MOSCÚ.- El presidente ruso, Vladímir Putin, busca plasmar en papel en Alaska lo que no ha logrado en el campo de batalla tras tres años y medio de cruenta guerra en Ucrania, en la que el ejército ruso no ha podido tomar ni el Donbás ni todo el sur del país vecino.
En caso de que no lo logre, el Kremlin tiene un as en la manga y es la actual ofensiva estival en el Donbás y los bombardeos contra las principales ciudades e infraestructuras ucranianas.
Putin cree que el tiempo está de su parte y confía en que Kiev aceptará finalmente la mayor parte de sus condiciones antes de que la crónica falta de hombres y el alarmante número de deserciones en sus filas permita a los rusos romper las líneas enemigas.
Con todo, no todos los analistas creen que el Kremlin pueda permitirse continuar en 2026 la actual guerra de desgaste con la economía al borde de la recesión y el hartazgo de los rusos en sus indicadores máximos.
La estrategia de Putin es cerrar un acuerdo bilateral con Trump -la Unión Europea es el nuevo enemigo a la par con la OTAN- sin la interferencia del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, cuya legitimidad Moscú pone en duda.
Igual que ocurriera entre 1985 y 1988 entre los líderes soviético y estadounidense, Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan, Putin y Trump no necesitan intermediarios para encontrar puntos de encuentro que beneficien a ambas superpotencias.
A muchos analistas esto les recuerda a la reunión de Yalta (1945), aunque a otros más al Acuerdo de Múnich (1936) o el Pacto Mólotov-Ribbentrop (1939), es decir, el reparto del botín y de zonas de influencia entre los supuestos vencedores a costa de los países pequeños.
En dicho caso, será la Casa Blanca la que tendrá que imponer a Kiev y a sus aliados una paz injusta, pero que suponga el cese definitivo de las hostilidades en Europa.
Putin mantiene que Ucrania es un asunto interno, en otras palabras, su patio trasero, por lo que, a cambio, se ofreció a Trump para mediar en Irán y ahora parece dispuesto a hacer lo mismo con Hamas en Gaza.
En caso contrario, Moscú culpará a Zelenski y a los europeos, como ha hecho hasta ahora, de no estar interesados en la paz y en querer alargar el conflicto «hasta el último ucraniano».
Aunque aceptó reunirse con Trump para evitar las sanciones, días antes de que venciera el ultimátum, Putin aseguró que las maximalistas condiciones rusas siguen estando vigentes.
Es decir, el reconocimiento internacional de las anexiones rusas; la neutralidad ucraniana; el cese de la asistencia militar a Kiev y la convocatoria de elecciones para reemplazar a Zelenski.
Putin lleva desde mediados de 2024 pidiendo a Kiev que se retire de las cuatro regiones anexionadas en 2022 -Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia- a cambio del fin de la conocida como operación militar especial.
Eso significaría, de hecho, la capitulación ucraniana, algo que parte de la sociedad y algunos sectores radicales en Kiev no le perdonarían nunca a Zelenski, quien aseguró el fin de semana que no premiaría la «invasión» rusa.
Para vencer la resistencia ucraniana, tras expulsar a los ucranianos de Kursk, Moscú lanzó una operación para crear una franja de seguridad en Járkov, Sumi y Dnipropetrovsk, moneda de cambio en futuros canjes territoriales.
No obstante, según los analistas, los rusos necesitarían entre uno y dos años de combates para tomar sólo los aproximadamente 6.500 kilómetros cuadrados aún bajo control ucraniano en Donetsk, sin hablar del norte de Jersón y Zaporiyia.
Por otra parte, pese a las ansias de Trump de recibir el Nobel de la Paz, ni Putin ni Trump quieren que la cumbre se centre exclusivamente en el conflicto ucraniano. El Kremlin tiene en su agenda varios señuelos para desviar la atención de su guerra: el desarme nuclear, las inversiones y el Ártico.
Por ese motivo, Rusia levantó la pasada semana la moratoria al despliegue de misiles de medio y corto alcance, que podrían ser emplazados tanto en Europa como en la región de Asia-Pacífico.
Además, a principios del próximo año expira el último tratado de desarme nuclear entre ambos países, el START III.
Tanto Rusia como Estados Unidos son rivales en la exploración y explotación del Ártico, pero Moscú está dispuesto a cooperar con Washington para desarrollar la ruta del norte como futura alternativa al Canal de Suez, en lo que también está interesada China.
En cuanto a las inversiones, el Kremlin parece dispuesto a ofrecer a la Casa Blanca un trato de favor en perjuicio de las compañías europeas que abandonaron el mercado ruso tras el inicio de la guerra en Ucrania.
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