PARÍS.- El sombrío panorama en la economía mundial durante 2019 podría continuar en 2020, con una lenta asfixia del crecimiento mundial bajo los efectos de la digitalización, el cambio climático y que podría avivar la ira social, a menos que se produzca una verdadera distensión comercial.
La Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) prevé que el
crecimiento mundial se situará el año próximo en un 2,9%, su nivel más bajo
desde la recesión mundial de 2009 tras la crisis financiera. "Estamos
en un periodo inquietante", señala su economista jefe, Laurence Boone.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) espera por ahora un
rebote de 3,4% el año próximo. Pero esta recuperación "sigue siendo
precaria", advierte la economista jefe del Fondo, Gita Gopinath.
La evolución económica a corto plazo depende, en gran parte, del duelo comercial, y tecnológico, entre Estados Unidos y China.
Ambos llegaron diciembre a una tregua en su batalla de aranceles, a la espera de firmar un acuerdo preliminar.
La economía mundial no
solo se encuentra al final de un ciclo, sino también al final de una
era, la de los intercambios comerciales y el ascenso industrial de los
países emergentes.
Es difícil imaginar un regreso del consenso
diplomático mundial en torno al librecambio, que estalló en pedazos con
el presidente estadounidense Donald Trump.
Preocupado por preservar la salud económica de su país,
Trump, que enfrenta un proceso de destitución, calmó las aguas
recientemente con China. Pero abrió nuevos frentes con otros socios
económicos, incluido la Unión Europea.
Esta última espera además
la llegada del Brexit, después de la victoria de Boris Johnson en las
elecciones legislativas, lo que supondrá una prueba más para el
multilateralismo.
Las finanzas mundiales están profundamente
trastornadas tras años de generosidad de los grandes bancos centrales.
Estos últimos se esfuerzan por dejar de alimentar a los mercados,
algunos de los cuales algunos, como Wall Street, vuelan de récord en
récord.
El fenómeno, a primera vista absurdo, de las tasas de
interés "negativas" se generaliza en algunos países, reduciendo la
rentabilidad de los bancos e inflando la deuda privada.
Steve
Eisman es categórico: "No tendremos una crisis sistémica", como la de
Lehman Brothers en 2008, asegura este inversor conocido por
haber anticipado el derrumbamiento del sistema financiero
estadounidense.
Este financista, cuya
historia inspiró la película "The Big Short" ("La gran apuesta"), ves
más bien "una recesión típica con una economía que se desacelera y gente
que pierde dinero. Será ya bastante doloroso de esa manera".
Ludovic Subran, economista jefe de la aseguradora Allianz, observa de su lado "un purgatorio de crecimiento" mundial.
Si se produce, "el próximo choque sistémico no vendrá sin
dudas de las finanzas, sino que será exógeno. Por ejemplo un gran shock
de regulación de los datos personales, o en vínculo con el clima".
La
"sacudida" podría producirse con las elección presidenciales en Estados
Unidos. Elizabeth Warren, candidata demócrata, quiere una política
fiscal más dura para las grandes fortunas, atacar de manera frontal a
los gigantes de internet, y reforzar las exigencias climáticas.
El administrador de fondos y multimillonario Leon Cooperman la ha acusado de querer destruir el "sueño americano".
Salvo si Donald Trump es
reelegido. "O hace un segundo mandato a la estadounidense, es decir no
hace nada. O redobla la apuesta contra China", teme Subran.
Las
tensiones geopolíticas, la distribución de la riqueza, la
digitalización y el clima son cuestiones que dominarán la economía
mundial mucho más allá de Estados Unidos, y del 2020.
El ascenso de los gigantes tecnológicos sentados sobre
montañas de datos replantea la distribución de las riquezas y remodela
el concepto de empleo.
Frente al cambio climático, industriales e inversores revisan sus estrategias.
"No
tenemos miedo de superar una crisis coyuntural. Sabemos hacerlo",
confía Ingo Kübler, representante de personal del proveedor
automovilístico alemán Mahle, que suprime empleos a raíz sobre todo de
la pérdida de mercado del diésel.
"El gran
tema es la transformación, la digitalización, la movilidad eléctrica.
Tememos la pérdida de muchos empleos" ante un flujo de baterías de
vehículos chinas, se preocupa, en un momento en el que la primera
economía europea acaba de ver reducida su mano de obra industrial por
primera vez desde finales de 2010.
En otros países -Líbano, Chile,
Colombia, pero también Francia con los "chalecos amarillos"- ya han
vivido explosiones de ira social.
Nicolás Achondo, cocinero
chileno de 33 años, tuvo que cerrar su restaurante, ahogado por los
gastos médicos tras un accidente. "Al no tener cómo pagar entras en el
sistema de los deudores. Como emprendedor, el hecho de ser deudor hizo
imposible obtener un crédito para mi negocio y éste empezó a generar
deudas. Es bien injusto", explicó.
En un mundo con un
crecimiento débil donde, según la oenegé Oxfam, 26 multimillonarios
tenían el mismo dinero que la mitad más pobre del planeta, la cuestión
de la distribución de la riqueza se planteará cada vez con mayor dureza,
incluyendo a los países desarrollados.
"Incluso cuando la gente
parece beneficiarse de un confort material básico, puede conocer el
mismo nivel de miseria y malestar que los más pobres", advirtió Esther
Duflo, especialista en cuestiones de desarrollo, poco después de haber
obtenido el 14 de octubre el premio Nobel de Economía.