Durante la campaña, mientras
pedía el voto en cada escenario, había mencionado a otro Francisco, el
Papa. En concreto, rescató una encíclica en la que se preguntaba: “¿Por
qué hago esto? ¿Cuál es mi verdadero propósitos?”.
Esas cuestiones,
decía el entonces candidato demócrata, son las que debería plantearse
cualquier persona que quiera dirigir el país. También había invocado a
Juan Pablo II en un mitin y apelado a los ciudadanos a “no tener miedo”, según la corresponsal del diario español El País.
Biden lleva siempre consigo un rosario de su hijo fallecido, Beau;
es de misa semanal, de rezo frecuente y tiene un discurso muy público
sobre su fe, que contempla como andamio para el propósito, un motor
político.
También tiene sus creencias a gala la presidenta de la Cámara
de Representantes, la a su vez demócrata Nancy Pelosi, cuya carta a los
miembros de la Cámara para informar de los pasos para el nuevo impeachment
a Trump, comenzaba así: “En este domingo, mientras rezamos para que
Dios siga bendiciendo a América…”.
La fe también puede colarse en una
rueda de prensa. Hace unos meses, un periodista le preguntó si “odiaba” a
Trump y Pelosi se revolvió: “Como católica, me ofende que use la
palabra odio en una frase dirigida a mí”. Y dijo que rezaba a diario por
el presidente republicano.
La ferviente religiosidad de
los líderes demócratas de Estados Unidos llamaría la atención si no
fuera porque hasta el rostro más visible y joven de la izquierda
estadounidense, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez,
ha citado a la Biblia en el Congreso para defender la legislación del
cambio climático y ha abordado en los medios su catolicismo, pues es
algo que en la primera potencia mundial siempre se pregunta a un
político.
Pese
a la escrupulosa separación entre iglesia y Estado, la religión ocupa
un lugar preeminente en la política de Estados Unidos, un elemento
distintivo respecto al resto de democracias occidentales, a un nivel
casi exótico para los estándares europeos. Para la mitad de los
ciudadanos es importante (32%) o muy importante (20%) que el presidente
del país tenga fuertes creencias religiosas, según un sondeo del Centro
Pew elaborado en febrero de 2020.
Y Biden, segundo presidente católico de la historia de Estados Unidos (el primero fue John F. Kennedy),
es uno de los presidentes más religiosos de las últimas décadas. Al
menos, entre los demócratas, no ha habido otro tan devoto desde el
baptista Jimmy Carter, que daba clases a niños los domingos en una
iglesia.
“Cualquier lugar en el que había monjas, era hogar”, dice Biden sobre su infancia en la autobiografía Promises to keep.
“Soy tan católico cultural como católico teológico. Mi idea sobre uno
mismo, sobre la religión o la comunidad en el mundo viene directa de mi
religión. No tiene tanto que ver sobre la Biblia, los 10 mandamientos,
los sacramentos o las oraciones que aprendí. Es la cultura”, explica el
mandatario, nacido en 1942 en el seno de una familia de origen irlandés
en Scranton, una pequeña ciudad industrial de Pensilvania.
El profesor de Teología Massimo Faggioli, autor del libro Joe Biden y el catolicismo en Estados Unidos
(2020), cree que el catolicismo de Biden se construye sobre la base de
una “evaluación optimista de la creación” y lo asocia a un movimiento
religioso de izquierda que está ganado peso en Washington, uno en el que
la defensa de los derechos LGBT “no es antirreligioso, sino lo
contrario, es más fiel a los principios de la religión”.
Una
de las nuevas voces izquierdistas del Congreso, la afroamericana Cori
Bush, representante por Misuri y gran promotora del lema “recorten
fondos a la policía”, era pastora, al igual que el nuevo senador
demócrata de Georgia Raphael Warnock, ambos procedentes de territorios
tradicionalmente republicanos. Y el primer precandidato abiertamente
homosexual de la historia, el demócrata Pete Buttigieg, destacó su
perfil creyente en la campaña.
“Creo que el catolicismo
de Biden está muy influenciado por la tradición del catolicismo social
de gente como Dorothy Day [una conocida escritora y activista anarquista
que abrazó la fe católica], que pone la atención en los desfavorecidos.
Él también cree en el buen principio católico de la dignidad del
trabajo y eso, por ejemplo, es uno de los motivos por los que se
identifica tanto con los sindicatos”, opina Randall Balmer, profesor de
religión en la Universidad de Dartmouth.
Para Biden, son
los valores católicos los que le empujan a posiciones progresistas en
cuestiones de igualdad social o racial. El pasado junio, por ejemplo,
tras la muerte del afroamericano George Floyd, se refirió a la “doctrina
social católica” para recalcar que “la fe sin trabajo está muerta”.
Al
mismo tiempo, en su época de vicepresidente, expresó su apoyo al
matrimonio entre personas del mismo sexo antes incluso que el presidente
Barack Obama, y una de las primeras medidas que ha adoptado ha sido permitir el servicio de los transgénero en el Ejército, que Trump había vetado.
El
apoyo de Biden a los derechos LGBT y al aborto le ha granjeado el
rechazo de los conservadores cristianos, los judíos ortodoxos, los
protestantes evangélicos y católicos radicales, que no le consideran un
creyente pata negra.
El día de su toma de posesión, no había terminado
apenas el discurso cuando el arzobispo de Los Ángeles José Gómez, que
preside la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, emitió un
comunicado denunciando unas políticas de Biden que “avanzarían males
morales”, sobre todo en áreas como “el aborto, los métodos
anticonceptivos, el matrimonio y el género”.
El voto religioso se volcó en Donald Trump
―casado tres veces, con un largo historial de supuestas infidelidades,
como las que pagó para silenciar con una actriz de cine porno y una
modelo de Playboy, y acusado de abusos― como se ha volcado con
cualquier republicano, independientemente de lo ejemplar de su vida.
Para el historiador Bruce. J. Schulman, de la Universidad de Boston, el
creciente partidismo del voto religioso es un fenómeno de los últimos 30
o 40 años, al igual que la exhibición de la religiosidad se remonta a
medio siglo atrás.
No siempre los presidentes han sido
devotos, pero la fe ha sido un valor importante en cualquier carrera
política desde el “Gran despertar religioso” de los setenta, una
reacción contra el secularismo de los sesenta, el aborto y otros giros
sociales. En el 76, en medio de ese movimiento y tras el estupor
nacional generado por el escándalo Watergate, los estadounidenses eligen como presidente a Jimmy Carter.
Nada
de esto ha frenado la secularización de la sociedad y el giro
progresista en causas sociales, pero independientemente del color
político, las menciones al Señor o la fe suelen estar presentes en los
discursos y es difícil que uno acabe un mensaje importante sin cuatro
palabras mágicas, o santas: “Dios bendiga a América”.