sábado, 9 de septiembre de 2023

El viaje a ninguna parte de los BRICS / Fernando Díaz Villanueva *


La decimoquinta cumbre de los BRICS se reunió a finales de agosto en Johannesburgo. El bloque estaba algo alicaído desde 2019 cuando celebraron su última reunión presencial en Brasilia sólo unos meses antes de la pandemia. En 2020, 21 y 22 se limitaron a cumbres por videoconferencia que uno de los miembros organizaba. En 2020 fue Rusia, en 2021 la India y el año pasado China. 

La cumbre de este año era muy esperada porque acuden los jefes de Estado y estaba en el aire si Vladimir Putin se iba a atrever a viajar a Sudáfrica. La razón por la cual no se tenía del todo claro que fuese a asistir personalmente era que sobre Putin pesa una orden internacional de captura por parte del Tribunal Penal Internacional desde marzo. Le acusan de deportar niños de Ucrania a Rusia. 

Cualquier país que forme parte del TPI, es decir, que haya ratificado el Estatuto de Roma, está obligado a detener a Putin según pise su territorio. China y la India no han ratificado el estatuto, pero sí Sudáfrica, así que ante la duda Putin prefirió quedarse en Moscú y asistió de forma virtual enviando a su ministro de exteriores, Serguei Lavrov, para que apareciese en las fotos.

Despejada esa incógnita la cumbre traía una novedad: los BRICS se quieren expandir incorporando algunos países nuevos a quienes han invitado formalmente a unirse. Los elegidos son Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.

Si todos ellos acceden, los BRICS pasarían de cinco a once miembros con algunas incorporaciones interesantes desde el punto de vista económico como Arabia Saudí, que es uno de los principales productores de petróleo y el mayor exportador del mundo. Los analistas coincidieron en que la voluntad de los BRICS, más concretamente de China que es quien lleva la voz cantante ahí, es convertir el bloque en una suerte de alternativa al G7.

Pero antes de nada aclaremos algunos conceptos. El G7 o Grupo de los Siete reúne a las siete economías más grandes del mundo regidas por democracias liberales: Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia y Japón. El grupo se formó en 1973 poco antes de que estallase la crisis del petróleo. 

Dos años más tarde quedó constituido como tal y empezaron a reunirse de forma regular con el objetivo de coordinar algunas medidas económicas. Los líderes del G7 se han reunido todos los años desde entonces. Llevan un total de 49 cumbres, la última se celebró en Hiroshima a mediados de mayo, pero a menudo se centran más en cuestiones de política exterior que en asuntos económicos, que es lo que dio origen al grupo. Aun así, como alianza, el G7 tiene un peso considerable dado su tamaño económico y poder militar.

Los BRICS surgieron de forma diferente. El término BRICS fue un invento del economista jefe de la división de gestión de activos de Goldman Sachs, el británico Jim O'Neill, que, en el artículo que escribió en noviembre de 2001 y tituló “Building Better Economic BRIC”, predijo que cuatro importantes economías emergentes (Brasil, Rusia, India y China) crecerían mucho más rápidamente que el G7 en las primeras décadas del siglo XXI. 

El acrónimo hizo fortuna, entre otras cosas porque asemeja a la palabra “brick”, que en ingles significa ladrillo. Brasileños, rusos, indios y rusos se sintieron halagados y unos años más tarde, en 2009, celebraron su primera cumbre a la que asistieron sólo esos cuatro. Como querían incorporar un país africano al año siguiente invitaron a Sudáfrica. 

Han pasado casi 22 años desde que O’Neill publicase aquel artículo y podemos decir ya que acertó, pero sólo a medias. China y la India han crecido rápidamente, Brasil, Rusia y Sudáfrica no tanto, de hecho, se han comportado como genuinas economías tercermundistas encadenando periodos de gran crecimiento seguidos de crisis económicas muy agudas que deshacían parte del camino andado.

Desde el principio el régimen chino vio en esta iniciativa una oportunidad para expandir su influencia internacional asociándose con países grandes como la India, Rusia o Brasil. Asociándose económicamente, porque en otros aspectos carecen de objetivos comunes. Los brasileños dependen mucho más de EEUU y de Occidente que de sus compañeros de los BRICS. Con la excepción de China, que absorbe un 30% de las exportaciones y un 25% de las importaciones, los principales socios comerciales de Brasil son Estados Unidos, la Unión Europea y vecinos como Argentina o Chile.

Respecto a la India, su principal mercado exportador es el estadounidense seguido de la Unión Europea. China sólo constituye el 5% de sus exportaciones y con Rusia su comercio bilateral es diminuto. Un dato muy ilustrativo. En 2021 la India exportó a Rusia bienes por valor de 3.600 millones de dólares, a España por valor de 4.700 millones de dólares y a EEUU por valor de 71.000 millones de dólares. 

La India exporta más a México que a Rusia. Eso en la parte económica, en la política China y la India tienen diferencias de límites en el Himalaya desde hace 60 años. En 1962 llegó a producirse una breve guerra que quedó interrumpida por mediación internacional. Pero los problemas son continuos. En 2020 hubo enfrentamientos entre soldados chinos e indios con varios muertos. 

Los presidentes de China y la India escenifican concordia en las cumbres de los BRICS, pero la realidad es que tienen una disputa fronteriza sin resolver. Algo así como si Francia y Alemania, miembros ambos del G7, siguiesen peleándose por Alsacia-Lorena y aquellas dos regiones estuviesen llenas de divisiones militares de los dos países apuntándose con sus fusiles. Eso mismo es lo que sucede entre chinos e indios en las provincias de Aksai Chin y Arunachal Pradesh.

El hecho es que, a pesar de las diferencias y de que los BRICS no son más que un banco de desarrollo con sede en Shanghái y una cumbre anual con sus cinco presidentes saludando a la prensa con mucha bandera y discursos grandilocuentes, para convertirlo en algo parecido al G7 quieren expandir el grupo. El problema es que sólo dos invitados aportan economías plenamente desarrolladas: Arabia Saudí y los Emiratos. Y ni siquiera eso está claro. 

El ministro saudí de Asuntos Exteriores anticipó durante la cumbre de Johannesburgo que necesita más información sobre qué implica ser miembro y en función de eso tomarán la decisión. El resto hasta la fecha no ha puesto pegas porque la realidad es que unirse a los BRICS es como suscribir los acuerdos climáticos. No obliga a nada salvo asistir a las cumbres anuales, algo que a los presidentes les encanta porque se dan un baño de televisión y concitan la atención de toda la prensa mundial.

Los chinos quieren que se transforme en algo más. Uno de los planes estrella es que el banco de desarrollo de los BRICS, fundado en 2015 tras una cumbre que los reunió en 2014 en la ciudad brasileña de Fortaleza, empiece a otorgar préstamos en monedas locales. Por monedas locales hay que entender yuanes chinos. China lleva años empeñada en proyectar en todo el mundo el uso de su moneda porque son conscientes de que buena parte del poder estadounidense se debe a la hegemonía del dólar en los pagos internacionales.

Pero, ¿podrían llegar a mirarse de tú a tú con el G7? Pongamos antes sobre la mesa algunos datos importantes. El Fondo Monetario Internacional estima que el PIB mundial será de 105 billones de dólares este año. El PIB del G7 será de 46 billones de dólares (el 44% del total mundial), de los cuales Estados Unidos representa aproximadamente el 58%. Las economías de los BRICS tendrán un PIB de 27 billones de dólares (el 25% del total mundial), de los cuales China representa el 70%. 

El grupo de los BRICS es importante, sin duda, pero más pequeño que el G7 y más dominado por su miembro principal. Si sumamos a los seis nuevos añadidos, el PIB de los BRICS se iría a los 30 billones de dólares, el 28% del total mundial. Como vemos, los nuevos miembros aportan muy poco PIB a pesar de ser muchos. De hecho, en los BRICS China lo es casi todo seguido de la India. Brasil, Rusia y Sudáfrica están de relleno. 

El resto son simple decoración. En el G7 las cuatro economías europeas principales (Reino Unido, Alemania, Francia e Italia) están muy desarrolladas, son de gran tamaño y se encuentran enclavadas en la parte alta de la cadena de valor. Alemania, Francia e Italia comparten además moneda, el euro, política aduanera y la mayor parte de la regulación económica.

Por ahora una moneda común no está en la agenda de los BRICS. Se limitan a promover mayores intercambios comerciales dentro del grupo empleando divisas locales en lugar del dólar estadounidense. Sobre el papel parece atractivo, pero aún está por ver que los exportadores indios acepten rands sudafricanos, reales brasileños, rublos rusos, libras egipcias o birs etíopes por sus cargamentos de arroz o por los vehículos fabricados para la exportación. Lo mismo puede decirse de los saudíes o de los brasileños. 

El principal producto de exportación de Brasil es el mineral de hierro seguido de la soja. Su principal producto de importación es el petróleo refinado y maquinaria de distintos tipos que les llega de muchas partes del mundo. Para pagar lo segundo necesitan dólares. Si les pagan el hierro en yuanes no podrán emplearlos para comprar maquinaria europea o circuitos integrados taiwaneses porque los proveedores pedirán dólares a cambio.

Todos los miembros están de acuerdo en que se debe incrementar el comercio entre ellos, pero no pueden imponerlo salvo que lo incentiven mediante acuerdos arancelarios que inviten a exportar o importar en ciertas direcciones. Algo similar a lo que sucede en Europa. Eso está por ver que suceda. 

Hay, además, otro problema de orden interno. Las dos potencias de los BRICS (China y la India) tienen visiones distintas del grupo. Para la India es una asociación que persigue exclusivamente intereses económicos, mientras que China ve la alianza como un contrapoder geopolítico frente a Occidente. La India no quiere malquistarse con Occidente, que es su principal socio comercial y con quien más relación tiene. 

La India, recordemos, es una democracia liberal al igual que Brasil, cosa que no sucede con China o con Rusia. Forma además parte del llamado Quad (Diálogo de Seguridad cuadrilateral), un foro nacido en 2007 que reúne a la India, EEUU, Japón y Australia para contrarrestar la actividad china en el indopacífico. 

Es decir, desde el punto de vista estratégico no se alinea con los intereses de China, tampoco completamente con los de Occidente. Quieren ir por libre sin meterse en problemas con nadie.

Pero quizá el mayor obstáculo para convertir a los BRICS en un actor importante sea la relativa debilidad económica de sus tres miembros más pequeños: Brasil, Rusia y Sudáfrica. Estas economías no terminan de arrancar y sus perspectivas a corto plazo no son prometedoras. 

La economía sudafricana creció mucho durante la primera década del siglo, pasó de tener un PIB de 136.000 millones de euros en el año 2002 a uno de 337.000 millones en 2012. Luego cayó abruptamente hasta los 286.0000 millones en 2016, se recuperó un poco y volvió a caer. Ahora ha remontado el vuelo, pero está sólo un poco por encima del pico que alcanzó hace trece años. 

Su comportamiento es similar al de países como Nigeria. Con Brasil tenemos un comportamiento parecido. Creció muchísimo de 2000 a 2011 cuando su PIB alcanzó el máximo histórico con 1,9 billones de euros. Desde entonces todo ha ido cuesta abajo y hoy el PIB brasileño es de 1,8 billones, es decir, menor que hace doce años.

Rusia es caso aparte. Empezó el siglo con un raquítico PIB de 300.000 millones de euros. Gracias a las exportaciones de gas y petróleo lo multiplicó por seis en poco más de diez años. En 2013 tocó techo con 1,7 billones de euros, desde entonces no ha hecho más que caer y hoy ronda los 1,3 billones de euros con perspectivas negativas ya que se han metido en una guerra en Ucrania y se encuentran sometidos a un rosario de sanciones de las potencias occidentales, que hasta el estallido de la guerra eran sus mejores socios comerciales y su principal fuente de divisas.

Lo de añadir nuevos miembros parece una buena idea en tanto que fortalece el PIB del grupo incorporando nuevas economías emergentes o ya emergidas como la de Arabia Saudí o los Emiratos. Estos dos si pueden aportar mucho al grupo, pero otros como Argentina e Irán pueden ser más problemáticos ya que se trata de dos países en crisis económica crónica que, más que dar, piden.

La fortaleza del G7 radica en lo mucho que se parecen sus países miembros. Todos son democracias prósperas, orientadas al mercado mundial y que fabrican bienes y prestan servicios de alto valor añadido. Todos están unidos por alianzas militares y comparten objetivos económicos y políticos. 

Y, no menos importante, emiten las dos divisas más importantes del mundo: el dólar y el euro, que juntas totalizan el 80% de las reservas en divisa extranjera. Si le sumamos el yen japonés, la libra esterlina y el dólar canadiense nos iríamos al 92%. El yuan representa sólo el 2,5% de las reservas de divisas. La rupia india, el rublo ruso o el real brasileño ni siquiera figuran en la lista.

Las economías del G7 están muy entrelazadas entre ellas y al mismo nivel de desarrollo. Su renta per cápita es similar, nada que ver con los BRICS, que tienen niveles de ingreso per cápita muy distintos, tienen también diferentes sistemas políticos y no están alineados militarmente. De hecho, la India está parcialmente alineada con las potencias occidentales. 

No está claro cómo los BRICS ampliados podrán siquiera acercarse al G7 en términos de influencia. La idea de convertir ese heterogéneo grupo en una versión alternativa al G7 es, hoy por hoy, más una quimera que un plan que debamos tomarnos en serio.

(*) Historiador y escritor español

https://www.vozpopuli.com/redaccion/fernando-diaz-villanueva