NUEVA YORK.- Para
 muchas personas, la pandemia alterará para siempre lo que visten, cómo 
compran y qué productos compran. El brote de COVID-19, que ha contagiado
 trágicamente a más de tres millones de personas y ha dejado más de 
219.000 víctimas fatales, también ha golpeado el corazón del consumismo 
en todo el mundo.
Con
 un cuarto de millón de tiendas cerradas en Estados Unidos en el punto 
álgido del confinamiento, según el grupo de investigación GlobalData, la
 capacidad de compra, que durante mucho tiempo fue un símbolo de riqueza
 y estatus, está en peligro. Nunca el materialismo se vio tan mutilado.
En
 primer lugar, está el impacto económico inmediato. Los millones de 
trabajadores temporalmente despedidos y suspendidos controlarán sus 
gastos. Si se convierten en pérdidas de trabajo permanentes, el efecto 
será aún más severo. El consumo conspicuo lucirá mal por un tiempo.
Y
 los hábitos aprendidos en tiempos de escasez a menudo se mantienen. Sea
 testigo de la aceptación de los minoristas de descuento, como los 
supermercados alemanes económicos Aldi y Lidl. Las clases medias con 
problemas de liquidez en EE.UU. y Europa descubrieron las delicias de su
 vino barato y su papel higiénico económico durante la crisis financiera
 mundial de 2007-2008, y los almacenes económicos han prosperado desde 
entonces.
Luego
 está el proceso lento e incremental de salir del confinamiento. Incluso
 las personas que han mantenido sus trabajos y salarios completos pueden
 hacer cambios a más largo plazo en sus gastos, ya que pasará algún 
tiempo antes de que se sientan cómodos de volver a visitar centros 
comerciales llenos y cenar en restaurantes.
Según
 KPMG, el distanciamiento social podría mantenerse por hasta dos años, 
lo que podría tener consecuencias de gran alcance para la operación y el
 diseño físico de las tiendas. Por ejemplo, es posible que las tiendas 
deban solicitar citas para las visitas, ofrecer más módulos de autopago e
 incluso repensar las instalaciones, como los vestuarios.
Hasta
 ahora, hay señales alentadoras que provienen de China, donde los 
consumidores que salen del encierro parecen estar volviendo a las 
compras. PwC estima que a principios de abril las ventas en los 
minoristas no alimentarios estaban en 50%-80% de sus niveles anteriores a
 la crisis. 
En el lujo, la recuperación ha sido aún más extrema: una 
tienda insignia de Hermes International recaudó 2,7 millones de dólares cuando 
reabrió sus puertas en Guangzhou a mediados de abril, lo que se cree que
 es una recaudación diaria récord para una boutique en China, según la 
biblia del comercio de la moda WWD. 
LVMH dijo que algunas de sus grandes
 marcas en el continente habían experimentado un aumento del 50% en las 
ventas en abril en comparación con el año anterior.
Este
 fenómeno se llama “gasto de venganza”, un término acuñado por primera 
vez para reflejar el deseo de bienes de consumo desatado en China 
durante la década de 1980 después de la pobreza y el caos vividos 
durante la Revolución Cultural. 
Por el momento, los compradores chinos 
están llenos de efectivo después de los viajes y eventos cancelados. Sin
 embargo, es posible que esta demanda no dure, especialmente porque el 
número de personas permitidas en las boutiques en cualquier momento es 
limitado y se han implementado iniciativas como las pruebas de 
temperatura.
El mayor impacto de esta crisis, entonces, puede ser un cambio en lo que los consumidores eligen comprar.
El
 brote ha afectado a algo que, en general, damos por sentado: nuestra 
salud. Si bien se destinarán más recursos del gobierno a la atención 
médica –algo que tendrá implicaciones para los impuestos y los ingresos 
disponibles–, también es probable que se realice una nueva evaluación de
 las prioridades personales. Eso podría significar que las personas 
gasten una parte aún mayor de sus ingresos en un seguro médico privado o
 en la compra de productos para ayudar a aumentar la inmunidad.
El
 bienestar ya se había convertido en una de las pocas vetas para los 
grupos de consumidores, dando lugar a las hamburguesas de proteínas 
vegetales de Beyond Meat Inc., las máscaras faciales de oro de Corea del
 Sur y las infusiones de vitaminas que se venden en los grandes 
almacenes de lujo. 
A pesar de las críticas de que el llamado autocuidado
 es exclusivo de los hipsters mileniales, el deseo de la sociedad por 
estar seguros de que no se enfermarán probablemente aumentará la demanda
 de estos productos.
La
 pandemia también ha fomentado un renovado sentido de comunidad. Esto, 
además de la incapacidad de viajar muy lejos, podría alentar el gasto en
 más tiendas locales y en marcas con fuertes identidades regionales, a 
diferencia de los grandes minoristas que posiblemente habrán tenido 
estantes vacíos o problemas para entregar pedidos en línea durante la 
crisis. Poniendo de relieve el nuevo estado de ánimo, un minorista 
británico con una larga historia de comercio me dijo que incluso han 
notado que más clientes dicen gracias al personal en sus interacciones 
diarias.
Un
 sector que está a punto de sufrir tremendamente en el futuro es el 
vestuario. La mayoría de los consumidores han omitido efectivamente una 
temporada de moda, no quieren o no pueden comprar ropa para la primavera
 y el verano del hemisferio norte. Se han cancelado conferencias, 
fiestas y bodas, por lo que simplemente necesitamos menos ropa nueva. Es
 posible que haya cierta demanda contenida cuando los consumidores 
redescubran su libertad, especialmente si los minoristas tienen que 
reducir los precios para liquidar existencias. 
Pero para muchos, el 
cuidado esencial, como cortarse el pelo o ponerse nuevas extensiones de 
pestañas, prevalecerá sobre la compra de un nuevo atuendo.
Algunos
 consumidores que compraron menos ropa durante este período podrían 
continuar reduciendo su gasto en vestuario. El tamaño del armario 
promedio en EE.UU. ya se ha reducido en los últimos tres años, según 
GlobalData. Si combina la pandemia y las preocupaciones sobre el costo 
ambiental de la moda, no es difícil de imaginar que hombres y mujeres 
puedan comprar incluso menos ropa en el futuro.
Durante
 el prolongado confinamiento, habrá algunos minoristas a los que los 
consumidores simplemente no extrañan y, por lo tanto, es posible que no 
regresen a ellos. Grandes almacenes de EE.UU., como Macy’s Inc. y J.C. 
Penney, que ya están lidiando con la transición hacia la compra en línea
 y con pocos productos atractivos, pueden caer en esta categoría. 
J.C. 
Penney incumplió un pago de intereses de 12 millones de dólares y está evaluando
 alternativas como una posible declaración de quiebra para reestructurar
 sus finanzas, informó Reuters recientemente. Mientras tanto, Macy’s 
está analizando formas de usar su propiedad inmobiliaria para asegurar 
efectivo nuevo. De hecho, algunos históricos nombres podrían cerrar sus 
puertas para siempre, o decidir que es el momento adecuado para cerrar 
una serie de tiendas.
El
 comportamiento de las marcas cuando durante la crisis también 
determinará cómo reaccionarán los clientes ante ellos cuando salgan del 
confinamiento.
Algunos
 han actuado particularmente bien, adaptando sus ofertas para satisfacer
 el cambio en las necesidades. Por ejemplo, grupos de artículos de lujo,
 como LVMH, Kering SA, Prada SpA, Burberry Group Plc y Ralph Lauren 
Corp, reutilizaron sus instalaciones para producir equipos de protección
 como desinfectantes para manos, mascarillas y batas. 
Marcas como Nike y
 Lululemon han involucrado a los compradores con entrenamientos en 
línea; mientras que el minorista británico de ropa y alimentos Marks 
& Spencer Group Plc. ha ofrecido sesiones de meditación. Esta 
proactividad no será olvidada.
Ya
 sea por necesidad o por elección, los compradores querrán productos que
 sean atractivos –y que, después de pasar un susto con la salud, los hagan 
sentir bien–, pero que tengan un precio al nivel que consideren 
apropiado. 
Esto no siempre significa lo más barato, pero sí significa 
una sensación percibida de buena relación calidad-precio. Eso no se 
contradice con el enfoque de precios iniciales más altos seguidos de 
fuertes rebajas que se ha convertido en un sello distintivo de gran 
parte del comercio minorista de EE.UU. 
Pero a medida que los clientes se
 vuelvan más exigentes, los grupos de tiendas deberán distinguirse con 
más que solo descuentos.


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