
Pero algunos miembros de la nueva comisión tenían un objetivo diferente. Como George Santayana comentó acertadamente que "quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo". Lo que no señaló fue que algunas personas quieren repetir el pasado; y que a esa gente le interesa asegurarse de que no recordemos lo que pasó, o que lo recordemos de un modo erróneo
Y cómo no, algunos miembros de la comisión intentaron impedir que se
tuviese en cuenta cualquier información histórica que pudiese respaldar
el intento de poner coto a los banqueros descontrolados. Como uno de
esos miembros, Peter Wallison, del Instituto Empresarial Estadounidense,
escribió a un compañero republicano de la comisión, era importante que
lo que dijesen "no socavase la capacidad del nuevo Partido Republicano
de la Cámara para modificar o revocar la ley Dodd-Frank", las normas financieras aprobadas en 2010.
Da igual lo que de hecho sucediese; la doctrina del partido exigía,
literalmente, contar historias que ayudasen a Wall Street a hacer lo
mismo otra vez.
Lo que me lleva a una nueva película que los enemigos de la regulación financiera no quieren, bajo ningún concepto, que veamos.
La gran apuesta está basada en el libro homónimo de Michael Lewis,
uno de los pocos éxitos de ventas que se han publicado a raíz de la
crisis financiera. He visto un pase previo, y creo que consigue a las
mil maravillas que los tejemanejes de Wall Street resulten entretenidos,
recurriendo al humor negro inherente al desastre.
La película logra esta hazaña, principalmente, personalizando la
historia, centrándose no en abstracciones sino en personajes pintorescos
que se dieron cuenta de la putrefacción del sistema y trataron de ganar
dinero aprovechando ese conocimiento. Por supuesto, sigue haciendo
falta explicar todo lo que pasó. Pero hasta las partes expositivas
necesarias funcionan sorprendentemente bien. Por ejemplo, descubrimos el
modo en que los préstamos de calidad dudosa se reestructuraron y
convirtieron en "obligaciones garantizadas por deuda" supuestamente
seguras, gracias a una escena en la que el chef Anthony Bourdain explica cómo el pescado de unos cuantos días puede disfrazarse de caldereta de pescado.
Pero no estoy aquí para hacer de crítico de cine; ustedes querrán
saber si la película cuenta de forma correcta la historia económica,
financiera y política subyacente. Y la respuesta es que sí, en todos los
aspectos importantes.
Podría ponerle pegas a unos cuantos detalles: el grupo de personas
que se dio cuenta de que estábamos ante la madre de todas las burbujas
inmobiliarias, y que ello representaba un enorme peligro para la
economía real, era mayor de lo que la película puede hacernos creer. En
ese grupo incluso había unos cuantos (ejem) economistas famosos. Pero es
cierto que muchos protagonistas influyentes y aparentemente fiables, empezando por Alan Greenspan, insistieron no solo en que no había ninguna burbuja, sino también en que la formación de una burbuja ni siquiera era posible.
Y, de hecho, la burbuja cuya existencia negaron se infló en gran
medida gracias a unos planes financieros opacos que, en muchos casos,
constituían un auténtico fraude; y es indignante que, al final,
básicamente no se castigase a nadie por esos pecados aparte de algunos
espectadores inocentes, es decir, los millones de trabajadores que se
quedaron sin trabajo y las millones de familias que se quedaron sin
casa.
Aunque la película recoge los fundamentos de la crisis financiera, el
verdadero relato de lo que pasó es tremendamente molesto para algunas
personas muy ricas y poderosas. En consecuencia, ellos y sus sicarios
intelectuales llevan años difundiendo una historia alternativa que el
gestor económico y bloguero Barry Ritholtz llama la "Gran Mentira". Es
una versión que culpa de la crisis financiera a —lo han adivinado— una
Administración demasiado grande, especialmente a los organismos
gubernamentales que, supuestamente, conceden demasiados préstamos a los
pobres.
Da igual que las supuestas pruebas que respaldan esta versión hayan
quedado completamente refutadas o que, antes de la crisis, algunos de
esos mismos sicarios atacasen a los citados organismos no por prestar
demasiado a los pobres, sino por no prestarles lo bastante. Si los datos
históricos contradicen lo que a los poderosos les interesa que creamos,
pues no quedará más remedio que reescribir la historia. Y la repetición
constante, especialmente en los medios de comunicación serviles,
mantiene en circulación esta historia imaginaria, por muchas veces que
se demuestre que es falsa.
Por supuesto, La gran apuesta ya ha sido objeto de ataques virulentos
en los periódicos controlados por Murdoch; si la película se convierte
en un éxito comercial o gana premios, es de esperar que la ataquen mucho
más.
Lo que deben recordar cuando vean esos ataques es la razón por la que
se producen. La verdad es que la gente que ha participado en La gran apuesta
debería considerarlos una especie de cumplido: es evidente que a los
atacantes les preocupa que la película sea lo bastante entretenida para
mostrar la verdad a una gran audiencia. Esperemos que sus temores estén
justificados.
(*) Premio Nobel de Economía de 2008
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