La decimoquinta cumbre de los BRICS se reunió a finales de agosto en
Johannesburgo. El bloque estaba algo alicaído desde 2019 cuando
celebraron su última reunión presencial en Brasilia sólo unos meses
antes de la pandemia. En 2020, 21 y 22 se limitaron a cumbres por
videoconferencia que uno de los miembros organizaba. En 2020 fue Rusia,
en 2021 la India y el año pasado China.
La cumbre de este año era muy
esperada porque acuden los jefes de Estado y estaba en el aire si Vladimir Putin se
iba a atrever a viajar a Sudáfrica. La razón por la cual no se tenía
del todo claro que fuese a asistir personalmente era que sobre Putin
pesa una orden internacional de captura por parte del Tribunal Penal
Internacional desde marzo. Le acusan de deportar niños de Ucrania a
Rusia.
Cualquier país que forme parte del TPI, es decir, que haya
ratificado el Estatuto de Roma, está obligado a detener a Putin según
pise su territorio. China y la India no han ratificado el estatuto, pero
sí Sudáfrica, así que ante la duda Putin prefirió quedarse en Moscú y
asistió de forma virtual enviando a su ministro de exteriores, Serguei Lavrov, para que apareciese en las fotos.
Despejada esa incógnita la cumbre traía una novedad: los BRICS se
quieren expandir incorporando algunos países nuevos a quienes han
invitado formalmente a unirse. Los elegidos son Argentina, Egipto,
Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.
Si todos
ellos acceden, los BRICS pasarían de cinco a once miembros con algunas
incorporaciones interesantes desde el punto de vista económico como
Arabia Saudí, que es uno de los principales productores de petróleo y el
mayor exportador del mundo. Los analistas coincidieron en que la
voluntad de los BRICS, más concretamente de China que es quien lleva la
voz cantante ahí, es convertir el bloque en una suerte de alternativa al
G7.
Pero antes de nada aclaremos algunos conceptos. El G7 o Grupo de los
Siete reúne a las siete economías más grandes del mundo regidas por
democracias liberales: Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania,
Francia, Italia y Japón. El grupo se formó en 1973 poco antes de que
estallase la crisis del petróleo.
Dos años más tarde quedó constituido
como tal y empezaron a reunirse de forma regular con el objetivo de
coordinar algunas medidas económicas. Los líderes del G7 se han reunido todos los años desde entonces.
Llevan un total de 49 cumbres, la última se celebró en Hiroshima a
mediados de mayo, pero a menudo se centran más en cuestiones de política
exterior que en asuntos económicos, que es lo que dio origen al grupo.
Aun así, como alianza, el G7 tiene un peso considerable dado su tamaño
económico y poder militar.
Los BRICS surgieron de forma diferente. El término BRICS fue un
invento del economista jefe de la división de gestión de activos de
Goldman Sachs, el británico Jim O'Neill, que, en el
artículo que escribió en noviembre de 2001 y tituló “Building Better
Economic BRIC”, predijo que cuatro importantes economías emergentes
(Brasil, Rusia, India y China) crecerían mucho más rápidamente que el G7
en las primeras décadas del siglo XXI.
El acrónimo hizo fortuna, entre
otras cosas porque asemeja a la palabra “brick”, que en ingles significa
ladrillo. Brasileños, rusos, indios y rusos se sintieron halagados y
unos años más tarde, en 2009, celebraron su primera cumbre a la que
asistieron sólo esos cuatro. Como querían incorporar un país africano al
año siguiente invitaron a Sudáfrica.
Han pasado casi 22 años desde que
O’Neill publicase aquel artículo y podemos decir ya que acertó, pero
sólo a medias. China y la India han crecido rápidamente, Brasil, Rusia y Sudáfrica no
tanto, de hecho, se han comportado como genuinas economías
tercermundistas encadenando periodos de gran crecimiento seguidos de
crisis económicas muy agudas que deshacían parte del camino andado.
Desde el principio el régimen chino vio en esta iniciativa una
oportunidad para expandir su influencia internacional asociándose con
países grandes como la India, Rusia o Brasil. Asociándose
económicamente, porque en otros aspectos carecen de objetivos comunes.
Los brasileños dependen mucho más de EEUU y de Occidente que de sus
compañeros de los BRICS. Con la excepción de China, que absorbe un 30%
de las exportaciones y un 25% de las importaciones, los principales
socios comerciales de Brasil son Estados Unidos, la Unión Europea y
vecinos como Argentina o Chile.
Respecto a la India, su principal mercado exportador es el
estadounidense seguido de la Unión Europea. China sólo constituye el 5%
de sus exportaciones y con Rusia su comercio bilateral es diminuto. Un
dato muy ilustrativo. En 2021 la India exportó a Rusia bienes por valor
de 3.600 millones de dólares, a España por valor de 4.700 millones de
dólares y a EEUU por valor de 71.000 millones de dólares.
La India
exporta más a México que a Rusia. Eso en la parte económica, en la política China y la India tienen diferencias de límites en el Himalaya desde hace 60 años.
En 1962 llegó a producirse una breve guerra que quedó interrumpida por
mediación internacional. Pero los problemas son continuos. En 2020 hubo
enfrentamientos entre soldados chinos e indios con varios muertos.
Los
presidentes de China y la India escenifican concordia en las cumbres de
los BRICS, pero la realidad es que tienen una disputa fronteriza sin
resolver. Algo así como si Francia y Alemania, miembros ambos del G7,
siguiesen peleándose por Alsacia-Lorena y aquellas dos regiones
estuviesen llenas de divisiones militares de los dos países apuntándose
con sus fusiles. Eso mismo es lo que sucede entre chinos e indios en las
provincias de Aksai Chin y Arunachal Pradesh.
El hecho es que, a pesar de las diferencias y de que los BRICS no son
más que un banco de desarrollo con sede en Shanghái y una cumbre anual
con sus cinco presidentes saludando a la prensa con mucha bandera y
discursos grandilocuentes, para convertirlo en algo parecido al G7
quieren expandir el grupo. El problema es que sólo dos invitados aportan
economías plenamente desarrolladas: Arabia Saudí y los Emiratos. Y ni
siquiera eso está claro.
El ministro saudí de Asuntos Exteriores
anticipó durante la cumbre de Johannesburgo que necesita más información
sobre qué implica ser miembro y en función de eso tomarán la decisión.
El resto hasta la fecha no ha puesto pegas porque la realidad es que unirse a los BRICS es como suscribir los acuerdos climáticos.
No obliga a nada salvo asistir a las cumbres anuales, algo que a los
presidentes les encanta porque se dan un baño de televisión y concitan
la atención de toda la prensa mundial.
Los chinos quieren que se transforme en algo más. Uno de los planes
estrella es que el banco de desarrollo de los BRICS, fundado en 2015
tras una cumbre que los reunió en 2014 en la ciudad brasileña de
Fortaleza, empiece a otorgar préstamos en monedas locales. Por monedas
locales hay que entender yuanes chinos. China lleva años empeñada en
proyectar en todo el mundo el uso de su moneda porque son conscientes de
que buena parte del poder estadounidense se debe a la hegemonía del
dólar en los pagos internacionales.
Pero, ¿podrían llegar a mirarse de tú a tú con el G7? Pongamos antes
sobre la mesa algunos datos importantes. El Fondo Monetario
Internacional estima que el PIB mundial será de 105 billones de dólares
este año. El PIB del G7 será de 46 billones de dólares (el 44% del total
mundial), de los cuales Estados Unidos representa aproximadamente el
58%. Las economías de los BRICS tendrán un PIB de 27 billones de dólares
(el 25% del total mundial), de los cuales China representa el 70%.
El grupo de los BRICS es importante, sin duda, pero más pequeño que el G7 y más dominado por su miembro principal.
Si sumamos a los seis nuevos añadidos, el PIB de los BRICS se iría a
los 30 billones de dólares, el 28% del total mundial. Como vemos, los
nuevos miembros aportan muy poco PIB a pesar de ser muchos. De hecho, en
los BRICS China lo es casi todo seguido de la India. Brasil, Rusia y
Sudáfrica están de relleno.
El resto son simple decoración. En el G7 las
cuatro economías europeas principales (Reino Unido, Alemania, Francia e
Italia) están muy desarrolladas, son de gran tamaño y se encuentran
enclavadas en la parte alta de la cadena de valor. Alemania, Francia e Italia comparten además moneda, el euro, política aduanera y la mayor parte de la regulación económica.
Por ahora una moneda común no está en la agenda de los BRICS. Se
limitan a promover mayores intercambios comerciales dentro del grupo
empleando divisas locales en lugar del dólar estadounidense. Sobre el
papel parece atractivo, pero aún está por ver que los exportadores
indios acepten rands sudafricanos, reales brasileños, rublos rusos,
libras egipcias o birs etíopes por sus cargamentos de arroz o por los
vehículos fabricados para la exportación. Lo mismo puede decirse de los
saudíes o de los brasileños.
El principal producto de exportación de
Brasil es el mineral de hierro seguido de la soja. Su principal producto
de importación es el petróleo refinado y maquinaria de distintos tipos
que les llega de muchas partes del mundo. Para pagar lo segundo
necesitan dólares. Si les pagan el hierro en yuanes no podrán emplearlos
para comprar maquinaria europea o circuitos integrados taiwaneses
porque los proveedores pedirán dólares a cambio.
Todos los miembros están de acuerdo en que se debe incrementar el
comercio entre ellos, pero no pueden imponerlo salvo que lo incentiven
mediante acuerdos arancelarios que inviten a exportar o importar en
ciertas direcciones. Algo similar a lo que sucede en Europa. Eso está
por ver que suceda.
Hay, además, otro problema de orden interno. Las dos
potencias de los BRICS (China y la India) tienen visiones distintas del
grupo. Para la India es una asociación que persigue exclusivamente
intereses económicos, mientras que China ve la alianza como un
contrapoder geopolítico frente a Occidente. La India no quiere
malquistarse con Occidente, que es su principal socio comercial y con
quien más relación tiene.
La India, recordemos, es una democracia liberal al igual que Brasil, cosa que no sucede con China o con Rusia.
Forma además parte del llamado Quad (Diálogo de Seguridad
cuadrilateral), un foro nacido en 2007 que reúne a la India, EEUU, Japón
y Australia para contrarrestar la actividad china en el indopacífico.
Es decir, desde el punto de vista estratégico no se alinea con los
intereses de China, tampoco completamente con los de Occidente. Quieren
ir por libre sin meterse en problemas con nadie.
Pero quizá el mayor obstáculo para convertir a los BRICS en un actor
importante sea la relativa debilidad económica de sus tres miembros más
pequeños: Brasil, Rusia y Sudáfrica. Estas economías no terminan de
arrancar y sus perspectivas a corto plazo no son prometedoras.
La
economía sudafricana creció mucho durante la primera década del siglo,
pasó de tener un PIB de 136.000 millones de euros en el año 2002 a uno
de 337.000 millones en 2012. Luego cayó abruptamente hasta los 286.0000
millones en 2016, se recuperó un poco y volvió a caer. Ahora ha remontado el vuelo, pero
está sólo un poco por encima del pico que alcanzó hace trece años.
Su
comportamiento es similar al de países como Nigeria. Con Brasil tenemos
un comportamiento parecido. Creció muchísimo de 2000 a 2011 cuando su
PIB alcanzó el máximo histórico con 1,9 billones de euros. Desde
entonces todo ha ido cuesta abajo y hoy el PIB brasileño es de 1,8
billones, es decir, menor que hace doce años.
Rusia es caso aparte. Empezó el siglo con un raquítico PIB de 300.000
millones de euros. Gracias a las exportaciones de gas y petróleo lo
multiplicó por seis en poco más de diez años. En 2013 tocó techo con 1,7
billones de euros, desde entonces no ha hecho más que caer y hoy ronda los 1,3 billones de euros con
perspectivas negativas ya que se han metido en una guerra en Ucrania y
se encuentran sometidos a un rosario de sanciones de las potencias
occidentales, que hasta el estallido de la guerra eran sus mejores
socios comerciales y su principal fuente de divisas.
Lo de añadir nuevos miembros parece una buena idea en tanto que
fortalece el PIB del grupo incorporando nuevas economías emergentes o ya
emergidas como la de Arabia Saudí o los Emiratos. Estos dos si pueden
aportar mucho al grupo, pero otros como Argentina e Irán pueden ser más problemáticos ya que se trata de dos países en crisis económica crónica que, más que dar, piden.
La fortaleza del G7 radica en lo mucho que se parecen sus países
miembros. Todos son democracias prósperas, orientadas al mercado mundial
y que fabrican bienes y prestan servicios de alto valor añadido. Todos
están unidos por alianzas militares y comparten objetivos económicos y
políticos.
Y, no menos importante, emiten las dos divisas más
importantes del mundo: el dólar y el euro, que juntas totalizan el 80%
de las reservas en divisa extranjera. Si le sumamos el yen japonés, la libra esterlina y el dólar canadiense nos iríamos al 92%.
El yuan representa sólo el 2,5% de las reservas de divisas. La rupia
india, el rublo ruso o el real brasileño ni siquiera figuran en la
lista.
Las economías del G7 están muy entrelazadas entre ellas y al mismo
nivel de desarrollo. Su renta per cápita es similar, nada que ver con
los BRICS, que tienen niveles de ingreso per cápita muy distintos,
tienen también diferentes sistemas políticos y no están alineados
militarmente. De hecho, la India está parcialmente alineada con las
potencias occidentales.
No está claro cómo los BRICS ampliados podrán siquiera acercarse al G7
en términos de influencia. La idea de convertir ese heterogéneo grupo
en una versión alternativa al G7 es, hoy por hoy, más una quimera que un
plan que debamos tomarnos en serio.
(*) Historiador y escritor español
https://www.vozpopuli.com/redaccion/fernando-diaz-villanueva