Entre tanto ondear de banderas nacionalistas, tanto cruce de 
acusaciones y tanta estentórea voz, han pasado desapercibidas algunas 
cosas importantes en el espinoso asunto de la toma de control por el estado argentino del 51% de la petrolera YPF, controlada por Repsol.
Antonio Brufau, el presidente petrolero español, ha 
tenido éxito en estos últimos días en hacer creer a mucha gente a este 
lado del Atlántico que nos han quitado nuestra parte en YPF (el 57%), o incluso que nos han arrebatado un trozo de nuestra
 Repsol. Si el adjetivo posesivo es de aplicación en este caso lo 
veremos más adelante. Antes de nada, el presidente de Repsol debería 
explicar por qué razones su compañía estaba teniendo negociaciones 
secretas para vender a la china Sinopec la parte argentina de la 
petrolera.
Esto no es ninguna invención ni intoxicación interesada, sino que fue
 publicado el día 17 de abril, el martes, por el nada sospechoso Finantial Times en su edición electrónica.
Sinopec participa con el 40% en las actividades de Repsol en Brasil. En la información firmada por Miles Johnson en Madrid, Jude Webber en Buenos Aires y Anousha Sakoui
 en Londres se asegura que la petrolera española quería vender su 57% de
 YPF a Sinopec por más de diez mil millones de dólares y que no informó 
previamente al Gobierno argentino ni de sus intenciones ni de las 
negociaciones “secretas” en curso.
También se dice que Repsol declinó el 
martes hacer comentarios sobre este asunto. ¿Alguien puede imaginar por 
qué? Seguro que sí. ¿Podemos deducir de lo que cuenta el FT alguna de 
las razones que llevaron al Ejecutivo de Cristina Fernández a la expropiación? Quizá. También podía explicar la viuda de Kirchner qué papel juega en todo el asunto el Grupo Petersen, propiedad de la familia Eskenazi, que tiene un 25,46% en YPF.
Cínicamente, Sinopec hizo saber que no es el momento adecuado 
para entrar en YPF, cuando la semana pasada tenía casi ultimado un 
preacuerdo con Repsol. Argentina puede que se haya disparado en el pie, 
como se le escapó y retiró muy oportunamente al canciller español García Margallo,
 pero es seguro, si el FT no miente, que Repsol ya andaba trapicheando 
con YPF y probablemente no haya obtenido sino lo que ella misma se ha 
buscado.
Por eso trae cuenta apartar las banderas rojigualdas que agita el gobierno de Mariano Rajoy
 ayudado por el PSOE para intentar obtener más datos que nos pongan a 
alguna distancia del embrollo y verlo con cierta nitidez. Lo de 
“nuestra” es otro de esos árboles que ocultan el bosque.
La primera voz americana que lanzó anatema a la nacionalización de 
YPF fue el políticamente agonizante –hay elecciones en julio– presidente
 mexicano Felipe Calderón. PEMEX, la estatal petrolera 
mexicana, participa con un 9,5% en Repsol después de aquella 
rocambolesca historia del verano pasado que le costó a Sacyr y a su 
expresidente Luis del Rivero la posición de accionista de referencia en la petrolera española.
O no tan española, porque, además del 9,5% de PEMEX, el 42% de Repsol
 es de fondos de inversión multinacionales gestionados por grandes 
bancos. Y la patria del capital ya sabemos cuál es. Entre “nuestros” 
propietarios nacionales de Repsol destaca Caixabank, con casi el 13%, y 
Sacyr, que mantiene el 10%. Como se ve, ejemplar capitalismo popular, 
aquel invento de Margaret Thatcher y Ronald Reagan llevado al paroxismo por los neocons actuales cuyos desmanes financieros han dado lugar a la actual crisis sistémica.
Tan popular como la cantidad de perjuicios medioambientales por 
derrames y otras circunstancias, que no son exclusivos de Repsol sino 
comunes a todas las prospecciones, yacimientos e instalaciones 
relacionadas con el petróleo.
En la inauguración de la nueva planta de Repsol en Escombreras 
(Cartagena, Murcia), la mayor inversión industrial en España con 3.000 
millones de euros y que estuvo realzada por el Príncipe de Asturias por 
lo que todos sabemos, la compañía presumió de que, a pesar de haberse 
duplicado la capacidad de su antigua factoría, el impacto ambiental ha 
crecido mínimamente.
No es cuestión de discutir sobre ese impacto. Pero hay que señalar que, aun dando por buena esa apreciación, los riesgos ambientales
 sí han crecido: la puesta en marcha de la nueva planta ha llevado 
asociada la instalación de un segundo oleoducto de Cartagena a 
Puertollano que pasa bajo el lecho del pantano del Cenajo, reserva 
reguladora de todos lo regadíos y el abastecimiento humano de la Cuenca 
del Segura.
(*) Periodista
 
(*) Periodista


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