MOSCÚ.- El
grupo BRICS, uno de los conceptos más poderosos que ha surgido en la
economía política este siglo, no tiene mucho sentido hoy en día, dijo
S&P Global Ratings en una nota enviada por correo electrónico la
semana pasada. Pero incluso si fuera cierto para el análisis económico,
el acrónimo acuñado por el analista de Goldman Sachs Jim O’Neill ha
predicho la actual realidad geopolítica, la cual no es bien atendida por
las instituciones del siglo XX.
El
acrónimo incluye a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, este último
una adición que no estaba en el artículo original de 2001 de O’Neill ni
en su secuela de 2003 (en los que usaba "BRICs", como plural). Ambos
informes predecían que las primeras cuatro economías no occidentales
representarían una proporción mucho mayor de la producción económica
global, superando a las grandes economías europeas, y le decían a los
inversionistas que harían mal en perder la oportunidad de involucrarse
en este cambio global.
La
idea ha sido desestimada a menudo como una herramienta de mercadeo, una
forma de poner una etiqueta llamativa sobre algo de lo que nadie habría
podido perderse, a saber, el crecimiento de las grandes economías
emergentes. Quienes lo ven de sea manera pueden sentirse reivindicados
con la sugerencia de S&P de que "la divergencia en la trayectoria
económica a largo plazo de los cinco países debilita el valor analítico
de ver a los BRICS como una agrupación económica coherente".
Sin
embargo, como muchas otras ideas fortuitas, la de O’Neill se ha
transformado por la manera en que ha cambiado el mundo desde principios
de la década de 2000. En realidad, no importa que los BRICS no estén
creciendo al mismo ritmo. Todos siguen teniendo un rol esencial en el
cambio del mundo.
Como
señala apropiadamente S&P, agrupar a los cinco países desde un
punto de vista económico es cada vez más cuestionable. India y China han
excedido consistentemente las predicciones de crecimiento de la firma
de calificación desde principios de siglo. Rusia y Sudáfrica no han
logrado cumplirlas desde 2005, y Brasil desde 2010.
Desde luego, los
cinco países han incrementado considerablemente su peso económico
combinado desde principios de siglo, pero solo gracias a China y a
India. Las participaciones en la producción global de Brasil, Rusia y
Sudáfrica de hecho se han reducido desde 2000.
Ante
las divergencias de las políticas y los modelos económicos de los
países, también han variado los caminos de sus calificaciones
crediticias. China subió cuatro niveles en la escalera de S&P a A+,
mientras que los demás nunca han llegado tan alto: Rusia e India están
cinco niveles por debajo hoy; Sudáfrica y Brasil siete y ocho,
respectivamente.
Esta
divergencia sugiere que O’Neill se equivocó al apostarle a los futuros
campeones. Podría haber escogido a Indonesia y Vietnam en vez de Brasil y
Rusia (acrónimo VICI, "vencí", en latín), y luego alguien habría
añadido a Nigeria (VINCI, como, ya saben, Leonardo da Vinci), y habría
tenido menos sentido en términos de trayectoria de crecimiento, mientras
que la participación global en la producción global se habría mantenido
en el mismo 32,6%.
Eso,
sin embargo, no habría capturado la realidad geopolítica tanto como el
concepto BRICS. En respuesta a las críticas a su idea, O’Neill ha
señalado que su artículo de 2001 buscaba cuestionar la precisión del
sistema de gobierno económico global contemporáneo. De hecho, sugirió
abrir algunos de los puestos europeos en el G7 a algunas de las
potencias emergentes: Alemania, Francia e Italia podrían compartir un
asiento como miembros de la zona euro. El grupo resultante, asegura
O’Neill, reflejaría mejor el cambio en el escenario económico.
Eso,
por supuesto, nunca ocurrió, pero las economías emergentes sí ganaron
más poder en cuanto a la gobernanza global. Se puede decir con seguridad
que el G20 es un órgano más efectivo hoy en día que el G7. Bajo
cualquier escala, se está discutiendo cambios en los regímenes
tributarios globales en el foro más grande, mientras que, últimamente,
el G7 no ha logrado ponerse de acuerdo en muchas cosas.
Los
BRICS, mientras tanto, han resultado ser un valioso grupo de apoyo
entre sí. Sus líderes sostienen una cumbre cada año (se reunirán el
próximo mes en Brasil). A falta de acceso a las principales posiciones
en las organizaciones financieras y las instituciones de desarrollo
internacionales, que siguen yendo casi siempre a los occidentales, han
establecido el Nuevo Banco de Desarrollo para financiar proyectos de
infraestructura en el mundo en desarrollo. Los derechos de voto no se
basan en el tamaño de las economías de los países. Cuatro años después
del inicio de las operaciones, tiene un libro de préstamos de US$10.200
millones; eso es relativamente pequeño, pero el NBD es uno de los bancos
multilaterales de desarrollo más grandes en términos de capital pago.
Si
se considera la idea original de O’Neill como estrategia de mercadeo,
parece haber funcionado mejor con los líderes de los BRICS que con los
inversionistas internacionales, quienes desde hace mucho tiempo han
notado las diferencias en los patrones de crecimiento. No es
coincidencia que cuatro de estos líderes sean los más autoritarios del
mundo, los más ansiosos por una alternativa al dominio global de EE.UU.:
Xi Jinping, Vladimir Putin, Jair Bolsonaro y Narendra Modi. ¿Están
impresionados por un acrónimo que se inventó un analista hace 18 años, o
los une algo más fuerte que eso?
El
poder económico es, por supuesto, muy importante en las relaciones
internacionales, pero no es la única razón por la que los países son
poderosos. La potencia militar de Rusia y su apetito por el riesgo lo
convierten en un jugador global a pesar de una economía moribunda
sofocada por un régimen autoritario. Brasil y Sudáfrica son potencias
regionales líderes sin importar cuán mal manejen sus asuntos económicos.
Es por eso que la nota menciona la "promiencia política" de los BRICS,
incluso aunque pone en duda el valor del concepto para un analista de
crédito.
Estos
países —al igual que otros muy poblados y económicamente dinámicos de
África y Asia— siguen siendo, como en 2001, foráneos en el sistema
financiero global. Dicho sistema sigue siendo liderado por EE.UU. y
Europa, mucho más de lo que su cada vez menor participación en la
producción global parecería justificar.
En
ese sentido, la vieja idea de O’Neill sigue siendo muy relevante. Si
bien falló a la hora de predecir exactamente cuáles países tendrían un
crecimiento superior, estaba en lo correcto sobre la búsqueda de los
países en desarrollo por un rol mayor en la toma de decisiones globales.
Esa búsqueda continúa, sin importar cuántas letras puedan añadirse al
acrónimo original, o cuántas puedan quitarse, con base simplemente en el
crecimiento económico.