Los pronósticos para el año entrante son muy sombríos.
Los efectos de la crisis norteamericana ya están presentes en la economía regional.
El mercado inmobiliario se encuentra casi paralizado y es ya notable la caída en la demanda interna.
La derrama económica que se esperaba para fin de año con el arribo de miles de paisanos procedentes del vecino país se verá notablemente reducida ya que muchos compatriotas preferirán pasar las fiestas navideñas allá, antes de arriesgarse a quedar varados aquí por no poder cruzar la frontera.
En igual forma se espera que el monto de las remesas se reduzca.
En agosto se redujeron más de 12 por ciento en comparación con el mismo mes del año pasado, y es de esperarse que caigan todavía más en los próximos meses, ya que miles de paisanos pudieran perder sus empleos una vez que la debacle financiera y bancaria deje sentir sus efectos en la economía real.
Los pronósticos para el año entrante son pues muy sombríos, y más cuando se repara en el hecho de que el gobierno calderonista no ha tomado hasta ahora una sola medida preventiva para atajar los efectos del tsunami norteamericano.
Peor aún, algunas de las declaraciones de los principales personeros del gabinete económico sorprenden e indignan por su grado de estulticia e irresponsabilidad.
El secretario del Trabajo, Javier Lozano, declaró impávido a los medios que no valía la pena tomar ninguna medida de carácter preventivo ya que la economía mexicana estaba lo suficientemente fuerte para resistir el embate financiero; en tanto que el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, dijo que en la crisis actual por primera vez los papeles se habían invertido ya que mientras a la economía estadounidense le daba pulmonía, a la mexicana sólo le daba catarro.
Como era de esperarse, tales declaraciones recibieron un alud de críticas amén de que nadie las tomó en serio ya que nadie, con dos dedos de frente, puede suponer que la mayor debacle financiera en la historia de EU se refleje en un simple “catarro” en la economía mexicana.
Todo lo contrario.
Ninguna otra economía resentirá tanto como la mexicana la crisis estadounidense, pues ninguna otra tiene el grado de integración e interdependencia que tiene la nuestra con respecto a la norteamericana.
Por eso mismo es de llamar la atención que mientras naciones como Francia, Italia, Alemania e Inglaterra se aprestan a elaborar planes de contingencia -tanto de manera conjunta como individual- para hacer frente a los efectos del tsunami financiero norteamericano, en México los principales funcionarios del gabinete económico se la pasen diciendo estupideces en vez de tomar medidas preventivas para proteger el empleo y la planta productiva nacional.
El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, acaba de declarar en Roma que a su país (EU) le espera una larga recesión.
“Estamos en medio de una de las peores crisis del siglo y hasta que no hayamos tocado fondo no podremos salir a flote”, pronostico Stiglitz, quien fuera asesor económico del presidente Clinton y ex vicepresidente del Banco Mundial (BM). “Veremos al índice Dow Jones en una caída libre mayor de la que podemos imaginar.
Habrá quiebras estridentes de instituciones financieras.
La economía estadunidense se dirige hacia una larga recesión”.
Sin embargo, en México no pasará nada o casi nada, según los funcionarios calderonistas, por lo que los efectos aquí serán mucho mayores pues estarán multiplicados por la falta de previsión y la inconcebible irresponsabilidad de nuestros patéticos “servidores públicos”.
No se vale.
Pero el hecho de que en el gobierno federal haya tamaña displicencia ante la debacle financiera de nuestro principal socio comercial, no exime de responsabilidad a los gobiernos estatales ni municipales pues ambos, en la medida de sus posibilidades y atribuciones, pueden llegar a tomar medidas de carácter emergente para proteger en la medida de lo posible el empleo y la inversión, en particular en el medio rural y en las colonias populares, donde los efectos del desempleo se dejarán sentir de manera más directa y donde hay mayor riesgo de que los jóvenes terminen por engrosar las filas de la delincuencia organizada.
Se debieran convocar a los sectores productivos a un pacto estatal en defensa del empleo y la inversión.
No hacer nada como sugieren los funcionarios de Calderón equivale a adentrarse en una playa donde el tsunami está por reventar.
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