LONDRES.- Tras el cierre de las minas de 
carbón, las fábricas textiles y de acero, a mediados de los ochenta, Margaret Thatcher abrió los brazos a las compañías japonesas de automóviles como pilar de la política industrial del país. El Reino Unido llevaba poco más de una década en la Comunidad Económica Europea, y la dama de hierro –además de ofrecer incentivos fiscales– les vendió este país como el punto ideal para entrar en Europa, recuerda hoy en La Vanguardia, de Barcelona, su corresponsal en Gran Bretaña.
Fue una historia de éxito (que ha dado muchas vueltas con 
las compras de unas empresas por otras, la pérdida de propiedad 
británica, la posterior llegada de alemanes, norteamericanos, franceses e
 indios), hasta el punto de que el sector del automóvil ha sido el más 
productivo (gracias en buena parte a las innovadoras técnicas de 
producción que trajeron los nipones), y el que más inversión ha generado
 en Gran Bretaña en la cuesta arriba de la crisis financiera desde el colapso de Lehman Brothers. 
Hasta ahora, en que los japoneses, igual que llegaron con Thatcher, han empezado a hacer las maletas con Theresa May, en plena incertidumbre del Brexit. Londres ya no es la puerta de entrada en Europa, en todo caso la de salida.
Honda ha anunciado el cierre en 2022 de su planta de 
Swindon, con la pérdida directa de 3.500 puestos de trabajo, y otros 
tantos más indirectamente. Los 160.000 coches modelo Civic que estaba 
produciendo anualmente no se acercaban ni de lejos a los 250.000 
necesarios para que fuera rentable. 
Aunque desde luego no ayuda, el Brexit no tiene toda la 
culpa, y también han entrado en juego factores como el descenso de la 
demanda en China por primera vez en dos décadas, la amenaza de una 
guerra comercial con los Estados Unidos de Trump, la pérdida de 
popularidad de los vehículos diésel, el auge de los eléctricos, y el 
acuerdo comercial suscrito entre Tokio y Bruselas, que eximirá de 
tarifas las ventas en Europa de automóviles fabricados en Japón.
En cualquier caso los japoneses, alérgicos al riesgo, 
llevaban tiempo pidiendo garantías al Gobierno May de que no iba a haber
 un Brexit desordenado, y de que las cadenas de suministros iban a 
funcionar normalmente desde el día mismo de la salida del Reino Unido de
 la UE. A falta de poco más de un mes, no las tienen y han perdido la 
paciencia. 
Porque lo de Honda en Swindon –ciudad una hora al oeste de 
la capital para la que el cierre de la planta constituye un duro golpe- 
no es más que la guinda de un pastel amargo. Nissan ha dado marcha atrás
 en la decisión de desarrollar en Sunderland su nuevo vehículo 
utilitario deportivo X-Trail. Jaguar-Land Rover, el principal generador 
de empleo en el sector (18.500 puestos de trabajo), está ofreciendo 
jubilaciones anticipadas para reducir su fuerza laboral. Ford va a 
disminuir su producción en Bridgend (País de Gales), y tanto Vauxhall en
 Luton, como Aston Martin Gaydon se preparan para cierres temporales en 
la primavera.
El renacimiento de la industria del automóvil británica, 
que empezó con la llegada de los japoneses a mediados de los ochenta y 
se alimentó con la inversión de 6.000 millones de euros por la Tata de 
la India para la revitalización de Jaguar Land Rover, se ha detenido en 
seco, convirtiéndose en una crisis. 
La expectativa de ensamblar dos 
millones de coches en el 2020 ha pasado a ser una quimera. Los 5.500 
millones de euros de inversión en el sector del 2013 quedaron reducidos a
 1.300 millones en el 2017, y a sólo 600 el año pasado. En los últimos 
doce meses, la producción de vehículos ha caído de 1,75 a 1,51 millones.
 No se abren nuevas plantas, sino que se cierran.
“El énfasis en las nuevas tecnologías, el descenso 
de la demanda global, la falta de apetito por los coches de diésel y las
 tarifas son factores clave, pero cualquier elemento que crea 
inestabilidad y dudas, y que disminuye la competitividad de la 
industria, es motivo para no invertir en un país. 
Y eso es lo que 
significa el Brexit en el Reino Unido”, señala Simon Stewart, analista 
de la industria automotriz. Para Honda, por ejemplo, el mercado europeo 
(un 3% de sus ventas globales), es insignificante en comparación con los
 de China y los Estados Unidos.
Con un sector agrícola que representa tan sólo el 0,5% del 
producto interno bruto del país, una dependencia exagerada de la City y 
los servicios y unas manufacturas en declive desde hace medio siglo,el 
éxito de la industria automovilística era muy importante para Gran 
Bretaña, tanto en términos reales como psicológicos. 
Cierto que las 
marcas emblemáticas como Mini, Jaguar, Aston Martin, Bentley y Rolls 
Royce han sido adquiridas a lo largo de las últimas décadas por empresas
 extranjeras, pero los coches siguen fabricándose en Inglaterra, con 
mano de obra nativa y, por tanto, se consideran “propias”.
Los rumores de más cierres están a la orden del día,
 con dudas de hasta cuándo Toyota mantendrá abierta su fábrica de 
Burnaston (Derbyshire) en vista del descenso de la producción en un diez
 por ciento, el grupo francés PSA (Peugeot) seguirá fabricando el 
Vauxhall Astra en Port Ellesmere, y si Volkswagen trasladará a Alemania 
el desarrollo de los 10.000 Bentleys que coloca anualmente en el mercado
 de lujo. De un sector que llegó a dar trabajo a 160.000 personas, en 
poco tiempo se han esfumado 13.500 empleos.
Lo más preocupante para Londres es que los 
fabricantes de coches japoneses no son los únicos que tienen las maletas
 listas. También los bancos, y muchas del millar de empresas de ese que 
dan trabajo a 140.000 personas en el reino Unido. Y cuyas demandas de 
claridad y certidumbre sobre el Brexit han caído hasta ahora en saco 
roto.
Decían los brexiters que suscribir nuevos y 
fabulosos acuerdos comerciales iba a a ser para el Reino Unido pan 
comido, pero la realidad es muy distinta: Londres ni siquiera ha podido 
reciclar como tratados bilaterales las relaciones preferenciales de que 
actualmente disfruta como miembro de la UE con 69 países, por valor de 
130.000 millones de euros. 
Tan sólo las Islas Faroe, Madagascar, Zimbabue, las 
Seychelles, Mauricio, Chile y Suiza han accedido a dar por buenos los 
términos en que exportan e importan ahora con Gran Bretaña durante el 
periodo de transición a partir de la fecha de salida del 29 de marzo (el
 volumen de comercio entre Londres y ese grupo de países asciende 
únicamente a 18.000 millones de euros anuales). 
A pesar de la insistencia del ministro de Comercio 
Internacional Liam Fox, Japón, Corea del Sur, Turquía y Canadá se 
resisten a aplicar al Reino Unido, una vez fuera de la UE, los términos 
de la relación actual como miembro del mercado único y la unión 
aduanera, pensando que su posición fuera del grupo será infinitamente 
más débil.
950.000 millones. Los bancos, aseguradoras y fondos 
de inversión con sede en la City de Londres han acelerado en las últimas
 semanas ante el peligro de una salida desordenada el 29 de marzo, el 
traslado de capitales fuera del Reino Unido. Se estima que unos 950.000 
millones de euros han sido transferidos a otras capitales europeas.
Tan sólo Barclays se ha llevado 300.000 millones de 
euros a Dublín, convirtiéndose de la noche a la mañana en el mayor banco
 de la República de Irlanda. En el último trimestre, mas de veinte 
empresas británicas han establecido su sede en la isla vecina.

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