WASHINGTON.- El presidente de Estados 
Unidos, Donald Trump, admitió el martes que más ciudadanos morirán al 
reabrir la economía del país, pero volvió a quitarle importancia a la 
amenaza del coronavirus al llevar destapada la cara durante una visita, 
precisamente, a una fábrica de mascarillas.
Preguntado por la 
cadena ABC News sobre si cree que aumentará el número de muertos por 
desconfinar a la población para reabrir la economía, el mandatario 
aseguró: "Es posible, habrá algunos".
Y sucederá porque la gente "no estará confinada en un 
apartamento, en una casa o donde quiera que sea", dijo Trump en la 
fábrica de Honeywell en Phoenix, Arizona, que visitó en su primer viaje 
importante desde que comenzara la cuarentena por el coronavirus.
La
 campaña de reelección de noviembre de Trump se activa después de la 
orden de confinamiento masivo impuesta para tratar de detener la 
propagación del virus, que ya ha matado a 70.000 personas en Estados 
Unidos, una cifra que antes de junio llegará a las 100.000, según varios
 pronósticos. 
"Debemos abrir nuestro país", insistió el 
mandatario desde las instalaciones de la empresa. "No podemos mantener 
nuestra economía cerrada por los próximos cinco años". 
"No digo 
que todo sea perfecto. ¿Se verán afectadas duramente algunas personas? 
Sí. Pero debemos reabrir nuestro país y debemos hacerlo pronto", añadió.
 
La Casa Blanca lleva días centrando su discurso sobre el desconfinamiento progresivo del país. 
Si faltaba una señal de 
la voluntad del gobierno de comenzar un nuevo capítulo, el 
vicepresidente, Mike Pence, indicó que la célula de crisis sobre la 
covid-19 pondrá fin a su labor en las próximas semanas. 
La 
portavoz de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany, precisó, sin embargo, que 
los expertos médicos iban a seguir estrechamente vinculados a la toma de
 decisiones. "El presidente continuará su trabajo basado en datos para 
una reapertura segura", dijo. 
Tras haber dado a entender lo contrario, Trump, rodeado de
 obreros con mascarillas durante la visita de la empresa en Phoenix, no 
se puso ninguna. 
A solo seis 
meses de las elecciones, el político republicano intenta con ahínco 
cambiar el estado de ánimo de la opinión pública y asentar su apuesta de
 que habrá una recuperación económica rápida.
Pero en un momento 
en que no hay signos de que la pandemia amaine, sus críticos lo acusan 
de dar la espalda a la crisis para obtener ganancias políticas. 
Las
 mascarillas, como las N-95 que produce la planta de Honeywell, se han 
convertido en un símbolo de las divisiones en el país sobre cómo manejar
 la pandemia. 
Las encuestas muestran que para los votantes 
demócratas las mascarillas son un signo de la responsabilidad compartida
 en la sociedad, mientras que los republicanos las ven como una amenaza 
contra la libertad individual. 
Los médicos expertos que asesoran a
 la Casa Blanca y la primera dama, Melania Trump, promueven las 
mascarillas como herramientas cruciales para luchar contra el avance del
 virus, para el cual todavía no hay vacuna. 
Pero el presidente, 
en sintonía con su base de seguidores derechistas, hasta ahora ha 
utilizado su presencia mediática para restar importancia a esta medida 
de prevención. 
"Usar una mascarilla mientras recibo presidentes, 
primeros ministros, dictadores, reyes, reinas, no sé, no lo veo", dijo 
en abril, dejando entender que no iba con la imagen de un presidente. 
La
 visita a la planta llega después de que el vicepresidente Pence 
provocara una polémica después de entrar a la reputada Clínica Mayo sin 
llevar mascarilla, vulnerando así las normas del establecimiento. 
Pence,
 en un hecho poco habitual en un miembro del gobierno de Trump, 
reconoció públicamente que se había equivocado. "No pensé que fuera 
necesario, pero debí haber usado una mascarilla", admitió el domingo.
La
 Casa Blanca afirma que, como los altos cargos y sus invitados se 
someten habitualmente a pruebas para el coronavirus, no necesitan usar 
mascarillas. 
Sin embargo, la controversia crece y se ha plasmado 
en disputas basadas en formas de ver los hechos completamente distintas 
para quienes están a la izquierda y a la derecha del espectro político.
Los
 simpatizantes del gobierno de Trump han protestado -en algunas 
ocasiones en manifestaciones ostentosas con armas y uniformes de 
milicias- sin llevar marcarillas, como un signo de independencia 
política.
En localidades como Stillwater, Oklahoma, las 
autoridades locales abandonaron las ordenanzas para imponer el uso de 
mascarillas después de amenazas de violencia. 
Una consigna habitual de estas protestas es que toda la pandemia es una "farsa". 
Trump, rezagado en las encuestas frente a su rival demócrata Joe Biden, camina por la cuerda floja. 
Si
 hay un repunte de las infecciones sus posibilidades de reelección 
pueden verse comprometidas. Por otro lado, él cree que una recuperación 
económica rápida puede darle la victoria. Pero, para ello, es necesario 
que la gente deje de temer la pandemia. 

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