BRUSELAS/LONDRES.- Cuando las conversaciones comerciales con el Reino Unido se estancaron
el 9 de diciembre, un representante de la Unión Europea resumió el
estado de ánimo en Bruselas, escribiendo en una nota interna: “Los
británicos... nos están tomando el pelo, debemos permanecer firmes.”
El primer
ministro británico Boris Johnson y la presidenta de la Comisión Europea,
Ursula von der Leyen, acababan de reunirse para cenar en el edificio
Berlaymont, la sede del ejecutivo de los 27 países de la UE en Bruselas,
y no lograron resolver los bloqueos en materia de pesca y normas de
competencia.
Aunque
esas diferencias y muchas otras se resolvieron el jueves con un acuerdo
para evitar la ruptura de una relación comercial de 900.000 millones de
dólares al año, se mantiene el contexto de desconfianza mutua que
refleja la nota.
Esa
desconfianza probablemente perjudique las relaciones futuras, ya que el
Reino Unido y la Unión Europea abordan una enorme lista de asuntos
pendientes que van desde el comercio de servicios a la cooperación en
materia penal y de seguridad.
“Desafortunadamente,
la confianza no es algo que se recupere de la noche a la mañana”, dijo
un alto diplomático de la UE destinado en Bruselas.
Las
consecuencias económicas de la agria ruptura de Reino Unido con sus
aliados europeos históricos serán dolorosamente visibles, pero las
implicaciones geoestratégicas serán posiblemente aún mayores.
El
hecho de que una de las principales potencias militares y económicas de
Europa rechace a la UE mientras el bloque intenta convertirse en un
contrapeso consecuente a la asertividad de Rusia y China disminuirá la
conexión transatlántica de Europa con Estados Unidos y Canadá.
Reino
Unido abandonó formalmente la UE en enero pasado, 47 años después de su
ingreso y 3 años y medio después de su referéndum del “Brexit”, pero
luego entró en un período de transición durante el cual las normas sobre
el comercio y los viajes quedaron congeladas hasta finales de 2020.
Responsables
y diplomáticos de la UE describieron las conversaciones para alcanzar
el acuerdo comercial que regirá las relaciones a partir del 1 de enero
de 2021 como un agotador ejercicio de faroles y de estrategias para
llevar la negociación al borde del abismo.
Por
parte de la UE, los 27 Estados miembros permanecieron unidos bajo su
principal negociador, el francés Michel Barnier, un inquebrantable
defensor de su mercado único de 450 millones de consumidores.
Resulta
más complicado evaluar las posiciones británicas, ya que a veces
intentaron explotar las diferencias entre los Estados miembros y a
menudo parecían guiarse por los vaivenes de la política interna, según
responsables de la UE.
Sin
embargo, los grandes periódicos del país y los ideólogos de Brexit en
su Gobierno aplaudieron la línea dura de Johnson con Bruselas sobre las
normas de competencia y el acceso a las aguas del Reino Unido para los
barcos de pesca de la UE como una necesaria afirmación de su soberanía.
Reino
Unido siempre ha sido ambivalente sobre el proyecto de unir y
reconstruir Europa de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.
Se
unió, tardíamente, en 1973, pero su liberalismo económico chocaba con
gran parte de la Europa continental, y nunca se unió a la moneda única,
el euro, o a la zona Schengen de libre circulación.
El
euroescepticismo británico se vio avivado durante décadas por gran
parte de su prensa, cuyos miembros —incluido Johnson, corresponsal del
Daily Telegraph en Bruselas en 1989-94— criticaron las ambiciones
federalistas de los “eurócratas” y criticaron el celo regulador de la
UE.
En
una ocasión, Johnson se burló en una columna de opinión de unas normas
que, según él, prohibían el reciclaje de una bolsita de té o que los
niños menores de ocho años inflaran globos.
Para
muchos británicos, el Brexit tiene una lógica conceptual: que el Reino
Unido se desvincule de las economías estancadas de la UE y pase a
competir con un proyecto que, según ellos, está destinado a fracasar.
Sin embargo, la incómoda relación de Reino Unido con la UE también ha sido polémica en su país.
La
agresión de Margaret Thatcher hacia Bruselas condujo a una revuelta en
el Partido Conservador que terminó con su mandato en 1990. La apuesta
del referéndum de Brexit de 2016 hecha por uno de sus sucesores, David
Cameron, provocó su dimisión y, con los votantes divididos en una
proporción de 52-48%, polarizó a la sociedad británica.
Al
otro lado del Canal de la Mancha, muchos han pensado durante mucho
tiempo que Reino Unido sencillamente no encaja bien con la UE.
El
héroe de guerra francés Charles de Gaulle vetó dos veces los intentos
británicos de unirse a lo que entonces era la Comunidad Económica
Europea en el decenio de 1960. Cinco decenios más tarde, el presidente
Emmanuel Macron presionó para que los británicos se retiraran
rápidamente después del referéndum, preocupado por la posibilidad de que
el sentimiento euroescéptico se propagara por todo el continente.
El
paso más atrevido de Reino Unido durante las conversaciones comerciales
se produjo el verano pasado, cuando el círculo formado por Johnson y
sus asesores de confianza se reunió para encontrar una salida al punto
muerto. Su solución: desencadenar una crisis.
En
palabras de una fuente cercana al grupo, decidieron “poner un arma
sobre la mesa”, redactando una legislación que anulara explícitamente
partes del Acuerdo de Retirada, el tratado de divorcio que el Reino
Unido ya había firmado con la UE.
Varias
fuentes británicas dijeron a Reuters que el proyecto de ley de mercado
interno había sido una táctica de choque para contrarrestar los
esfuerzos de la UE que aspiraban, según ellos, a evitar que el Reino
Unido recuperara su “soberanía” antes de su salida definitiva de la
órbita del bloque el 31 de enero.
Sin
embargo, la iniciativa hizo que Bruselas estuviera aún más decidida a
velar por el cumplimiento del eventual acuerdo comercial.
Von
der Leyen lo explicó: “La confianza es buena, pero la ley es mejor... Y
lo que es más importante, a la luz de la experiencia reciente, un
sistema de reglamentación (de la aplicación de los acuerdos) sólido es
esencial para garantizar que lo que se ha acordado se haga realmente”.
Entre
los estrategas que estaban detrás de la táctica se encontraban algunos,
según fuentes, que sentían que el Reino Unido había sido humillado en
conversaciones anteriores y estaban decididos a no dejar que eso
volviera a suceder.
La
prensa sensacionalista británica se indignó en 2019 cuando la
predecesora de Johnson, Theresa May —otra primera ministra conservadora
que cayó víctima de la lucha por Europa— tuvo que sentarse fuera de una
sala de reuniones de la cumbre durante horas mientras, como dijo el
periódico Sun, “los líderes de la UE se atiborraban de cigalas y pato”.
En
una cumbre en Salzburgo un año antes, el presidente del Consejo
Europeo, Donald Tusk, publicó una foto suya en Instagram en un puesto de
pasteles junto a May con el siguiente pie de foto: “¿Un trozo de
pastel, tal vez? Lo siento, no hay guindas”.
El
comentario utiliza dos frases hechas del inglés: la expresión “trozo de
pastel” (“piece of cake”) alude a algo muy fácil, “pan comido”;
mientras que “cherry picking” o “selección de cerezas/guindas” se
refiere a una situación en la que se eligen solo las partes que más
convienen ignorando las demás.
La
broma hacía referencia a un plan propuesto por May para el Acuerdo de
Retirada que la UE había criticado públicamente por considerar que
seleccionaba solo los beneficios de la pertenencia a la UE; y también
aludía a la convicción de Johnson de que el Reino Unido podía hacer
precisamente eso: “tener el pastel y comérselo”, expresión del inglés
que significa “tener lo mejor de dos mundos”.
“El
tema del pastel ciertamente tuvo impacto”, dijo una fuente británica.
Algunos lo vieron como de mal gusto, porque May es diabética.
Una
fuente involucrada en las conversaciones de divorcio del año pasado
dijo que, cuando las delegaciones paraban para tomar un refrigerio, a
menudo se sentaban en lados opuestos de la sala, mirándose en silencio.
El
rencor por el proyecto de ley del mercado interno de Reino Unido marcó
el tono de la negociación cuando se fue acercando la fecha límite de fin
de año.
En
Twitter se desató una disputa entre el negociador británico David Frost
y Barnier, normalmente de trato amable. Ambas partes se atrincheraron
en los derechos de pesca, las formas de resolver futuras disputas y las
reglas de “igualdad de condiciones” para garantizar la competencia leal,
incluidas las ayudas estatales a las empresas.
En
octubre, Reino Unido declaró que abandonaba por completo las
negociaciones. Pero una semana más tarde se reanudaron, después de que
Bruselas reconociera que ambas partes necesitaban llegar a un acuerdo,
una señal que Londres aclamó como prueba de que su estrategia había
funcionado.
La
cena de Johnson el 9 de diciembre con Von der Leyen y los dos
principales negociadores —que curiosamente incluía un rodaballo, un pez
que se encuentra en aguas británicas— mostró un fuerte contraste entre
las dos partes cuando se hicieron virales las fotos tomadas antes de
comer.
De
un lado estaba la presidenta alemana de la Comisión y el negociador
francés, ambos vestidos de forma elegante; del otro, Johnson, con un
traje que no le quedaba bien y con su característico pelo despeinado, y
su negociador, con una corbata atada demasiado corta.
Una
fuente del Reino Unido dijo que Johnson había presentado propuestas y
“estaba tratando genuinamente de encontrar una ruta para una solución”,
pero que se había mantenido firme y se había quedado con la sensación de
que “las cosas tenían mala pinta”.
Otra fuente cercana a las conversaciones dijo que la afabilidad de Johnson no había logrado seducir a Von der Leyen, más formal.
“No creo que ninguno de los dos invitaría normalmente al otro a una cena”, dijo la fuente. “Son como agua y aceite”.
La
nota interna de la UE enviada después de la cena decía que Londres
parecía estar tratando de obtener concesiones al declarar que estaban
dispuestos a salir el 1 de enero sin un acuerdo.
Hicieron
falta otras dos semanas de negociaciones, que se prolongaron hasta las
noches y los fines de semana, para llegar a un acuerdo.
Un
diplomático de la UE cercano a las negociaciones dijo que los últimos
cuatro años y medio habían sido un “melodrama cansino” que había mermado
la buena voluntad y minado el entusiasmo por cualquier otra
negociación.
“Se
suponía que el divorcio iba a ser amistoso. Pero nuestro cónyuge se
volvió loco y las cosas no fueron fáciles”, dijo. “De una manera u otra,
todavía vamos a mantenernos en contacto. Sin amor”.