sociología de Kiev.
Comín apunta que celebrar una
votación tiene algunos pros, como el hecho de "reforzar las opciones
políticas" que salgan vencedoras, pero también numerosos contras. "En un
país en estado de guerra como Ucrania, es muy difícil llevar a cabo
elecciones democráticas en todo su sentido", añade.
En este
sentido, alude a términos logísticos como el hecho de que haya millones
de personas fuera de sus hogares o a que en los territorios ocupados por
Rusia directamente es "imposible" plantearse poner urnas. Para que haya
el proceso electoral se desarrolle con garantías, agrega la experta del
CIDOB, es necesario aspirar a conocer "realmente" lo que piensa "toda
la población".
"En una situación de guerra abierta tiene que
primar el sentido común", entendiendo como tal que en Ucrania es
necesario adaptarse a las circunstancias a la espera de lo que pueda
venir en los próximos meses. Un futuro inmediato que parece marcado por
la vuelta del magnate Donald Trump para la Casa Blanca, una figura
"absolutamente imprevisible" y que "no promete nada bueno" para los
ucranianos, según Comín.