Las
elecciones en las Cámaras legislativas de este 6 de Noviembre, en el
ecuador del cursante mandato presidencial de Donald Trump han superado
con enorme distancia el rango promedio de las ocasiones precedentes,
desde una base de proporcionalidad cifrada en lo radicalmente distinto
del proceder presidencial, tanto en la forma como en el fondo de su
ejecutoria, derivado todo ello, quizás, del propio formato sociológico
de multimillonario del actual presidente.
Al rango de singularidad que
en tal sentido corresponde a un creso como éste puede corresponder su
desapego a las inercias políticas de las que se nutren las continuidades
en muy notable medida.
Lo cual, obviamente, no conlleva en modo alguno la consideración de
que los potentados sean digamos, constitutivamente propicios a gestar
revoluciones. Aunque quepa observar en ellos sentimiento de seguridad
poco compatibles con la adecuada percepción del riesgo que supone la
toma de determinadas decisiones en un amplio abanico de materias.
De
modo muy relevante, en el orden de la política, las que figuran en el
mundo de la diplomacia y de la defensa. Espacio este en el que se ha
engolfado una y otra vez la política de Donald Trump, en el primer
tranco de su mandato presidencial. O sea, en la parte más sonora de su
labor al frente de Estados Unidos.
Son sin embargo otros factores que aquellos que corresponden al peso
político del presidente, los que determinarán al cabo qué género de
modificaciones en esta hora de ahora modificarán los equilibrios de
poder en el Legislativo, con la mayoría Demócrata en la Cámara de
Representantes, y Republicana en el Senado.
Veremos qué pasa allí cuando llegue la madrugada de aquí.
(*) Periodista y abogado español
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