miércoles, 24 de septiembre de 2025

Teatro de máscaras / Guillermo Herrera *


El cinismo político es la práctica de actuar con descaro, hipocresía y engaño en el ámbito político, socavando la confianza y la participación ciudadana. Esto se refleja en una desconfianza y falta de sinceridad en la política, incluyendo la manipulación de la realidad para mantener el poder y controlar a la opinión pública. 

A nivel internacional, los políticos utilizan distintas varas de medir la violación de los derechos humanos según sea el color del régimen que los viole.

Vivimos en un mundo cínico e hipócrita donde casi nadie cumple todas las leyes humanas y mucho menos las divinas. Hay estados que dicen luchar contra las drogas, pero trafican con ellas en secreto para el beneficio de unos pocos y el perjuicio de muchos. 

Tampoco se cumplen las leyes de la guerra ni los convenios de Ginebra cuando se bombardea a civiles, ambulancias, hospitales y escuelas. Hay ciudadanos que practican la picaresca en sus negocios, pero también hay otros que lo hacen porque consideran injusta una ley. Ese problema se acabaría si se aplicara la Ley Natural y el Derecho Consuetudinario.

Aunque existen tratados como los convenios de Ginebra para proteger a civiles en tiempos de guerra, vemos continuamente ataques contra hospitales, escuelas, ambulancias o infraestructura civil básica. Estos actos contradicen el principio universal de respeto a la vida humana, pilar de la Ley Natural. La lógica estratégica pasa por encima de la dignidad humana.

El sistema económico mundial permite que un puñado de corporaciones concentre riquezas desproporcionadas, mientras millones carecen de lo básico. La especulación financiera, el tráfico de drogas o el lavado de dinero sucio mantienen engranajes de poder que se justifican con leyes artificiales, pero que rompen con la justicia natural. La Ley Natural exige que la riqueza se procure sin dañar a otros y garantizando el derecho de todo ser humano a la subsistencia.

Gobiernos que dicen “defender la libertad” reprimen disidencias internas, violando derechos humanos. Estados que luchan contra el narcotráfico en su discurso mantienen vínculos encubiertos con dichos negocios. Aquí se ve la hipocresía estructural: se cumple la ley sólo en la medida en que favorece al poder.

A nivel social, muchos ciudadanos reproducen esa dinámica. Hay picaresca en los negocios o trampas en los contratos. Actos que, aunque considerados inmorales o ilegales, son vistos por algunos como respuesta ante reglas percibidas como injustas o desiguales. En otras palabras, el fraude cotidiano puede ser un reflejo de la corrupción institucional: si la élite no cumplen las normas, ¿por qué debería hacerlo el pueblo?

CONTRADICCIÓN

Vivimos en un mundo donde es visible la contradicción entre lo que se predica y lo que realmente se hace en casi todos los niveles. La simulación de moralidad, legalidad o justicia convive con prácticas contrarias a esas mismas normas.

 Esta tensión genera un ambiente cínico e hipócrita: fallan las instituciones, los estados traicionan su propio discurso y los ciudadanos se ven forzados a lidiar con leyes que muchas veces parecen hechas más para controlar que para proteger.

Muchos gobiernos declaran políticas de lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo, mientras en paralelo sostienen estructuras clandestinas que operan en esos mismos ámbitos con multas económicas o geopolíticas. 

La hipocresía institucional se hace evidente cuando: Se promulgan leyes contra las drogas mientras las élites financieras se benefician del mercado ilícito. Se firman tratados internacionales como los convenios de Ginebra, pero se violan con bombardeos a zonas civiles, hospitales y escuelas, justificando esas atrocidades en nombre de la “seguridad nacional”

En este marco, la ley se convierte en un instrumento selectivo, aplicado sólo contra los débiles, mientras que los poderosos gozan de impunidad.

PRINCIPIOS

Esto nos recuerda a principios sencillos y universales: Toda vida es digna y debe ser respetada. Toda libertad es sagrada mientras no dañe a otros. Toda comunidad tiene derecho a mantener su forma de vida en justicia y equilibrio. Toda riqueza procede del bien común y no puede concentrarse en despojo de muchos.

Junto con ella, el Derecho Consuetudinario nos devuelve la soberanía: son los pueblos quienes, a lo largo de generaciones, moldean las normas que los rigen, no los burócratas que legislan desde distantes palacios. La verdadera ley nace en la conciencia. Ningún decreto puede anular la vida. La libertad no se concede: se reconoce.

En un mundo regido por estos principios, no habría guerras de conquista, porque ninguna comunidad tendría derecho a arrebatar la vida o la tierra de otra. No habría hambre en un planeta abundante, porque la justicia natural prohibiría acumular riquezas a costa de la miseria. 

No habría leyes absurdas que protegen intereses corporativos mientras castigan la necesidad humana. La política dejaría de ser un teatro de máscaras y se convertiría en un servicio mutuo.

LEY NATURAL

Frente a este desorden, hay quienes plantean que la salida no está en multiplicar reglamentos ni en endurecer códigos punitivos, sino en volver al principio básico de la Ley Natural. Esto se entiende como un conjunto de principios universales que emanan de la moral, la razón y el orden mismo de la naturaleza:

  • Respeto a la vida y la dignidad del otro.

  • Reconocimiento de la libertad y el derecho a la propiedad legítima.

  • Responsabilidad personal en los actos, más allá de coacciones externas.

Por su parte, el Derecho Consuetudinario, complementa esa base porque surge de la costumbre, del acuerdo comunitario y de la práctica prolongada en el tiempo. Está más cerca a la conciencia social que a los decretos burocráticos, y por ello es más legítimo a los ojos de quienes lo viven. Si la humanidad pusiera en práctica la Ley Natural y el Derecho Consuetudinario como norma fundamental:

  • Los estados no podrían ocultar sus contradicciones detrás de discursos vacíos, porque tendrían que responder a principios que no dependen del poder político sino del orden natural.

  • Las guerras impedirían el ataque deliberado a inocentes, porque el respeto a la vida se convertiría en el eje rector más allá de intereses estratégicos.

  • Los ciudadanos no se verían forzados a elegir entre la obediencia ciega a normas injustas y la trampa para sobrevivir, porque las leyes reflejarían un acuerdo ético real y compartido.

En otras palabras, una aplicación coherente de la Ley Natural eliminaría la dualidad hipócrita que hoy caracteriza al sistema: todos estaríamos sometidos al mismo principio universal, desde el poder hasta la base social.

FILOSOFÍA

Según el famoso lingüista Noam Chomky, el cinismo político es un veneno invisible que debilita a las democracias. A su juicio, “el propósito de los medios masivos no es tanto informar sobre lo que sucede sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a las agendas de poder corporativo dominante”.

Para John Locke en estado natural, los seres humanos son libres e iguales, pero están sujetos a la Ley Natural, que enseña que nadie debe dañar la vida, la libertad o las posesiones del otro. Si un gobierno viola la Ley Natural y se convierte en tirano, entonces el pueblo tiene derecho a la resistencia y a la rebelión.

Para santo Tomás de Aquino, la Ley Natural forma parte de un orden cósmico y divino. La creación está regida por la Ley Eterna, y los seres humanos participan de esa Ley Eterna a través de la razón, que les permite discernir lo bueno y lo malo. 

La Ley Natural no depende de ninguna autoridad política; es universal, inmutable y accesible a todo ser humano. 

De ella se derivan principios fundamentales como “haz el bien y evita el mal” o el respeto a la vida. Una ley humana que contradiga la Ley Natural deja de ser verdadera ley y se convierte en corrupción de la ley.

Para Juan Jacobo Rousseau, el ser humano, en estado natural, es libre y guiado por una bondad innata. Es la sociedad desigual y la corrupción del poder lo que lo pervierte. La alternativa sería construir un contrato social basado en la voluntad general, donde las leyes emanen de la comunidad y respondan al bien común.

El cinismo nace en el siglo IV a.C., en la Grecia clásica, con Antístenes, discípulo de Sócrates, y se consolida con su discípulo más famoso, Diógenes de Sinope. Antístenes, desilusionado con la política y la corrupción de Atenas, predicaba una vida de virtud que se alcanzaba mediante la autosuficiencia y el desprecio de los bienes materiales y de los placeres mundanos.

 La verdadera felicidad, según Antístenes, no dependía de factores externos sino del dominio de uno mismo y de la virtud.

https://www.antrophistoria.com/2024/08/el-cinismo-en-la-historia-de-la-antigua.html

IMAGINA

Si fueran la base del orden social los principios universales de la Ley Natural, el Derecho Consuetudinario y las tradiciones legítimas de cada pueblo, quedaría prohibido atacar a civiles bajo cualquier circunstancia, y se resolverían los conflictos mediante un arbitraje ético o mediaciones comunitarias, por lo que la violencia dejaría de ser un medio de política exterior.

En la economía, no habría lugar para la especulación que destruye comunidades enteras, la riqueza estaría vinculada al servicio y al bien común, y se compartirían los recursos de forma justa, pues el exceso acaparado por unos, a costa de la miseria de otros, violaría un principio natural.

En la política, el poder no se basaría en estructuras verticales e impuestas, sino en acuerdos comunitarios. De este modo una norma sólo sería válida si es justa y aceptada por quienes la viven, no por imposición externa.

En la vida social y cultural, desaparecerían las leyes absurdas que criminalizan conductas inocuas, mientras dejan en la impunidad a delitos mayores. Cada comunidad podría conservar sus costumbres siempre que no vulnerasen los principios universales de vida, libertad y respeto.

En síntesis, la Ley Natural sería una brújula universal: nadie estaría por encima de ella, ni un campesino ni un presidente. El Derecho Consuetudinario aportaría la flexibilidad y el arraigo local, permitiendo organizarse a cada cultura según su práctica histórica, siempre y cuando no contradiga los principios básicos de dignidad y equilibrio.

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