martes, 29 de octubre de 2019

Los 'BRICS' son geopolítica, no economía

MOSCÚ.- El grupo BRICS, uno de los conceptos más poderosos que ha surgido en la economía política este siglo, no tiene mucho sentido hoy en día, dijo S&P Global Ratings en una nota enviada por correo electrónico la semana pasada. Pero incluso si fuera cierto para el análisis económico, el acrónimo acuñado por el analista de Goldman Sachs Jim O’Neill ha predicho la actual realidad geopolítica, la cual no es bien atendida por las instituciones del siglo XX.

El acrónimo incluye a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, este último una adición que no estaba en el artículo original de 2001 de O’Neill ni en su secuela de 2003 (en los que usaba "BRICs", como plural). Ambos informes predecían que las primeras cuatro economías no occidentales representarían una proporción mucho mayor de la producción económica global, superando a las grandes economías europeas, y le decían a los inversionistas que harían mal en perder la oportunidad de involucrarse en este cambio global.
La idea ha sido desestimada a menudo como una herramienta de mercadeo, una forma de poner una etiqueta llamativa sobre algo de lo que nadie habría podido perderse, a saber, el crecimiento de las grandes economías emergentes. Quienes lo ven de sea manera pueden sentirse reivindicados con la sugerencia de S&P de que "la divergencia en la trayectoria económica a largo plazo de los cinco países debilita el valor analítico de ver a los BRICS como una agrupación económica coherente".
Sin embargo, como muchas otras ideas fortuitas, la de O’Neill se ha transformado por la manera en que ha cambiado el mundo desde principios de la década de 2000. En realidad, no importa que los BRICS no estén creciendo al mismo ritmo. Todos siguen teniendo un rol esencial en el cambio del mundo.
Como señala apropiadamente S&P, agrupar a los cinco países desde un punto de vista económico es cada vez más cuestionable. India y China han excedido consistentemente las predicciones de crecimiento de la firma de calificación desde principios de siglo. Rusia y Sudáfrica no han logrado cumplirlas desde 2005, y Brasil desde 2010. 
Desde luego, los cinco países han incrementado considerablemente su peso económico combinado desde principios de siglo, pero solo gracias a China y a India. Las participaciones en la producción global de Brasil, Rusia y Sudáfrica de hecho se han reducido desde 2000.
Ante las divergencias de las políticas y los modelos económicos de los países, también han variado los caminos de sus calificaciones crediticias. China subió cuatro niveles en la escalera de S&P a A+, mientras que los demás nunca han llegado tan alto: Rusia e India están cinco niveles por debajo hoy; Sudáfrica y Brasil siete y ocho, respectivamente.
Esta divergencia sugiere que O’Neill se equivocó al apostarle a los futuros campeones. Podría haber escogido a Indonesia y Vietnam en vez de Brasil y Rusia (acrónimo VICI, "vencí", en latín), y luego alguien habría añadido a Nigeria (VINCI, como, ya saben, Leonardo da Vinci), y habría tenido menos sentido en términos de trayectoria de crecimiento, mientras que la participación global en la producción global se habría mantenido en el mismo 32,6%.
Eso, sin embargo, no habría capturado la realidad geopolítica tanto como el concepto BRICS. En respuesta a las críticas a su idea, O’Neill ha señalado que su artículo de 2001 buscaba cuestionar la precisión del sistema de gobierno económico global contemporáneo. De hecho, sugirió abrir algunos de los puestos europeos en el G7 a algunas de las potencias emergentes: Alemania, Francia e Italia podrían compartir un asiento como miembros de la zona euro. El grupo resultante, asegura O’Neill, reflejaría mejor el cambio en el escenario económico.
Eso, por supuesto, nunca ocurrió, pero las economías emergentes sí ganaron más poder en cuanto a la gobernanza global. Se puede decir con seguridad que el G20 es un órgano más efectivo hoy en día que el G7. Bajo cualquier escala, se está discutiendo cambios en los regímenes tributarios globales en el foro más grande, mientras que, últimamente, el G7 no ha logrado ponerse de acuerdo en muchas cosas.
Los BRICS, mientras tanto, han resultado ser un valioso grupo de apoyo entre sí. Sus líderes sostienen una cumbre cada año (se reunirán el próximo mes en Brasil). A falta de acceso a las principales posiciones en las organizaciones financieras y las instituciones de desarrollo internacionales, que siguen yendo casi siempre a los occidentales, han establecido el Nuevo Banco de Desarrollo para financiar proyectos de infraestructura en el mundo en desarrollo. Los derechos de voto no se basan en el tamaño de las economías de los países. Cuatro años después del inicio de las operaciones, tiene un libro de préstamos de US$10.200 millones; eso es relativamente pequeño, pero el NBD es uno de los bancos multilaterales de desarrollo más grandes en términos de capital pago.
Si se considera la idea original de O’Neill como estrategia de mercadeo, parece haber funcionado mejor con los líderes de los BRICS que con los inversionistas internacionales, quienes desde hace mucho tiempo han notado las diferencias en los patrones de crecimiento. No es coincidencia que cuatro de estos líderes sean los más autoritarios del mundo, los más ansiosos por una alternativa al dominio global de EE.UU.: Xi Jinping, Vladimir Putin, Jair Bolsonaro y Narendra Modi. ¿Están impresionados por un acrónimo que se inventó un analista hace 18 años, o los une algo más fuerte que eso?
El poder económico es, por supuesto, muy importante en las relaciones internacionales, pero no es la única razón por la que los países son poderosos. La potencia militar de Rusia y su apetito por el riesgo lo convierten en un jugador global a pesar de una economía moribunda sofocada por un régimen autoritario. Brasil y Sudáfrica son potencias regionales líderes sin importar cuán mal manejen sus asuntos económicos. Es por eso que la nota menciona la "promiencia política" de los BRICS, incluso aunque pone en duda el valor del concepto para un analista de crédito.
Estos países —al igual que otros muy poblados y económicamente dinámicos de África y Asia— siguen siendo, como en 2001, foráneos en el sistema financiero global. Dicho sistema sigue siendo liderado por EE.UU. y Europa, mucho más de lo que su cada vez menor participación en la producción global parecería justificar.
En ese sentido, la vieja idea de O’Neill sigue siendo muy relevante. Si bien falló a la hora de predecir exactamente cuáles países tendrían un crecimiento superior, estaba en lo correcto sobre la búsqueda de los países en desarrollo por un rol mayor en la toma de decisiones globales. Esa búsqueda continúa, sin importar cuántas letras puedan añadirse al acrónimo original, o cuántas puedan quitarse, con base simplemente en el crecimiento económico.

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