BOSTON.- ¿Vivirá Estados Unidos una era dorada de crecimiento impulsado por los 
recortes fiscales y un descomunal programa de inversión pública en 
infraestructuras o lo llevará Trump a una profunda recesión? ¿Conseguirá
 el presidente electo mejorar la balanza comercial del país o lo sumirá 
en una guerra tarifaria global?, escribe el corresponsal del digital español www.republica.com
La esperanza es que ahora que ya tiene asegurada la presidencia, Trump 
siga desmarcándose de su palabrería de campaña en materia económica (ya 
lo hizo en el ámbito sanitario y de inmigración) y empiece a actuar con 
el pragmatismo de un CEO desembarazado de toda ideología, conservadora o
 progresista, y guiado únicamente por criterios de eficiencia. El 
probable nombramiento de Steve Mnuchin, un veterano ejecutivo de Goldman
 Sachs, como Secretario del Tesoro, apunta en esa dirección. 
También 
sería un paso decisivo hacia la desregularización del sector bancario 
que, a juicio de numerosos economistas, crearía las condiciones para una
 nueva burbuja financiera. La prensa conservadora intenta fomentar la 
idea de que detrás de la imagen de gamberro canalla de Trump hay un 
estadista capaz de llevar las riendas económicas del país. Sin embargo, 
aún no se ha despejado la duda de hasta qué punto se puede hacer una 
interpretación literal de sus incendiarios discursos en materia 
económica. 
¿Impondrá, como prometió, aranceles del 45% a China, 
desencadenando una guerra comercial? ¿Hará realmente una inversión 
pública a la escala de aquélla con la que Roosevelt sacó a Estados 
Unidos de la Gran Depresión? La propia personalidad del presidente 
electo y su condición de promotor inmobiliario (le gusta construir 
cosas), hace pensar que hará cierta su promesa de acometer una mega 
inversión en infraestructuras, la cual generaría un fuerte crecimiento 
en el sector de la construcción e industrias afines. Según The Wall Street Journal,
 el PIB de EEUU podría crecer un 2,2 y un 2,3%, respectivamente, durante
 los primeros dos años de la administración Trump. Estas estimaciones, 
confirmadas por el propio nobel de economía Paul Krugman, no tienen en 
cuenta, sin embargo, el posible efecto adverso de una expulsión masiva 
de inmigrantes y de un empeoramiento de la balanza comercial a causa de 
las guerras comerciales. 
Krugman fue el teórico que defendió la política
 de estímulo y endeudamiento de Obama. Por eso, reconoce que la economía
 podría mejorar a corto plazo, pero advierte de que la administración 
Trump hipoteca la salud financiera del país. El economista de Yale no 
recurre a crípticos razonamientos y atribuye el previsible deterioro de 
la economía al simple hecho de que estará regida por funcionarios 
ineptos y de nula independencia, así como a las calamitosas decisiones 
de Trump en política ambiental. 
Sea cual sea la orientación que dé Trump
 a su política económica, el presidente tendrá la connivencia y el apoyo
 casi unánime de los republicanos, que cuentan con mayoría en ambas 
cámaras. (El único recurso con el que cuentan los demócratas para frenar
 la apisonadora legislativa republicana es el llamado “filibusterismo”, 
una forma de obstruccionismo legislativo que consiste en convertir el 
debate parlamentario en un monólogo eterno, retrasando las votaciones 
indefinidamente). De momento, sigue siendo la propia incertidumbre 
económica la que inhibe el crecimiento. 
Desde que el presidente electo 
Donald Trump empezó a arrasar en las primarias, las dudas sobre el 
futuro económico del país y del mundo se han traducido en una reducción 
en inversiones de capital. Hasta que no se empiecen a aclarar las 
directrices que guiarán la economía estadounidense durante los próximos 
cuatro años, las empresas seguirán planteándose si es prudente invertir 
en nuevos equipos o ampliar sus plantillas. 

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