REYKIAVIK.- Con
los bancos arruinados, la moneda en caída libre y los pedidos de
rescate al FMI, Islandia se hundía en 2008 en la peor crisis financiera
de su historia, un traumático recuerdo que el país intenta olvidar.
Hace
una década, la pequeña isla volcánica aislada en los confines del
Ártico gozaba de una situación envidiable. Los islandeses tenían el
mayor nivel de vida del mundo y el crecimiento de su economía se situaba
cerca del 5% cada año desde el 2000, estimulada por un sistema
financiero muy activo en el extranjero.
El
balance combinado de los tres grandes bancos islandeses --Kaupthing,
Landsbanki, Glitnir-- equivalía antes de la crisis a casi 10 veces el
PIB de Islandia, uno de los países más pequeños del planeta.
El
trío, apodado los "vikingos de las finanzas", operaba tanto el
extranjero como en el mercado interior, incitando a pedir préstamos. En
el país de apenas 320.000 habitantes, unas 70.000 familias tenían
entonces contratado un crédito.
Pero
el 15 de septiembre de 2008, cuando quebró el banco de negocios
estadounidense Lehman Brother, los mercados mundiales de crédito se
congelaron de un día para otro.
Los
tres grandes bancos islandeses se vieron amenazados rápidamente. Esos
establecimientos, que habían financiado su expansión internacional
desenfrenada con préstamos, necesitaban esos mercados. La burbuja
especulativa estalló y el sistema se vino abajo.
La
corona islandesa perdió la mitad de su valor en unos meses, la
inflación se disparó hasta el 18% y la tasa de desempleo alcanzó casi el
9% en el segundo trimestre de 2009.
Para
evitar la bancarrota, las autoridades islandesas prohibieron todo
movimiento de capitales hacia el exterior y tomaron el control de los
tres bancos, sin que el Estado asumiera las pérdidas.
"Islandia
estaría en quiebra actualmente si hubiéramos hecho eso (nacionalizar
las pérdidas)", indica el gobernador del Banco Central de Islandia, Mar
Gudmundsson.
El
país dejó que quebraran sus bancos para permitir refundar el sistema
financiero sobre bases sanas y creó tres nuevas entidades: Islandsbanki,
heredera de la rama islandesa de Glitnir, Arion Banki y New Landsbanki.
Sus carteras se simplificaron y operaban únicamente en el mercado
nacional.
Entretanto,
miles de manifestantes reclamaron la marcha del gobierno de
centroderecha. Un cuarto de ellos perdieron sus ahorros y muchos debían
reembolsar préstamos cuyas mensualidades se habían duplicado en algunos
casos.
El
país nombró a un fiscal especial que estudió cerca de 200 casos, de los
cuales 24 dieron lugar a condenas por fraude, malversación,
manipulación del mercado y abuso de confianza. Seis de esos casos siguen
en los tribunales.
Desde
entonces, la pequeña isla vivió un repunte espectacular, pese a que
después de la crisis sufrió su mayor ola de emigración desde finales del
siglo XIX.
A
costa de medidas de austeridad y del endeudamiento de los hogares, la
economía de Islandia, el primer país occidental que recibió ayuda del
Fondo Monetario Internacional (FMI), volvió a crecer a partir de 2011.
En
2016, el país tuvo un crecimiento del 7,2%, el mayor de los países de
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE),
alimentado por el consumo privado, el regreso de las inversiones, la
explosión del turismo y una política presupuestaria expansiva.
Sin
embargo, la confianza de los ahorradores no ha vuelto a su nivel previo
a la crisis.
"La reputación de la industria bancaria en Islandia es
bastante débil", dice Stefán Pétursson, director financiero de Arion
Banki.
El tamaño del sistema bancario representa ahora 1,5 veces el PIB y la mayoría de las operaciones son locales.
Según
Thór Sturluson, director general adjunto de la autoridad de vigilancia
financiera, las numerosas barreras creadas en el sector hacen que sea
casi imposible una nueva crisis como la de 2008, aunque cree que se
necesitan más medidas.
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