JERUSALÉN.- El visto bueno último al ataque de Hamás a Israel del pasado 7 de octubre,
el más dañino en la historia de la milicia palestina, no vino de la
franja de Gaza, sino del exilio, donde se encuentra su líder, Ismail
Haniyeh. Un hombre que, pese a su lejanía física de Palestina, a caballo
entre Qatar, las más de las veces, y Turquía, mueve los hilos del
Movimiento de Resistencia Islámica desde 2017. Con formación, con
pragmatismo, con menos soflamas incendiarias de las que lanzaban sus
antepasados -hasta el punto de acercar posturas con otras facciones
palestinas- pero defendiendo el mismo ideario fundacional de su
partido-milicia: Israel no puede existir.
La historia de Haniyeh bien sirve para ilustrar el recorrido vital de parte del pueblo palestino, tras 75 años de conflicto con Israel:
hijo del exilio, criado en un campo de refugiados, dependiente de la
ayuda de las Naciones Unidas, desencantado con los líderes palestinos en
el exilio, radicalizado en tiempos de desesperanza. Vino al mundo el 29
de enero de 1962 en el campo de refugiados palestinos de Ash Shati, al
norte de la ciudad de Gaza. Ahí habían llegado sus padres escapando del
asedio de su ciudad, Al Majdal, poco más arriba, también en la costa
mediterránea.
Ese
enclave palestino iba a estar dentro del estado árabe que la ONU
decretó en 1947, al partir el territorio que hasta entonces había tenido
el Mandato Británico y que, por primera vez, también creaba un estado
judío. Sin embargo, la guerra declarada en el 48 acabó con Al Majdal
tomada por las fuerzas de Israel y con familias como los Haniyeh
escapando. Hoy, esa ciudad sigue en pie, unida a varias villas más, pero
se llama Ashkelón y es una de las principales dianas de los ataques con
cohetes de Hamás.
Haniya era un niño de apenas cinco años cuando
la Franja de Gaza en la que nació exiliado fue arrebatada a Egipto por
Israel. Fue en la Guerra de los Seis Días.
Tel Aviv se hizo con el dominio de la zona, controlando militarmente el
territorio e introduciendo paulatinamente colonos, que no salieron
hasta 2005.
De este tiempo hay pocos datos sobre el líder de Hamás: que
su familia resistió gracias a las ayudas de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA),
lo mismo que hoy hacen dos tercios de los pobladores de Gaza, y que
estudió en las escuelas de dicha entidad, las que ahora sirven de
refugio a los civiles.
Su biografía se empieza a afinar en los
años 80 del pasado siglo. En 1983, el joven Haniyeh se matriculó en la
Universidad Islámica de Gaza, en Estudios Árabes. Su idea era ser
profesor de Literatura. El centro que eligió para estudiar bullía en
esos años porque se había asentado fuertemente un sentimiento de
resistencia al ocupante israelí.
Quien lideraba esas ansias de rebelión
era la rama local de los Hermanos Musulmanes del vecino Egipto. Nada que
ver con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yaser
Arafat, aún en el exilio, aún sin acabar de reconocer
internacionalmente. Los Hermanos eran la respuesta radical a Fatah, el
partido de la OLP, y pronto conquistaron a unos estudiantes que no
tenían respuestas para su causa.
De hecho, en la Islámica de
Gaza, creada en 1978, puso dinero hasta Israel, alentando toda la
contestación posible a Arafat y su liderazgo, lo que al final supuso
alimentar a la bestia y permitir que cuajaran movimientos inspirados en
los Hermanos Musulmanes, como el propio Hamás.
Haniyeh fue muy
activo en el bloque de esos estudiantes islámicos llegó a ser jefe del
consejo estudiantil que representaba a los islamistas egipcios. En esos
pasillos encontró la alternativa de Hamás, de similar raíz, y a ellos se
sumó. En 1987 acabó su carrera. No es un año cualquiera, sino el del
inicio de la Primera Intifada, el primer gran levantamiento del pueblo
palestino contra Israel. Fue en diciembre cuando los territorios
ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este, pero sobre todo la franja de
Gaza, vivieron el estallido de una revuelta popular única.
El actual
líder de Hamás se sumó a ella ya como militante del Movimiento de
Resistencia Islámico y fue entonces cuando comenzó a ascender en su
organigrama, en paralelo a sus arrestos: uno a finales de ese 87, muy
breve; otro en 1988, por seis meses, y el último en 1989, que le reportó
tres años de prisión por subversión. Fue excarcelado por los israelíes
porque accedieron a canjearlo por dos agentes del Mossad capturados en
Jordania cuando se disponían a asesinar a Jaled Mashal, uno de los
dirigentes del movimiento en el exilio y, a la postre, su predecesor al
mando de la milicia.
Acabó deportado en el sur del Líbano junto a
400 miembros de la Yihad Islámica, de sus correligionarios y del jeque
Ahmed Yassín, líder fundador y espiritual de Hamás. Al año estaba en
Gaza de nuevo con un nuevo cargo, decano de la que había sido su
universidad. Pese a la actividad académica de profesionales que ha
permitido a la Islámica investigar y avanzar sin rendir cuentas a Hamás,
con convenios con universidades españolas como la de Granada o la
Autónoma de Madrid, Israel insiste en los lazos con la milicia y, por
eso, reventó su sede con un bombardeo la semana pasada.
Haniyeh ya no dejó de crecer con Hamás y de apoyar las acciones que
acometía, cada vez más violentas: creado ya su brazo militar, las
Brigadas de Ezzedín Al Qasam, empezó a golpear en poblaciones de Israel,
con ataques suicidas con explosivos que tenían como objetivos no sólo a
los militares sino a los civiles. Los atentados en mercados o autobuses
eran calificadas "operaciones militares de resistencia", pero en Occidente les otorgaron un lugar en las listas de organizaciones terroristas del mundo.
No los censuró, como tampoco las críticas a Arafat y la OLP o la carta
que dio naturaleza a Hamás y en la que dejan claro su ideario: esta
"rama" de los Hermanos Musulmanes en Palestina proclamaba el objetivo de
"elevar la bandera de Dios sobre cada rincón de Palestina" y la
necesidad de poner fin a la "usurpación por los judíos de Palestina"
mediante la "jihad" contra los "invasores sionistas".
Nada que ver
con la transformación de la OLP y su apuesta definitiva por defender el
principio de los dos estados vecinos y seguros, lo que llevaba a un
insólito reconocimiento del Estado de Israel, y al compromiso de no usar
ni la lucha armada ni el terrorismo como instrumentos de acción
política. Si Hamás se radicalizaban, los se Arafat apostaban por el
camino del diálogo.
Haniyeh se fue ganando fama de comprometido
multiplicando las labores de Hamás en el terreno social, financiadas a
partir de donaciones, cuotas de militancia y limosnas caritativas por
prescripción coránica (zakat).
"La red de escuelas, orfanatos,
clínicas, cocinas, mezquitas y ligas deportivas que patrocinaba o
regentaba, unida a las labores de propaganda, reclutamiento y
adoctrinamiento, formaba una verdadera administración paralela a la de
la ANP en manos de la OLP, y su eficiencia, en agudo contraste con el
desorden y la corrupción imperantes en las estructuras oficiales, no
hizo sino acrecentar la popularidad del movimiento en los territorios
autónomos y ocupados, sobre todo en Gaza", como explica Roberto Ortiz de Zárate, del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs).
Bendecido por Yasín
Haniyeh
pasó de la universidad -donde tenía un importante poder de influencia
entre las nuevas generaciones- y la caridad a puestos más políticos
cuando el jeque Yasín lo tomó como asesor, al frente de su oficina
personal en Gaza.
Tras el estallido a finales de septiembre de 2000 en
la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén de la Segunda Intifada,
Haniya reforzó su ascendiente político y entró a formar parte del
liderazgo colectivo de Hamás.
Ahora sí que formaba parte directa en los
planes de ataque a intereses de Israel y de los atentados que, de nuevo,
sumieron en el horror al país, mientras continuaba la ocupación, se estancaba el proceso de paz y se reducían las esperanzas de tener un país en paz.
Dentro
del grupo, Haniyeh destacaba por un pensamiento algo más moderado que
otros colegas, su personalidad calmosa y su propensión a ocupar un
segundo plano, dejando a líderes más fogosos que se lucieran en los
mítines y discursos. Viendo que además eso le exponía a perder la vida
antes, en ataques de Tel Aviv, más aún.
Pero era un peso pesado y por
eso fue incluido en la lista negra del Ejército israelí, listo para
formar parte de los asesinatos selectivos o extrajudiciales. acentuó
tras comprobar el empeño de Israel en acabar con los principales mandos
de Hamás.
Fueron cayendo todos, poco a poco. Haniyeh, por
ejemplo, estaba en 2003 con Yasín cuando mantenían una reunión en un
bloque de apartamentos en Gaza y un avión descargó una bomba sobre el
edificio. El grupo, alertado por el estrépito del cazabombardero
israelí, abandonó precipitadamente el inmueble apenas unos segundos
antes del impacto, lo que seguramente les salvó la vida.
Haniya salió
ileso y algunos de sus compañeros, incluido el jeque, resultaron heridos
de levedad. Yasín acabaría muerto con un misil sobre su silla de ruedas
al año siguiente, como su sucesor, Abdel Aziz Rantisi, y Hamás se vio
obligado a renovarse.
De inicio, prometieron un "terremoto" y un
"volcán de venganza" para Israel, pero se tuvieron que contener porque
la Inteligencia y el Ejército de Israel iban dando en todos los clavos,
descabezando a toda la organización. Fue un tiempo para los sibilinos.
No se hizo público ni el nombre del nuevo líder de Hamás. Haniyeh, se
decía, era el número dos. Estaba arriba, nadie sabía bien dónde.
Fueron años de crecer en adeptos, porque el proceso negociador con
Israel no funcionaba y porque el asesinato de líderes había dolido. La
intifada perdió fuerza y Hamás redobló entonces sus ataques internos no
ya a la OLP, sino a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), surgida de
los Acuerdos de Oslo.
Rechazaban que fuera la representante de Palestina
y sus postulados y, por eso, boicotearon las elecciones presidenciales
de 2005, tras la muerte de Arafat en Francia. Mahmud Abbas tampoco era
de su agrado. El movimiento islamista sí concurrió a los comicios
municipales que se desarrollaron por etapas hasta el mes de mayo,
cosechando unos resultados sobresalientes en Rafah y Beit Lahya en Gaza,
y Qalqilya en Cisjordania.
Pese al rechazo visceral a Fatah, el
partido de Abbas, se ha entendido siempre que fue el práctico Haniyeh
quien, viendo la complejidad del momento tras la pérdida de su raïs
histórico, pidió calma a Hamás.
Así se logró que el 17 de marzo de
2005, tras una reunión en El Cairo entre representantes de la ANP y de
13 organizaciones palestinas radicales, se lograse un "período de calma"
entre ellas y contra Israel. Sus deseos de ver desaparecer a Israel se
mantenían, pero sus acciones se contuvieron. Más que como un logro de la
ANP, se entendió como grandeza de Hamás.
Hubo incluso pequeños grandes
cambios en su discurso: en febrero de 2005, Jaled Mashal, considerado el
dirigente de Hamas más radical del momento, declaró que pondrían
término a la lucha armada si Israel reconocía las fronteras
internacionales de 1967, evacuaba la totalidad de Cisjordania y Gaza, y
aceptaba la demanda palestina del "derecho de retorno".
Pero la
causa palestina tenía poco de lo que alegrarse: seguía la construcción
de asentamientos israelíes en Jerusalén Este y en Cisjordania, se levantó un muro declarado más tarde ilegal y
se aprobó el Plan de Desconexión de Gaza, que supuso la completa
evacuación del personal militar y los colonos de la franja en ese 2005,
sí, pero a cambio de perpetuar los mayores asentamientos en Cisjordania.
En ese contexto, Hamás ganó las elecciones legislativas de Palestina en
2006 y fue cuando Haniya disparó su popularidad, sobre todo en Gaza.
El ascenso
Haniyeh,
casado y con 13 hijos, que seguía viviendo en una modesta vivienda de
campo de su Ash Shati natal, que se explicaba con serenidad y empezaba a
ser usado como portavoz en medios internacionales, estaba listo para
ascender. De su boca era difícil escuchar frases clásicas de Hamás como
ese deseo de querer "arrojar a los judíos al mar" y aceptaba hasta las
repreguntas. Se veía como alguien comprometido con la desescalada del
conflicto militar y abierto al diálogo con Israel para concertar un cese
recíproco de los actos violentos, crítico con el proceso de paz y las
supuestas cesiones de la OLP.
En diciembre de 2005, Hamás lo puso
al frente de la lista de candidatos al Consejo Legislativo de la ANP, ya
que el partido, por primera vez desde el arranque de la autonomía, iba a
participar en unos comicios generales, lo que suponía un cambio
estratégico de gran calado.
Las elecciones iban a tener lugar el 25 de
enero de 2006. Haniya se apoyó en el triunfalismo y populismo, contra el
"monopolio" de Fatah y arrogándose el papel de vigilante de Israel y de
líderes de una "lícita" Intifada. Ante una administración con enormes
lagunas de transparencia, vendían una formación confesional que hacía de
la honradez su marca.
El mensaje cuajó, y de qué manera: en una
jornada con un 78,2% de participación, limpia, Hamás se hizo con una
mayoría absoluta de 74 escaños sobre 132. Su porcentaje de voto en toda
la ANP fue del 44,4% y su victoria fue especialmente avasalladora en los
distritos populosos de Hebrón, Gaza ciudad y Gaza Norte -allí se llevó
todos los escaños-. En Jerusalén también ganó a Fatah, duplicando sus
dos escaños.
La reacción fue en cadena: crisis en el Gobierno
palestino, cascada de dimisiones, Tel Aviv afirmando que no hablaría
nada con un gabinete en el que Hamás estuviera presente y tomando
medidas aislantes como la congelación de transferencias de fondos...
Estadounidenses
y europeos se mostraron dispuestos a aplicar sanciones económicas, como
la suspensión de su vital ayuda financiera directa, de la que entre
otras cosas dependía el abono de los sueldos a los 140.000 funcionarios y
asalariados autonómicos, a menos que Hamas desarmara a su aparato
miliciano, renunciara públicamente a la violencia, aceptara la validez
de los acuerdos firmados hasta la fecha y reconociera a Israel.
Ahí
entró em juego de nuevo la inteligencia de Haniyeh, que vio que la
rotundidad de su victoria era amenazante a la par para su formación y
dio el paso de ofrecer a Abbas un
Gobierno de concentración. El
mandatario le reclamó que dejaran la violencia, que se centraran en la
vía política, reconocieran a Israel y hablaran con él. El diálogo no se
rompió, sino que se designó al propio Haniyeh candidato a primer
ministro.
Fue puro simbolismo, porque Haniyeh fracasó en sus
intentos de convencer a Fatah, a la Jihad Islámica y a los partidos de
la extrema izquierda laica FPLP y FDLP, de gobernar en coalición. No
pudo hacer frente al bloqueo de fondos y su estrategia para salvarlo se
vio débil, un "plan económico de autosuficiencia", "racionamiento" y
"protección" del dinero público, poco concreto y prometedor.
Hasta abrió
la puerta a un reconocimiento de Israel "por etapas", siempre que al
menos se retirara a las fronteras de 1967, liberara a todos los presos,
permitiera el retorno de los refugiados (cinco millones hay por el
mundo, dice la ONU) y cesara en sus redadas y agresiones.
Dijo que en
Hamás no eran unos "amantes de la sangre interesados en un ciclo vicioso
de violencia", sino "gente oprimida con derechos", para quienes una paz
que preservara esos derechos sería "una buena paz".
No convencía a
los suyos pero tampoco a Tel Aviv, que insistió en señalarlo como
culpable si se producían más atentados y lo citó como un "objetivo
legítimo" porque "Hamás no comete atentados sin su autorización". Se
entendía que el primer ministro era más sereno en sus palabras que en su
fondo, en sus formas que en su mentalidad. No se fiaban. Las críticas
desde dentro del propio Movimiento de Resistencia Islámico fueron
haciendo mella, también.
Haniyeh llegó a formar un Gobierno, pese a todo, con 24 ministros de
Hamás, tecnócratas e independientes. Juramentos cruzados, en Gaza y
Cisjordania, conformaron este nuevo poder. Era marzo de 2006. Año y
medio duró. El 14 de junio de 2007 fue destituido por el presidente de
la ANP y sustituido por Salam Fayyad, por diferencias irreconciliables,
que se dice.
Haniyeh no admitió la destitución y continuó gobernando de
facto la Franja de Gaza, en una administración paralela coordinada al
mínimo imprescindible con la ANP y jalonada de distintos intentos de
acercamiento.
"Haniyeh se ha dedicado a impulsar la reconciliación entre
palestinos y a acoger con agrado todos los esfuerzos en este sentido.
También adoptó una política de apertura a la Ummah árabe e islámica y a
todos los países del mundo", afirma Hamás en su perfil, en su página web.
Ha
seguido siendo el jefe político de Hamás, desde que le tomó el relevo a
Meshal en 2017, cargo en el que fue votado de nuevo por sus militantes
en 2021. Entonces ya estaba en el exilio, donde se marchó en 2019.
Antes, tuvo que llevar las riendas en las ofensivas israelíes sucesivas,
seis en 15 años, algunas iniciadas por el lanzamiento de cohetes de su
propia gente sobre suelo israelí. En 2014 su predicamento creció
especialmente, porque le mantuvo el pulso a Tel Aviv durante 51 días, lo
que aún le dio más popularidad, sin ser protagonista de un clásico
culto al líder.
Estos cuatro últimos años los ha pasado entre
Qatar y Turquía. En el primero de estos países se le ha visto en su
última comparecencia, ahora, en plena crisis. En imágenes difundidas por
medios vinculados a Hamás el 7 de octubre, se observa a Haniyeh viendo
imágenes en televisión del ataque Hamás contra Israel, antes de unirse a
otros líderes de su milicia en una oración para "agradecer a Alá por
esta victoria".
"Sólo tenemos un camino: regresar a nuestra
tierra", defendió en una intervención posterior un Hanuyeh que no se ha
cortado al reunirse con el ministro de Exteriores de Irán hace apenas
dos días y dejar claro en público su ligazón con Teherán y el visto
bueno de los ayatolás a su andanada histórica. Ambos acordaron
"continuar la cooperación" para llegar sus objetivos. Los dos han
declarado que es acabar con Israel.
De esa inteligencia que
destaca quien lo conoce ha nacido un ataque que parece suicida, porque
Hamás sabía que iba a abrir la caja de los truenos y que Tel Aviv, como
ha hecho, prometería su desaparición. Ahora está por ver cómo juega al
terrible ajedrez que tiene por delante de rehenes, ofensiva terrestre y
descabezamiento de sus filas: ya ha perdido al menos a tres primeros
espadas.