
Sí, las primas de riesgo también tienen señores. En el juego
interestatal de Europa todavía se organizan por estados. Los señoritos
son Alemania y sus aliados Holanda y Finlandia, a veces Austria y alguno
más. Lo que propongo en este artículo es una solución efectiva a la
desconfianza en el euro. No les gustará, aun cuando a medio y largo
plazo nos beneficiaría a todos… y a ellos también. Se trata de que
frenen la manipulación de sus opiniones públicas y dejen de apoderarse
de las ganancias extraordinarias que obtienen con su nuevo señoreaje
sobre los precios de la deuda. Si las compartieran con los perjudicados,
sería un paso fundamental para no agravar los problemas de estos y
ahuyentar las dudas sobre el futuro de toda la Unión Europea, que
volvería a ser un firme proyecto de paz y prosperidad desde la libertad.
No es de extrañar que anoche mismo el FMI dijera que Grecia y España
encabezarán la caída del PIB mundial hasta finales del próximo año. En
gran parte, son los frutos de esa nefasta política de poder, al margen
de la propia responsabilidad, por supuesto.
Lo del señoreaje es un impuesto del que
sólo hablan pocos entendidos, apenas cuando les interesa, aunque lo
pagamos todos desde que existe dinero, y más desde que éste se convirtió
en papel. Algo todavía más opaco que la inflación, utilizada por el
mismo para expandirse. Es cobrado cada segundo de cada día en la
diferencia entre el coste físico de emitir billetes en papel impreso
(mínimo) y los beneficios que generan a los emisores sus intereses
(máximos con alta inflación o para combatirla). Lo compartían los
señores (y luego los estados) con aquellos a quienes concedían el
privilegio de la emisión (hoy todos los bancos centrales). Este impuesto
invisible lo trasladan los bancos emisores a los bancos privados cuando
les prestan el dinero que crean en sus imprentas, y desde ellos se
transmite a empresas y consumidores. Pese a la baja inflación actual,
los mínimos tipos de interés y algún ahorro por su gestión centralizada
por el BCE, lo estimo en un mínimo del 0,35% del PIB de la eurozona,
tras consultar numerosos estudios al respecto, si bien llegó a ser en
algunos países más del 5% antes de la unión monetaria.
Mientras que ese señoreaje se ha reducido básicamente por esas
causas, en los dos últimos años ha surgido un señoreaje de nuevo cuño.
Es fruto del fracaso, con la actual crisis, de las políticas del euro;
es decir, de las instituciones y de las reglas que gobernaban su
existencia, así como de la escasa eficacia de las creadas los últimos
dos años y medio contra la desconfianza sobre su futuro. Su causa más
próxima y cuantificable es la actual fragmentación y consiguiente
renacionalización de los mercados financieros mayoristas, sobre todo el
interbancario y los de deuda o títulos públicos y privados. Las
consecuencias están siendo muy destructivas para la Eurozona, en
especial para los países periféricos, como España. En cambio, hay otros
países que de ello sacan ventajas a muy corto plazo, por la vía de la
reducción de los tipos de interés de su deuda, debido especialmente a
que hacia ellos vuelan los capitales que abandonan a los periféricos.
Esa es parte del drama iniciado por Grecia, Portugal e Irlanda y seguido
por otros pequeños y grandes como España e Italia.
El beneficiario más próximo y grande es Alemania, que por el nivel de
su deuda pública (en torno al 82% del PIB, mayor que la española hasta
el presente año) parece haberse ahorrado por esta vía unos 70.000
millones de euros en tipos de interés, según algunas estimaciones
germanas. La siguen otros países menores que todavía mantienen la
calificación triple A de las agencias de rating. Son
básicamente, en la Eurozona, Holanda y Finlandia, aunque ha llegado a
beneficiarse hasta Francia. Esa misma valoración de su riesgo soberano
(marcado por los bonos a 10 años) aun la ostentaba hasta el 2010 España,
ahora bajo la amenaza de llegar al nivel de basura, como ya sucedió al
principio de la actual crisis de deuda europea con los bonos patrióticos
de Cataluña y luego de otras autonomías. Fuera de la Eurozona tienen el
mismo tipo de beneficio el Reino Unido y los EEUU, cuyas deudas
públicas y externas totales eran al principio de la crisis mayores que
las españolas, motivo por el que la prima de riesgo británica estuvo
unos meses por encima de la española.
El principal obstáculo de ese retorno a una política de poder, que en
algunos rasgos recuerda a la practicada antes de iniciarse en el siglo
XVII la cooperación multilateral, es que los países afectados son
condenados a no recuperarse, pese a los ajustes sin fin que ya
preveíamos desde principios del año 2010, bajo títulos que ahora asume
el entonces ministro de trabajo en declaraciones y artículos. El FMI confirma en sus informes de anoche
que es matemáticamente imposible reducir la deuda si el PIB nominal
(crecimiento real más inflación) se sitúa por debajo del coste
financiero anual de esa deuda pública o total, como indicaba en este
blog el pasado mes al exponer la evolución en España del déficit público
y luego también del déficit exterior. Su pronóstico es que la economía
española se contraiga un 1,5% en 2012 y otro 1,3% en 2013, por lo que
entre ambos años sumará una pérdida media de rentas cercana al 3%, como
en la recesión inicial del 2009. A este paso, pronto acumularemos en
esta crisis un retroceso del PIB del 10%. Los cirujanos de hierro de
Grecia llevan casi un 25%. De ahí que resulte algo esperanzadora la
nueva tendencia blanda de los llamados rescates, hasta ahora convertidos
en realidad en secuestros.
No será suficiente, por desgracia, aunque nunca sea demasiado tarde.
Para frenar en seco más decididamente el círculo vicioso en el que se
mueve Europa, sería imprescindible que los países del Euro dejen ya de
apoderarse de las ganancias extraordinarias que obtienen con su viejo y
nuevo señoreaje. Es una idea que acabo de proponer como experto para el
dictamen sobre unión bancaria que emitirá el 14 de noviembre el Comité
Económico y Social Europeo (CESE), con el respaldo del ponente español
Carlos Trías. El próximo día 24 me reuniré para defenderla con los demás
miembros de la ponencia de una decena de países. Es probable que pese
al recorte aconsejado por el posibilismo no llegue a prosperar en esta
sesión o en la del 14-N. Pero tiene muchos fundamentos o
justificaciones.
En su índole ética, el primero se enfrenta al que ha justificado los
últimos años la actuación de los poderosos: el intento de erradicar los
incentivos del llamado riesgo moral. En virtud de esa excusa, el pecado
de tener un déficit y una deuda sospechosas debe llevar implícita su
propia penitencia: pagar más caro por la deuda, como primera medida para
incentivar su corrección. Pero la aplicación práctica de ese supuesto
incentivo a la rectitud genera otros contrarios, de carácter perverso:
quien se beneficia de la penitencia y del pecado ajeno tendrá pocos
incentivos para ser virtuoso a la hora de renunciar al riesgo que
podemos llamar de señoreaje de la primas de riesgo.
Al margen de las sinrazones matemáticas a las que llevan algunas de
las políticas de sometimiento de los países pecadores, un segundo frente
de razones en favor de erradicar este nuevo señoreaje es de carácter
teórico-económico. Si la Eurozona quiere alguna vez ser la zona
monetaria óptima que nunca ha sido desde su diseño, debe cumplir los
tres principales requisitos que le exigían los economistas que
concibieron tal modelo: movilidad del trabajo, movilidad del capital y/o
redistribución de las rentas para compensar las eventuales carencias de
las dos primeras condiciones. De las tres, es sabido que la única que
ha funcionado es la libre circulación de capitales (ahora amenazada en
la práctica por la citada renacionalización de los mercados financieros)
, mientras en la práctica la del trabajo seguía sometida a las barreras
culturales y del idioma, las normativas y otras de tipo institucional e
incluso hasta geográfico y climatológico. La unión fiscal seguirá
brillando por su ausencia por mucha declaración, propósito o tratado,
mientras los Presupuestos europeos tengan limitados sus gastos y
consiguientes ingresos al 1% del PIB.
También hay razones políticas para acabar con este desaguisado. De
hecho, no han avanzado los otros frentes de integración europea porque
ha faltado unión política. Al contrario, han sobrado resistencias a
ceder en cada momento las soberanías que requería el proceso. En esta
situación, hemos llegado a la situación de que, cada vez que alguno de
los líderes europeos abre la boca, sube el pan en los países afectados,
como decían nuestras abuelas.
Podríamos añadir que existen igualmente razones jurídicas. En la
actual situación la fuerza del poder prima sobre la del derecho. Es el
poder de algunos estados y mercados, expresado en su capacidad para
imponer las nuevas primas de señoreaje, el que predomina sobre el
derecho racional. Me refiero al fundado, no sobre los usos y costumbres
locales, sino el más universal basado en la razón, fuente que
paradójicamente extendió la Francia napoleónica, tras beber tanto en sus
precursores greco-romanos como en los pensadores alemanes que
florecieron con la Ilustración. Pero hoy la UE que promovieron los
padres fundadores de ambos países parece no respetar algunos de los
principios, como el de primar el derecho sobre la fuerza y alinear la
libertad con la justicia y la igualdad a través precisamente de la
solidaridad.
¿Que solidaridad le queda a la Eurozona cuando esos 70.000 millones
de beneficio derivado del nuevo señoreaje de las primas de riesgo casi
multiplica por 10 sus transferencias netas anuales al Presupuesto
comunitario? Justo cuando tocaría reforzarla, Alemania, el mismo país
que se beneficia más que ningún otro de los flujos comerciales y
financieros incrementados por la integración monetaria y de los
mercados, se ha lanzado a descalificar y penalizar a los más débiles,
ahora que precisamente la crisis pone a estos últimos frente a los
caballos de los golpes asimétricos, justo cuando la especulación
financiera busca cualquier vacío para su caro arbitraje actual. Por si
fueran pocas esas ventajas económicas, su Gobierno juega al ventajismo
político de hacer creer a su opinión pública que defiende sus rentas
futuras al erigirse contra una supuesta unión de transferencias que no
resiste la prueba de los números más elementales. No es de extrañar que,
por mucho que lo apoyen las encuestas y las urnas, la oposición
socialdemócrata al gobierno de Merkel haya salido de su largo letargo para decir que estamos ante el peor gobierno de la historia germana.
(*) Periodista y profesor