domingo, 26 de abril de 2009

Brotes verdes y rayos de esperanza / Paul Krugman *

Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, ve "brotes verdes". El presidente Barack Obama ve "rayos de esperanza". Y el mercado de valores ha subido. Entonces, ¿ha llegado la hora de anunciar que el peligro ha pasado? He aquí cuatro motivos para ser prudentes respecto a la perspectiva económica.

1.
Las cosas siguen empeorando. La producción industrial acaba de alcanzar su mínimo de los últimos 10 años. La construcción de viviendas sigue estando en una situación lamentable. Las ejecuciones hipotecarias, que disminuyeron cuando las empresas de hipotecas estaban a la espera de conocer los planes para la vivienda de la Administración de Obama, están aumentando otra vez.

Lo más en lo de "puntuales": la última edición del Beige Book, la encuesta periódica de la Reserva Federal sobre la situación de las empresas, afirma que "5 de los 12 distritos han notado una moderación en el ritmo del declive". ¡Yupi!

2. Algunas de las buenas noticias no resultan convincentes. La noticia positiva más importante de los últimos días llega de los bancos, que han estado anunciando unos beneficios sorprendentemente buenos. Pero algunos de esos informes de beneficios parecen un poco... raros.

Wells Fargo, por ejemplo, ha anunciado los mejores beneficios trimestrales de su historia. Pero los beneficios anunciados por un banco no son un número fiable, como las ventas; dependen mucho, por ejemplo, de la cantidad que el banco reserve para cubrir las pérdidas futuras que prevé tener a causa de sus préstamos. Y algunos analistas han expresado dudas considerables sobre las suposiciones de Wells Fargo, así como sobre otros asuntos relacionados con la contabilidad.

Mientras tanto, Goldman Sachs ha anunciado un gran salto en los beneficios desde el cuarto trimestre de 2008 hasta el primero de 2009. Pero, como los analistas se han apresurado a señalar, Goldman ha modificado su definición de trimestre (como consecuencia de un cambio en su estado legal), de forma que (se lo juro) el mes de diciembre, que resultó ser un mal mes para el banco, ha desaparecido de esta comparación.

No quiero exagerar con esto. Tal vez los bancos realmente hayan pasado de unas graves pérdidas a unos cuantiosos beneficios en un tiempo récord. Pero es natural que nos sintamos escépticos en estos tiempos de Madoff.

¡Ah!, y para quienes están esperando que las pruebas de esfuerzo del Departamento del Tesoro lo aclaren todo: el portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, asegura que "verán de forma sistemática y coordinada la transparencia de determinar algunos de los resultados de estas pruebas de esfuerzo y mostrárselas a todos los implicados". No, yo tampoco sé lo que significa eso.

3. Todavía podrían caer más torres. Incluso durante la Gran Depresión, no todo fue siempre cuesta abajo. En concreto, hubo una pausa en la caída al cabo de aproximadamente un año y medio (más o menos, el punto en que estamos ahora). Pero luego se produjeron una serie de bancarrotas a ambos lados del Atlántico, combinadas con algunas jugadas políticas desastrosas que se originaron cuando los países intentaron defender el moribundo patrón oro, y la economía mundial volvió a despeñarse.

¿Podría suceder esto otra vez? Bueno, el sector inmobiliario comercial en una situación crítica, las pérdidas de las tarjetas de crédito están aumentando drásticamente y nadie sabe todavía lo mal que se pueden poner las cosas en Japón o Europa del Este. Probablemente no se repetirá el desastre de 1931, pero decir que lo peor ya ha pasado está muy lejos de ser cierto.

4. Incluso cuando haya pasado, no habrá pasado. Oficialmente, la recesión de 2001 sólo duró ocho meses y terminó en noviembre de ese año. Pero el paro siguió subiendo durante otro año y medio más. Lo mismo pasó tras la recesión de 1990-1991. Y hay muchas razones para creer que esta vez también sucederá lo mismo. No se sorprendan si el paro sigue subiendo a lo largo de 2010.

¿Por qué? Las recuperaciones en forma de V, en las que el empleo experimenta mejorías espectaculares, sólo se producen cuando hay gran cantidad de demanda reprimida. En 1982, por ejemplo, la vivienda estaba aplastada por los altos tipos de interés, así que cuando la Reserva Federal alivió la presión, las ventas de casas subieron. Eso no es lo que sucede esta vez: hoy, la economía está deprimida, por así decirlo, porque hemos acumulado demasiada deuda y construido demasiados centros comerciales, y nadie está de humor para un nuevo aumento del gasto.

El empleo terminará por recuperarse, como siempre lo hace. Pero, probablemente, no será con rapidez. Así que, ahora que he conseguido deprimir a todo el mundo, ¿cuál es la solución? La persistencia.

La historia demuestra que el optimismo prematuro es uno de los grandes peligros políticos cuando uno se enfrenta a una grave crisis económica. Roosevelt respondió a los signos de recuperación recortando a la mitad el presupuesto de la Administración para la Mejora del Trabajo y subiendo los impuestos; a renglón seguido, la depresión volvió con toda su fuerza. Japón descuidó sus esfuerzos a medio camino durante su década perdida y se aseguró otros cinco años de estancamiento.

Los economistas de la Administración de Obama entienden todo esto. Están diciendo las cosas apropiadas respecto a mantener el rumbo. Pero existe un riesgo real de que todos esos comentarios sobre brotes verdes y rayos de esperanza alimenten una complacencia peligrosa.

Así que éste es mi consejo, tanto para los ciudadanos como para los políticos: no cuenten los huevos de la recuperación hasta que los polluelos hayan salido del cascarón.

(*) Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008

Los países en desarrollo y la crisis mundial / Joseph E. Stiglitz *

Es probable que éste sea el peor año para la economía internacional desde la II Guerra Mundial, pues el Banco Mundial calcula que la reducción será del 2%, aproximadamente. Incluso los países en desarrollo que hicieron todo bien -y aplicaron políticas reguladoras y macroeconómicas mucho mejores que las de EE UU- están sintiendo sus efectos.

Es probable que, a consecuencia en gran medida de una caída en picado de las exportaciones, China siga creciendo, pero a un ritmo mucho menor que el de entre 11% y 12% de los últimos años. A no ser que se haga algo, la crisis hundirá más en la pobreza nada menos que a 200 millones de personas.

Esta crisis mundial requiere una reacción mundial, pero, lamentablemente, el deber de reaccionar sigue circunscrito en el nivel nacional. Cada país intentará formular su plan de estímulo con vistas a las repercusiones en sus ciudadanos... y no a escala mundial. Al evaluar las mayores repercusiones del estímulo, los países contrapesarán los costos para sus presupuestos con los beneficios desde el punto de vista del aumento del crecimiento y del empleo para sus economías.

Como una parte del beneficio (una gran parte en el caso de las economías pequeñas y abiertas) irá a parar a otros, es probable que los planes de estímulo sean menores y estén peor formulados de lo que deberían, razón por la cual se necesita un plan de estímulo mundialmente coordinado.

Ése es uno de varios mensajes importantes resultantes de una comisión de expertos de Naciones Unidas sobre la crisis económica mundial, que presido y que recientemente presentó su informe preliminar a la ONU.

En el informe se apoyan muchas de las iniciativas del G-20, pero se insta a la adopción de medidas más intensas y centradas en los países en desarrollo. Por ejemplo, si bien se reconoce que todos los países deben adoptar medidas de estímulo (ahora todos somos keynesianos), muchos países en desarrollo carecen de recursos para hacerlo, como también carecen de ellos las entidades crediticias internacionales.

Pero, para no acabar sumidos en otra crisis de la deuda, deberá concederse una parte -tal vez una gran parte- del dinero en forma de donaciones. En cambio, en el pasado, la asistencia fue acompañada de "condiciones" exigentes, algunas de las cuales entrañaban la aplicación de políticas presupuestarias y monetarias contradictorias -exactamente, las opuestas de las que ahora resultan necesarias- e imponían una desregulación financiera que fue una de las causas primordiales de la crisis.

En muchas partes del mundo, el recurso al Fondo Monetario Internacional se considera un grave estigma por razones evidentes y la insatisfacción no es sólo de los prestatarios, sino también de los posibles suministradores de fondos. Las fuentes de fondos líquidos en la actualidad están en Asia y en Oriente Próximo, pero ¿por qué habrían de aportar dinero esos países a organizaciones en las que tienen voz y voto limitados y que con frecuencia han incitado a la adopción de decisiones antitéticas de sus valores y creencias?

Muchas de las reformas propuestas para el funcionamiento del FMI y del Banco Mundial, la más evidente de las cuales es la de la forma de elección de sus directivos, parecen estar por fin encima de la mesa, pero el proceso de reforma es lento y la crisis no esperará. Así pues, es imprescindible que se conceda asistencia mediante diversos cauces, además -o en lugar- del FMI, incluidas instituciones regionales. Se podrían crear nuevos mecanismos crediticios con estructuras de dirección más en consonancia con el siglo XXI. Si se pudiera hacer rápidamente (y yo creo que sí), dichos mecanismos serían un cauce importante para el desembolso de fondos.

En su cumbre de noviembre de 2008, los dirigentes del G-20 condenaron firmemente el proteccionismo y se comprometieron a no caer en él. Lamentablemente, un estudio del Banco Mundial observa que 17 de esos 20 países han adoptado, en realidad, nuevas medidas proteccionistas, muy en particular, EE UU con su disposición en pro de la "compra de productos americanos" incluida en su plan de estímulo.

Pero hace mucho que se ha reconocido que las subvenciones pueden ser tan destructivas como los aranceles e incluso más injustos, pues los países ricos pueden permitírselas más que los demás. Haya existido o no alguna vez un terreno de juego igual para todos en la economía mundial, el caso es que ya no existe: las subvenciones y rescates en gran escala facilitados por EE UU lo han cambiado todo, tal vez irreversiblemente.

De hecho, incluso las empresas de los países industriales avanzados que no han recibido una subvención cuentan con una ventaja injusta. Pueden correr riesgos que las otras no pueden correr, pues saben que, si fracasan, pueden ser rescatadas. Si bien podemos entender los imperativos políticos nacionales que han propiciado la concesión de subvenciones y garantías, los países desarrollados deben reconocer las consecuencias mundiales y prestar asistencia compensatoria a los países en desarrollo.

Una de las más interesantes iniciativas a medio plazo, a cuya adopción insta la comisión de las Naciones Unidas, es la creación de un consejo mundial de coordinación económica que, además de coordinar la política económica, evaluaría los problemas inminentes y los desfases institucionales. Al intensificarse la recesión, varios países pueden afrontar la quiebra, por ejemplo, pero aún no disponemos de un marco adecuado para abordar esa clase de problemas.

Y el sistema en el que el dólar de EE UU es la divisa de reserva, columna vertebral del actual sistema financiero mundial, está resquebrajándose. China ha expresado su preocupación y el presidente de su Banco Central se ha unido a la comisión de Naciones Unidas para pedir un nuevo sistema mundial de reserva. La comisión de la ONU sostiene que abordar esa antigua cuestión, planteada hace más de 75 años por Keynes, es esencial para que consigamos una recuperación sólida y estable.

Esa clase de reformas no se producirá de la noche a la mañana, pero a no ser que se comience ahora a trabajar al respecto, nunca se producirá.

(*) Joseph E. Stiglitz, profesor de Economía en la Universidad de Columbia y Premio Nobel de Economía en 2001

La buena y la mala suerte de EE UU / Paul A. Samuelson *

Los mejores expertos en macroeconomía parecen coincidir en muy pocas cosas y disentir en muchas. Tras dos años de tantas discusiones, no cabe duda de que la economía mundial sigue experimentando un empeoramiento del ciclo económico.

¿Hay una restricción del crédito? ¿O está demasiado accesible? Paradoja: ahora el crédito para los activos ultraseguros es en realidad baratísimo. Del mismo modo que el Banco de Japón, durante más de una década perdida, tuvo que reducir su tipo de interés oficial prácticamente a cero, la mayoría de los bancos centrales de todo el mundo tienen ahora que soportar una vida frenética: los créditos son baratos y carísimos a la vez.

La estanflación se extiende ahora desde Nueva York hasta Zúrich, Islandia e Irlanda. Esto significa una paralización del comercio al por menor y al mismo tiempo unas tasas de desempleo que siguen por las nubes.

Intento mantener un punto de vista centrista, coherente con el que imperaba durante la Gran Depresión de 1929-1939. Éstos son los principales principios centristas:

Las macroeconomías liberalizadas no pueden curar sus propias heridas. La irracional liberalización efectuada por el presidente Herbert Hoover en 1930 -que Milton Friedman, catedrático de economía de la Universidad de Chicago, propugnó en toda la época comprendida entre 1940 y 2005- era una predecible senda hacia el desastre.

¿Entonces, qué puso fin a la Gran Depresión? No, no fue principalmente el retorno a algunos de los programas estabilizadores habituales de la Reserva Federal. El universal (y racional) temor a la pérdida de las inversiones indujo enseguida a la acumulación. ¿Acumulación por parte de quién? Acumulaban por igual las familias ricas y las pobres, en lugar de gastar libremente en consumo.

En aquel momento, mi suegro era presidente del First National Bank de Berlin (Wisconsin). Después de que el presidente Roosevelt cerrase todos los bancos, en la semana siguiente a su subida al poder, este banco de Berlin fue el único al que se le permitió reabrir. ¿Puso eso fin a la acumulación? No. El presidente Will Crawford invirtió después, en 1933, principalmente en bonos del Tesoro, que ofrecían un rendimiento prácticamente nulo. Tanta cautela no creó en esencia nuevos puestos de trabajo para los desempleados.

Eso indica que la recesión mundial podría durar hasta bien entrado 2010. Pero con el abundante gasto deficitario de Obama, al final, el precio de los índices bursátiles dejará de caer. Unos cuantos intermediarios de Wall Street a corto o largo plazo tendrán la suerte de tomar decisiones oportunas. También, como es habitual, cuando se produzca, la recuperación final será rápida.

Hay pocos héroes entre los especuladores. Alan Greenspan empezó siéndolo. Pero hasta él admite su falibilidad. El nuevo gobernador de la Reserva Federal, Ben Bernanke, merece nuestros elogios por su flexibilidad y su cautela.

En mi opinión, a Estados Unidos le está yendo mejor que a Francia, Alemania, Reino Unido, Japón y otros 40 países. Esto no debe enorgullecernos ni darnos una excesiva confianza. Fueron los ingenieros financieros estadounidenses los que originaron la crisis mundial de 2006.

Por fortuna, los votantes estadounidenses rechazaron en las urnas las políticas del presidente George Bush. ¿Es posible que la suerte influyese mucho en eso? Nunca lo sabremos.

(*) Profesor emérito de Economía en el MIT y Premio Nobel de Economía en 1970

El PIB español crecerá menos que el de la zona euro al menos hasta 2014, según el FMI

MADRID.- La extraordinaria historia de éxito económico de España en los últimos 15 años se enfrenta a un desenlace abrupto. El estruendo causado por el pinchazo de la economía española llega hasta la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI), implacable en sus últimas proyecciones: dos años de recesión, más y más paro y, sobre todo, una salida del túnel muy complicada que liquidará uno de los activos más apreciados en la política económica española de las dos últimas décadas: la convergencia con Europa, según publica 'El País'.

Los datos para los próximos cinco años constatan que España se queda atrás con respecto a la eurozona, de nuevo en el furgón de cola en términos de crecimiento económico. Pone así punto final a una trayectoria excepcional, iniciada allá por los años ochenta.

Eso se acabó: el PIB español se contraerá este año y el próximo para iniciar una tímida recuperación en 2011, hasta avanzar el 1,99% en 2014. Menos del 2% al menos hasta 2015, según el FMI. Muy lejos de las cifras que permiten crear empleo, y claramente por detrás de la eurozona, donde la crisis también causa estragos.

Sólo Portugal e Italia se enfrentan a un horizonte parecido. "España pinta mal", resume Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI. "La resaca durará años", abundaDaniel Gross, del Center for European Policy Research de Bruselas.

Hay un cliché económico que se repite sin cesar a lo largo de las últimas décadas. Irrumpe en escena una maravillosa tecnología o aparece un nuevo y tentador activo. Un largo periodo de bonanza genera la sensación de que esta vez es diferente, de que se avecina una interminable época dorada. Entonces se publicitan sensacionales pronósticos que justifican la inversión y el endeudamiento hasta niveles estratosféricos.

Esa tendencia acaba atravesando el mundo empresarial y financiero, llega a la cultura popular y entonces la gente se lanza a comprar acciones, se adquiere una segunda o incluso una tercera residencia en la playa, en la sierra, donde sea. Hasta que la burbuja estalla y el castillo de naipes se desvanece. Ése es el relato de la última crisis en EE UU, según cuenta Gross en Plop! Por qué las burbujas son buenas para la economía.

Y también en España, donde las turbulencias internacionales han precipitado una recesión doméstica que parecía inevitable. Pero ninguna crisis es eterna. Pasado un tiempo, llega el momento de salir del túnel. Los estadounidenses -y en general los países anglosajones- suelen recuperarse de los fracasos de forma fulminante. Otros no tanto: las previsiones del FMI dibujan un panorama oscuro para España, que se quedará atrás en la recuperación.

"Las crisis sirven para depurar, y España ha llegado a esta recesión con graves problemas. El aterrizaje va a ser doloroso: el huracán financiero sólo ha detonado la crisis española, que se hubiera producido de todas formas", explica desde EE UU Carmen Reinhart, economista de la Universidad de Maryland.

Bob Traa, economista para España del FMI, es tal vez aún más duro: "El largo periodo de bonanza de los últimos años -basado en un solo sector: la construcción- exageró el potencial de crecimiento español. Va a llevar tiempo arreglar los desequilibrios acumulados con una Europa débil a medio plazo. No queda más remedio que reducir el exceso de endeudamiento y contener los costes, los salarios y los precios que tanto han crecido en España con relación a sus socios comerciales".

En Europa, el batacazo es general. La eurozona es la única región del mundo donde la recesión durará dos años. Pero el Spain is different presenta esta vez un sesgo muy negativo. Prácticamente ninguna economía europea, a juzgar por las proyecciones del FMI, presenta un panorama más desolador que España hasta 2014.

Sólo las cifras de Portugal e Italia son comparables. Reino Unido, Grecia, Irlanda y Austria, que afrontan también el pinchazo de varias burbujas, presentan una salida mejor, siempre según las proyecciones del FMI. Aunque los expertos consultados cuestionan muchas de esas cifras.

La velocidad de crucero de la economía española hasta 2014 estará por debajo del potencial de crecimiento, en torno a un 3% según los estudios de los últimos años. Estudios que ahora toca revisar, como hay que revisar la interpretación del fructífero largo periodo de bonanza.

"La economía española creció más porque asumió riesgos mayores que el resto de Europa. Amasó un gigantesco déficit comercial, las empresas y particulares se endeudaron demasiado. Eso funcionó mientras las cosas iban bien y permitió la convergencia, pero esos desequilibrios acentúan ahora la vulnerabilidad", explica Reinhart.

Rogoff añade que la recesión va a ser "muy seria" y que quedan "enormes ajustes por hacer, particularmente en el mercado laboral", como demuestran las últimas cifras de paro. El FMI calcula que se superarán con creces los cuatro millones de parados... en 2010.

Pero es que esa cifra ya se ha alcanzado, en ese empeño de la crisis por romper récords a toda velocidad. El Ejecutivo, que negó reiteradamente que el desempleo fuera a llegar hasta esas cotas, ha asegurado esta semana que el deterioro de las cifras económicas le obligará a revisar sus previsiones.

El FMI estima que la economía española tocará fondo "al final del segundo trimestre", según Traa. Pero eso no significa que la recuperación vaya a ser inmediata. Mientras en varias partes del mundo empiezan a verse los primeros fogonazos de optimismo, al sur de los Pirineos no hay nada de eso.

"En economías como la española y la irlandesa el reventón inmobiliario complica la recesión, y la banca reacciona al deterioro de los activos frenando el crédito", destaca Marek Belka, economista del Fondo para Europa. El memorial de agravios es inacabable.

"El desempleo, el riesgo de deflación, la caída del consumo y de la demanda, el incremento del déficit fiscal... Pero sobre todo el pinchazo inmobiliario, que va para largo, y la crisis bancaria, que apenas ha empezado, marcarán el tempo de la crisis en España", enumera Reinhart.

Tanto Reinhart como Rogoff -dos expertos en crisis financieras- coinciden en que el Fondo ha hecho un ejercicio de realismo con España. Pero aducen que la historia demuestra que las previsiones tienen margen de error. No tanto por las cifras de España, que se consideran válidas, como por el posible exceso de optimismo del Fondo para algunos de los vecinos de la economía española.

"Ahora mismo, el mayor riesgo en Europa es un profundo colapso de la banca", ataca Rogoff. "Y España no está ni mucho menos en la zona cero. Puede que la banca española tenga problemas, pero el país puede sentirse afortunado por el rigor que ha impuesto la regulación. Hay mayores riesgos de desastre en otros países como Austria, Irlanda o el Reino Unido", concede.

De nuevo la banca, verdugo y víctima de los más de 20 meses de huracán económico, se adivina como una pieza clave de lo que pueda suceder. "Sorprende que las previsiones para Europa sean tan benévolas. Es probable que haya crisis de deuda en el Este y eso provocará nuevos problemas bancarios. En esa segunda oleada del tsunami, la eurozona va a sufrir de veras en países como Italia o Austria, muy expuestos al Este, o en Grecia, por la mala situación fiscal", abunda Reinhart.

Junto a estos casos, el Fondo prevé dificultades para las economías posburbuja: el sector financiero de España, Irlanda y el Reino Unido está expuesto aún al reventón inmobiliario, al que aún le queda camino por recorrer. Para Gross, no hay lugar a dudas. "España tiene una superburbuja en parte aún por explotar. Mayor incluso que la de EE UU. Así que con el largo reventón inmobiliario que tiene por delante, la debilidad de la economía durará años".

El economista jefe del FMI, el francés Olivier Blanchard, profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT), publicó poco antes de su nombramiento en el Fondo un extenso trabajo en el que auguraba para España una crisis parecida a la de Portugal en los últimos años. Un pinchazo que dejaría un brusco recorte de los salarios -como en Alemania tras la reunificación- y mucho paro.

Y un horizonte muy parecido al que los economistas del Fondo dibujan ahora para la economía española. Uno de los mantras de esta crisis es la hipótesis de la profecía autocumplida. Sobre todo si la profecía es pesimista. En el caso español y la profecía de Blanchard, el mantra funciona como la seda.

La crisis sólo se mira ya en el espejo del 29

MADRID.- La diferencia entre el remedio y el veneno es muchas veces una cuestión de dosis. Pero la dureza de esta crisis ha simplificado el dilema a los gestores públicos, que afrontan la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. A la carrera, Gobiernos y bancos centrales han puesto en marcha una intervención económica conjunta sin precedentes. La quiebra del sistema financiero, la acelerada destrucción de puestos de trabajo y la zozobra empresarial fuerzan una respuesta masiva, según 'El País'.

El debate sobre algunas consecuencias indeseables de estas medidas, palidece frente a la polémica de si son necesarios más recursos públicos. Porque responsables políticos y expertos coinciden en que esta intervención ha alejado, por ahora, el riesgo de una depresión como la que asoló el mundo occidental entre 1929 y 1933. Pero muchos sostienen que la amenaza sigue ahí, agazapada en un futuro lleno de trampas.

¿Esta crisis va a ser como la del 29, o peor? La pregunta encabezaba, hace un año, la portada de Negocios, en el arranque de la nueva etapa de este suplemento. Réplicas que parecían definitivas se han desmoronado con igual contundencia. La respuesta se abre paso con mucha dificultad y aún dista de estar clara, con sorpresas desagradables en cada esquina de las estadísticas.

"No se vio nunca un deterioro tan rápido, ni tan siquiera en la Gran Depresión", sostuvo Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal, ante los congresistas estadounidenses en febrero pasado. El domingo pasado, sin embargo, iluminó este sombrío panorama al abrir una rendija al optimismo. "Desde luego, estamos en una Gran Recesión", dijo, pero no en una depresión como la de los años treinta del siglo pasado.

La distinción no es pequeña, aunque no cambie, a bote pronto, la vida de millones de personas que se están quedando sin trabajo. Un estudio presentado esta semana por el Fondo Monetario Internacional (FMI) destacaba que las crisis generadas por descalabros financieros -ninguno ha sido tan intenso como el destapado por el tocomocho de la titulización de hipotecas basura en EE UU-, y con repercusiones globales son las más dañinas. Y según el pronóstico del Fondo, esta recesión destruirá ya este año una porción (1,3%) de la actividad económico mundial de 2008, un recorte que será mucho más acusado en los países ricos (un 4%).

Pero la Gran Depresión fue mucho más que eso. En Estados Unidos, el epicentro entonces y ahora de la crisis, el PIB retrocedió un 30% entre 1929 y 1933; la tasa de paro subió del 3% al 25%; un 60% de los estadounidenses entró en la pobreza. Y dos millones de personas se vieron forzadas a vivir en la calle. El brutal impacto de aquella crisis en Alemania ayuda a explicar la llegada del nazismo, y en último caso, la Segunda Guerra Mundial.

Que un referente tan sombrío sea el termómetro de esta crisis da fe de su brutalidad. "Es una exageración que refleja el calor del momento", decían sobre la comparación con el crash de 1929 los analistas de JPMorgan hace un año, en lo que era el reflejo de una opinión muy extendida.

Hasta septiembre pasado, la comparación era esgrimida como una amenaza latente por algunos académicos distinguidos, como el último Premio Nobel, Paul Krugman. Y el director gerente del FMI dio voz entonces a lo que los dirigentes de medio mundo daban por hecho: "Se empieza a ver el final de la crisis financiera".

Resultó otro de los muchos pronósticos bienintencionados que la realidad se encargó de pulverizar. Apenas unas horas después, la quiebra de Lehman Brothers puso de rodillas al sistema financiero mundial. Y la crisis mostró su auténtico rostro, con rasgos que esta vez sí, recordaban ya a la Gran Depresión.

"Entonces estuvimos muy cerca del colapso", rememoró a mediados de marzo el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en una insólita entrevista concedida a la cadena CBS. Es una afirmación recurrente en los últimos meses, pero esta vez sirvió al responsable del banco central estadounidense para sostener que lo peor había pasado. Y despejar un futuro endiablado. "Veremos el final de la recesión, posiblemente este año", afirmó Bernanke. Y zanjó: "Hemos evitado el riesgo de una depresión".

Bernanke sabe de lo que habla. En la academia, se le tiene por uno de los mayores estudiosos de la Gran Depresión. Pero su mensaje, un pistoletazo de salida oficial en la carrera hacia la recuperación, quedó oscurecido por el enésimo escándalo en las retribuciones a los ejecutivos de la aseguradora AIG, uno de los emblemas más sonrojantes de la crisis. Hace dos semanas, el mensaje se difundió con un altavoz más potente.

"Se empiezan a ver rayos de esperanza", proclamó el nuevo presidente de EE UU, Barack Obama. "Hay tímidos signos de que el agudo declive de la actividad podría estar frenándose", coreó Bernanke, que ya había acuñado la frase de que empezaban a verse los primeros "brotes verdes" de la recuperación.

Los datos que maneja Bernanke sirvieron a Volcker, ahora asesor de Obama, para vaticinar también que la Gran Recesión no entrará en fase depresiva. Y para sustentar la opinión mayoritaria de los analistas.

"Es muy probable que la recuperación sea en 2010; en Estados Unidos será antes, bien a finales de este año o a principios del próximo. En Europa, donde la recesión empezó después, sería a finales de 2010. El problema es que también es muy probable que sea lenta", sintetiza Guillermo de la Dehesa, presidente del influyente Centro de Investigación en Política Económica (en sus siglas inglesas, CEPR).

Pero el club de los escépticos ante una próxima recuperación no es precisamente exiguo. "La raíz de la crisis está en el sector financiero, y como las nuevas previsiones del FMI indican [elevan el agujero de los activos tóxicos a tres billones de euros] el problema está muy lejos de resolverse", afirma Luis Garicano, profesor en la London School of Economics. "Los precios de los activos siguen cayendo, particularmente los inmobiliarios, y estos activos son el colateral [la garantía] de muchas deudas", advierte.

Hace unos meses, la recuperación, que en el reino de las estadísticas es equivalente a revertir tasas negativas en positivas, se situaba en la segunda mitad de 2009. Ahora, ya no se espera la buena nueva hasta 2010. Pero la línea de defensa de los que argumentan que esta vez va en serio es sólida. Los brotes que Bernanke mira con lupa de siete aumentos anunciarían la cosecha de lo sembrado: la quiebra de Lehman Brothers, además de anunciar la catástrofe, dio pie a un activismo público inaudito.

Para descongelar el crédito, los bancos centrales han bajado los tipos de interés al mínimo, han prestado dinero a mansalva para sostener la liquidez y algunos, como la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, se han liado a crear billetes para comprar deuda. Los Gobiernos no le han ido a la zaga.

Según el cálculo del FMI, la expansión fiscal de los países del G-20, el foro que integra países ricos y emergentes, inyectará en la economía real cuatro billones de euros (casi cuatro veces el PIB español) entre 2008 y 2010. Por no hablar de la manta de recursos públicos comprometidos en sostener a la banca bajo la voluntariosa promesa de futuros beneficios para los contribuyentes.

"Los analistas miramos ahora las bondades de lo que llamamos la segunda derivada: la actividad económica sigue cayendo, pero a un ritmo cada vez más moderado", explica Vicente Pallardó, director del Observatorio de Economía Internacional, de la Universidad de Valencia. "El último trimestre de 2008 y el primer trimestre de 2009 han supuesto, muy probablemente, el peor momento de la recesión. De todas formas, el problema no es un trimestre más o menos, sino lo tenue que puede ser la recuperación", insiste Pallardó.

En el último año y medio, las burbujas inmobiliarias reventaron una detrás de otra. Los mercados de Reino Unido y EE UU, los primeros en caer, acaban de dar las primeras señales de vida, con tenues repuntes en la venta de vivienda y los precios en algunas áreas urbanas. Las últimas entregas de las encuestas sobre la confianza a los consumidores en EE UU, el sentimiento económico del empresariado alemán o sobre las carteras de los gerentes de compras de la zona euro reflejan mejoras en las expectativas, aunque sobre mínimos históricos.

El aumento del crédito y el ritmo inversor han devuelto a China a la senda de un crecimiento robusto. Y las Bolsas, aupadas por la mejora de los valores bancarios, los anuncios de medidas de la administración Obama en el sector financiero y la confirmación del esfuerzo conjunto del G-20, han encadenado seis semanas al alza.

La frialdad con la que los analistas bursátiles, tan dados a la euforia antes de la crisis, han recibido la última escalada de la Bolsa llama la atención. Llueve sobre mojado: es la quinta vez desde que empezó la crisis que las cotizaciones mundiales suben más de un 10%, para precipitarse después en caídas mucho más profundas.

Como ya advertía Charles P. Kindleberger en su clásico manual sobre crisis financieras, la afirmación de que los mercados de valores anticipan la recuperación económica es "un cliché". "La verdad es que las Bolsas han pronosticado seis de las últimas tres recesiones", ironizó.

Las Bolsas son todavía terreno para los más arriesgados. ¿Los indicios de recuperación dan, al menos, para aconsejar al inversor ordinario que vuelva? Para los analistas de Citigroup, la respuesta es clara: "La economía, los beneficios empresariales y la evolución del crédito están diciendo: no todavía".

En su informe estratégico de abril, los expertos del gigante estadounidense repasan 40 indicadores mundiales en busca de los "brotes verdes" anunciados por Bernanke. Hay 32 que siguen en caída libre y sólo ocho mejoran o ya están en tasas positivas.

El último pronóstico del FMI, publicado esta semana, es en realidad, más de lo mismo: desde el verano pasado, cada revisión de datos empeora a la anterior, la recuperación se aplaza un par de trimestres más y las tasas de paro previstas aumentan: en los países avanzados ya están por encima del 10%, en España enfilan el 20%. Tras los porcentajes, millones de personas sin trabajo.

¿Por qué esta permanente revisión a la baja de las expectativas parará aquí? La respuesta está en el retardo con el que actúan las medidas publicas sobre la economía. El consenso es que, a mediados de 2010, deberían estar empujando la recuperación con todas sus fuerzas. Y la duda es si será suficiente. "La reciente mejora en algunos indicadores podría desvanecerse rápido. Hay un claro riesgo de marcha atrás si la actividad económica no responde a los estímulos públicos", advierte en otro informe James Knightley, economista de ING.

La mayoría de los expertos concuerdan en que el dique construido por la intervención pública aleja la amenaza de la depresión. Y abundan los que creen que los riesgos derivados de la deflación, de la precaria situación de las cuentas públicas y privadas en países de Europa del Este y América Latina muy endeudados, o de un sector financiero aún sin sanear pueden concretarse en otro embate que quebraría el muro de contención.

"Las medidas adoptadas todavía no son suficientes, necesitamos iniciativas más agresivas para sanear los bancos, una intervención mucho más agresiva del Banco Central Europeo, y más expansión fiscal de países como Alemania, que todavía tienen capacidad para ello", dispara Kevin H. O'Rourke, profesor en el Trinity College de Dublin.

La insistencia de O'Rourke, uno de los más reputados historiadores económicos en el ámbito internacional, viene avalada por la fuerza de los argumentos. Acaba de publicar, junto a Barry Eichengreen, experto en macroeconomía de la Universidad de Berkeley, un informe comparativo con la Gran Depresión. Y el poder destructivo de la Gran Recesión en la economía mundial se revela hasta ahora mayor.

De hecho, O'Rourke y Eichengreen creen que ya estamos en una depresión, pero confían en que dure poco. "Los estímulos fiscales y monetarios deberían ser capaces de frenar esta espiral, en algún momento del próximo año", acota el profesor de Berkeley, "pero una recuperación estable requiere arreglar antes la banca de Estados Unidos".

"La mayoría de los pronósticos ahora son como tirar una moneda al aire, pero si tengo que apostar por algo yo lo que veo para los próximos años se parece mucho a la última crisis de Japón", afirma Michele Boldrin, catedrático de la Washington University, en Saint Louis (EE UU). Boldrin descarta la depresión, aunque reconoce: "En esta crisis, ya fui demasiado optimista".

Para Boldrin, la Gran Recesión dejará como herencia años de crecimiento débil, lastrado por un sector financiero con la tensión baja. "Estados Unidos ha optado por no intervenir, en la esperanza de que poco a poco los activos tóxicos volverán a tener mercado. Eso es lo que ocurrió en Japón y dejó a los grandes bancos en estado de semiinconsciencia, débiles, sin capacidad para arriesgar en más créditos", indica el catedrático italiano, que colabora en España con Fedea y el Instituto Flores de Lemus.

"Al problema del sector financiero, hay que añadir un fenómeno más profundo, el desplazamiento de la producción manufacturera a los emergentes. Cuando despertemos de la crisis en Europa, descubriremos que en India y en China producen muchas más cosas que antes", avisa.

"No es posible la recuperación sin que la crisis financiera se resuelva", insiste Garicano. Pero el profesor de la London School of Economics, cree que buena parte de la solución pasa por dejar quebrar varias entidades. "En Islandia, y ahora en Irlanda, los Gobiernos han garantizado sistemas bancarios enteros, cuyo valor es superior a la capacidad de pago de esos países", subraya Garicano.

"En entidades sin riesgo sistémico se debe usar la bancarrota, en vez de obligar a los contribuyentes a cubrir las pérdidas", afirma este profesor universitario, que recuerda que la aseguradora AIG se ha hundido por garantizar impagos que nunca pensó que se producirían.

Un experto español en bancos centrales, que pide anonimato, cree que las exigencias desde el otro lado del Atlántico para que el Banco Central Europeo compre también deuda y baje más los tipos de interés no deberían atenderse.

"No creo que sean necesarias las mismas medidas que en Estados Unidos", afirma. Por el lado fiscal, quedan por despejar las dudas sobre su efecto real en la economía: en esta tesitura, familias y empresas suelen primar el recorte de deuda y el ahorro frente al gasto y la inversión. Y el vertiginoso aumento de la deuda pública, multiplica las incertidumbres sobre nuevas medidas.

Los expertos que piden más madera a Gobiernos y bancos centrales se parapetan en el recuerdo de la actuación de Herbert Hoover, presidente de EE UU durante el crash de 1929, para espantar cualquier tentación de aflojar el paso.

"Hemos pasado lo peor", dijo Hoover en mayo de 1930, cuando surgieron los primeros brotes de la recuperación. Dos años después las chabolas que daban precario techo a centeneras de miles de estadounidenses se conocían por el nombre de hoovervilles.

A falta de más ayudas públicas, si los brotes que nacen hoy no dan fruto en 2010, argumentan, el estrecho desfiladero que transitan los responsables políticos desde el inicio de la crisis, puede convertirse en un alambre en el que hacer equilibrio. Con la depresión, otra vez, de fondo.

Un año de recesión cada vez más aguda

La mayor crisis económica desde la Gran Depresión atraviesa probablemente ahora su fase más aguda. Hace un año, el primer número del nuevo Negocios analizaba cómo se combinaban la crisis financiera, la inmobiliaria y la de las materias primas (petróleo y alimentos, principalmente).

Negocios, la publicación económica líder de la prensa española, apostó entonces por una portada algo provocadora que comparaba lo que se nos venía encima con la crisis del 29, cuando algunos aún minimizaban o incluso negaban la crisis.

Por desgracia, la economía no ha hecho más que empeorar desde entonces, en España y en todo el mundo. Ya nadie considera un exabrupto la referencia a la Gran Depresión -el FMI dedica un apartado especial de su último informe a esa comparación-, pero hay confianza en que el umbral de la depresión no se sobrepase y nos quedemos sólo en la Gran Recesión.

Así se propagó la epidemia a las masas

MADRID.- El 18 de junio de 2002 a las 10.30 de la mañana, George W. Bush, presidente de EEUU, se dirigió en Washington a los representantes del departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano. «Creo que ser propietario [de una casa] es parte del sueño americano Y por eso, ayer mismo pedí al sector privado que nos ayude, y que ayude a los que desean comprar casas. Necesitamos más dinero para los compradores de bajas rentas que por primera vez acceden a la vivienda [Aplausos]».

Para muchos, fue el momento en que la esfera del planeta financiero comenzó a girar y girar hasta perder el control. «En aquel momento, el sistema financiero y la economía americana se estaban rehaciendo de dos durísimos golpes: la explosión de la burbuja de internet que durante los dos años precedentes había evaporado cerca de 3 billones de dólares de valores en la Bolsa, y el ataque del 11 de septiembre», afirmaba un artículo de Il Sole 24 Ore.

Entonces, toda la maquinaria pública y privada se puso en marcha para apoyar los planes del presidente. La Reserva Federal había comenzado a bajar los tipos de interés en enero de 2001. Entonces estaban al 6%. Esa bajada cogió tal ímpetu que a final de ese año los tipos se situaron en 1,75%. En junio de 2003, llegaron al 1%. Era como bajar una larga escalinata a grandes saltos y en cinco segundos, a juicio de 'El Mundo'.

Dinero regalado

Y para los ciudadanos americanos empezó su Era de la codicia.El dinero casi estaba regalado, los 8.000 bancos privados y las sociedades hipotecarias salieron a la calle a conceder préstamos para que los norteamericanos comprasen casas. Incluso para los más pobres. Concedieron hipotecas hasta a los ninjas, que no eran guerreros japoneses, sino una clase desfavorecida que en inglés significa No Income, No Job, No Assets (sin ingresos, sin trabajo, sin propiedades). Sin quererlo, el país que más términos económicos ha inventado estaba creando un género de hipotecas llamadas subprime que luego se harían muy famosas.Hipotecas basura como se las llamó en España. El nombre lo dice todo.

De repente, la economía norteamericana salió de la tumba y empezó a crecer porque el país empezó a gastar un dinero que recibía fácilmente de los bancos. Cualquier familia podía obtener un crédito para comprar su casa, más coches, para consumir o para viajar. Los vendedores de hipotecas, los brókers, eran como vendedores de enciclopedias. Llegaban a una casa y le decían al propietario que, mejor que vivir de alquiler, era comprar la casa. Se la financiaban a muchos años, con un tipo de interés de risa al principio. «Tenían dos años de carencia en los cuales no pagaban nada. Pero al tercer año, les cobraban entre un 7% y un 14%, un detalle que no veían porque eso estaba en la letra pequeña», dice Guillermo de la Dehesa, presidente del Grupo Aviva.

Al broker sólo le interesaba cobrar su comisión y le daba igual la fiabilidad de la persona que estaba poniendo su firma en esa hipoteca. Las hipotecas llamadas low doc o no doc (con poca documentación o sin documentación) crecieron como la peste negra y, en poco tiempo, ya suponían la mitad de las hipotecas.

El caso paradigmático

Ese fue el caso de la señora Halterman. Propietaria de una casucha en Avondale, California, (en la imagen mostrada por The Wall Street Journal aparecía una chabola), esta mujer alcohólica con un largo historial de impagos recibió en 2006, de las empresas hipotecarias y sus intermediarios, un crédito por 103.000 millones de dólares con un tipo variable que llegaba al 15%. Halterman lo necesitaba para tapar los agujeros de su desatinada vida económica.

Pero la mujer se compró un todo-terreno. Como no tenía un trabajo estable y estaba enganchada a las anfetaminas, se fundió todo el dinero y dejó de pagar sus compromisos. Al final, abandonó la casa. Pero su préstamo ya había dado la vuelta al mundo en el celofán de los derivados. La casa fue clausurada y afuera se colgó un cartel que decía: «Inhabitable». Halterman reconoció que no necesitaba tanto dinero. «Bien pensado, lo que necesitaba era una buena patada en el trasero».

A finales de 2006, muchas familias norteamericanas percibieron que no podían devolver las hipotecas. ¿Qué había pasado? Pues que sus créditos eran demasiado caros. De modo que entre 2006 y principios de 2007 los bancos se empezaron a encontrar con una cosa que los norteamericanos llamaron con sentido del humor el jingle mail, el correo tintineante. Es decir, los propietarios de casas, metían las llaves en un sobre, las enviaban al banco y abandonaban su casa por otra de alquiler porque ya no tenían dinero para sufragar su hipoteca.

El 'agorero' al que nadie quiso escuchar

En febrero de 2003, sólo un año después del discurso de Bush que animaba a todos los norteamericanos a comprar una casa, Armando Falcón presentó un extenso informe ante el Congreso de los Estados Unidos titulado 'Riesgo sistémico: Fannie Mae, Freddie Mac y la OFHEO'.

La OFHEO era la oficina estatal que dirigía el mismo Falcón.Clinton lo había puesto allí en 1999 y su cometido era vigilar que Fannie Mae y Freddie Mac no hicieran cosas raras, ser un controlador de sus cuentas.

Los dos primeros escenarios expuestos en el documento de Falcón afirmaban que los problemas financieros de una de las empresas hipotecarias se podían amortiguar si la otra empresa la apoyaba.Pero, en caso de que las dos empresas hipotecarias afrontasen serios problemas de liquidez, el resultado sería pavoroso: «Crearía problemas en toda la economía».

Falcón añadía que si esos problemas contagiaban al sistema bancario que comerciaba con obligaciones de Fannie y Freddie, y al sector financiero en general, «dañarían la economía de los Estados Unidos y del mundo entero». Era la peste global. Y terminaba: «Si el Gobierno no previene esta crisis financiera, el derrumbe potencial de la economía puede ser muy profundo».

Falcón fue destituido.

El 'broker' que inauguró la 'era de la codicia'

MADRID.- En 1972, Leo Melamed, presidente del Chicago Mercantile, puso en marcha el primer mercado de divisas internacional. Según los analistas, este hecho fue la primera piedra de una revolución que desembocaría en la actual crisis financiera mundial.

Cuando era pequeño, Leo Melamed hizo un gran descubrimiento.Había cruzado con su familia media Europa y casi toda Siberia a bordo de un ruidoso tren para buscar refugio en Japón.


La Segunda Guerra Mundial ya había estallado, pero todavía faltaba mucho para que los japoneses atacasen Pearl Harbour, de modo que cientos de refugiados europeos, especialmente polacos no simpatizantes de Hitler, tenían que huir hacia Oriente porque los pánzer alemanes venían justo desde la otra dirección.


Al final, tras un sinfín de penurias, los Melamed dieron con sus huesos nada menos que en Japón, a la espera de que les concedieran una visa para viajar a Estados Unidos.

Muchos refugiados se ganaban la vida obteniendo dólares oficiales y cambiándolos en el mercado negro. El pequeño Leo estaba intrigado por esta forma en que la moneda americana pasaba de manos, se convertía en yenes y luego otra vez en dólares y en yenes, y así en una cadena sin fin.


El padre de Leo, llamado Isaac Melamed, le explicó que eso se debía a que el tipo de cambio oficial era de 500 yenes por dólar, pero en el mercado negro se pagaban hasta 900 yenes por dólar. La gente se fiaba más de EEUU que de Japón, y por eso estaba tan alto.

Traficar con dólares

La manera de traficar con dólares era sencilla: los que pedían asilo en Japón para ir a EEUU tenían que depositar 50 dólares para recibir el visado. 50 dólares eran una fortuna entonces.El Gobierno de EEUU exigía que toda familia que entrase en su país tuviese como mínimo esa cantidad. Pero antes de subir al barco, los refugiados cambiaban esos dólares en el mercado paralelo y obtenían 45.000 yenes, que a su vez podían cambiar por 90 dólares para pagar su visa y ayudar a otros refugiados a comprar salvoconductos.¡Magia, Leo! Así funcionaba ese extraño engranaje basado en las divisas, la especulación y la ley de la demanda y la oferta.

«Mi padre me ayudó a entenderlo», confiesa Melamed. Como niño que había pasado de una frontera a otra, Leo ya estaba iniciado en el mundo misterioso de las divisas y sus cambios fluctuantes.En su autobiografía confiesa que antes de cumplir nueve años ya había convivido con el zloty polaco, el lit lituano, el rublo ruso, el yen japonés y el dólar. «Para mí, una colección de monedas representaba mucho más que lo que representaba para el resto de los niños. Y ya entonces, desde chico, en el lejano Japón, recibí mi primera lección en el fascinante mercado negro del cambio de divisas».

En 1972 Leo Melamed era presidente del Chicago Mercantile Exchange (apodado Merc) y, fue allí, aprovechando todas sus enseñanzas, donde vio la oportunidad de lanzar la mayor revolución en la historia de esa bolsa: lanzar un mercado internacional de divisas.«Estaba buscando un producto que diversificase el riesgo de cambio», comenta Melamed, quien hoy es presidente honorario del Merc.

Melamed leyó todo lo publicado sobre estos riesgos y la única forma de combatirlos era creando un mercado de futuros similar al de los agricultores, pero en lugar de tripa de cerdo, uno compraría o vendería divisas aseguradas con un tipo de cambio a corto y medio plazo. «Pensé: ¡qué gran idea!», dice exaltado.

Había que reaccionar con toda rapidez antes de que otra bolsa decidiera hacer lo mismo. «Yo sabía que no era fácil». Pero a sus 37 años, «una edad en la que se tiene coraje moral», Leo Melamed decidió fundar el Mercado Monetario Internacional, donde se cruzarían apuestas sobre a qué precio iban a estar las divisas en el futuro y eso determinaba a su vez su valor. Al principio, pidió asesoramiento a sus colegas. Uno de ellos realizó unas simulaciones en un ordenador y determinó que el riesgo era tan grande que iba a cargarse «la civilización Occidental».

Melamed ignoró estas premoniciones. «Me preocupaba menos la situación financiera de la civilización Occidental que la integridad del IMM», dice en sus memorias. Entonces, fue a ver a Milton Friedman porque necesitaba una persona de prestigio que avalase el nacimiento de su mercado. Friedman le elaboró un documento escueto, Melamed le pagó 5.000 dólares («la mejor inversión jamás hecha por el Merc», confesaría después), y el 16 de mayo de 1972 el IMM echó a andar.

Aquel año se negociaron casi 145.000 contratos. Hoy se mueven millones y es el mayor mercado monetario del mundo. Al pasar el tiempo, Chicago se abrió a productos más sofisticados que hoy día no sólo incluyen divisas sino letras del tesoro, eurodólares, el tiempo meteorológico, los tipos de interés y hasta una enorme panoplia de productos derivados, soportados por hipotecas, y que se negocian en el anfiteatro atestado de traders, entregados al viejo método del outcry, a grito pelado. Todos ellos usan también un sistema de señales numéricas no verbales que se han popularizado en las películas sobre los codiciosos especuladores.

Sin saberlo, Melamed dio el pistoletazo de salida a la época de la sofisticación financiera. «Los productos derivados de hoy son descendientes directos de aquel comercio de divisas», afirmaba The Economist en octubre de 2008, refiriéndose a las innovaciones de Melamed.

(Este extracto corresponde a dos capítulos del libro La crisis explicada a sus víctimas, del columnista del 'El Mundo', Carlos Salas).

Los otros protagonistas


Milton Friedman: Economista y promotor de la libertad financiera. Fue el asesino intelectual de Keynes y sus consejos dieron lugar al descontrol de los mercados.

Denis Levine: En 1987, su banco de inversión (hoy desaparecido) creó el CDO, un producto que entrampó al sistema financiero.

Blythe Master: Matemática británica que ideó el credit default swap, un seguro que fue calificado por Warren Buffett como «arma financiera de destrucción masiva».

F. Black y M. Scholeseja: Economistas de la Universidad de Chicago que inventaron en los 70 un modelo matemático que provocó el hundimiento de las bolsas en 1987.

El 'plan Geithner' o la naturaleza de la crisis / Luis de Guindos

Por fin, tras el fiasco inicial, Tim Geithner, el nuevo secretario del Tesoro del Gobierno de Obama, nos ha presentado los detalles de su programa de rescate de los bancos. Y en esta ocasión, a diferencia de lo que ocurrió la primera vez, la reacción de los mercados ha sido muy positiva. Las bolsas del mundo entero han subido exponencialmente, y muy especialmente los valores bancarios que a principios del mes de marzo tocaban mínimos históricos.

El principio en el que se fundamenta el plan es parecido al de Paulson, su antecesor en el cargo. Se trata de intentar extraer de los balances de los bancos los activos tóxicos, que ahora se denominan «activos heredados» -de la burbuja lógicamente- cuyas pérdidas amenazan la solvencia de las instituciones e impiden que retorne la confianza a las mismas.

El problema con que tropezó el plan Paulson fue el de la fijación del precio al que se adquieren dichos activos. Si el precio es muy bajo, entonces se generan pérdidas en los bancos no sólo por el afloramiento de éstas en los activos adquiridos, sino también para el resto de los préstamos y valores en balance.Esto podría poner de manifiesto que las pérdidas son mucho más elevadas de lo inicialmente previsto y, por tanto, que se requieren enormes inyecciones de capital para mantener los bancos solventes.Por el contrario, si el precio es demasiado alto entonces los contribuyentes estarían asumiendo las pérdidas de los bancos y otorgándoles una subvención implícita.

Para evitar estos conflictos, la solución que aporta el plan Geithner es intentar involucrar al sector privado, mediante una alianza con el sector público, en la adquisición de los activos problemáticos, lo que permitiría no sólo otorgar imparcialidad y transparencia al proceso, eliminando discrecionalidad administrativa, sino también ir creando un mercado para los activos dudosos que en estos momentos brilla por su ausencia. La lógica del plan es simple. Se distinguen dos tipos de activos problemáticos: los préstamos y los valores con garantía de activos, fundamentalmente hipotecarios.


Para los primeros, los bancos crean paquetes de créditos que son sacados a subasta, a la que se pueden presentar diversos inversores. El fondo de garantía de depósitos norteamericano proporciona financiación sin recurso de hasta seis veces el capital, en el que el Tesoro participa con un 50%. Para la segunda categoría de activos, los valores con garantía real, se seleccionan por el Tesoro hasta cinco inversores para gestionar los fondos que van a adquirir estos activos. El Tesoro participa al 50% en el capital con los inversores privados y otorga préstamos que pueden llegar a ser de igual volumen que el capital.

Con este esquema se pretende llegar a dar de baja, mediante su venta, a cerca de un billón de dólares de activos tóxicos. Como decíamos al principio, la reacción inicial de las ¡bolsas fue muy positiva, aunque con posterioridad, y especialmente desde medios académicos, se han empezado a escuchar voces críticas respecto del diseño y alcance del programa.


La principal crítica surge de que, en estos momentos, sólo un quinto de la totalidad de los créditos bancarios están valorados a precios de mercado -el famoso marking to market- por lo que la venta de los activos tóxicos generaría pérdidas enormes que llevarían a muchos bancos a una situación de emergencia. Eso, de alguna forma, podría impedir que los bancos se deshagan de los préstamos y valores dudosos, ya que se pondría de manifiesto su insolvencia.

La segunda crítica proviene de la posibilidad de que se dé un proceso de selección adversa que deriva de la existencia de un desequilibrio en la información sobre la calidad de los activos que se ponen a la venta. Los bancos tenderán a vender aquellos activos con valor cero y los compradores, que temen esto, lógicamente serán reacios a realizar ofertas. Por último, puede que los inversores sean reticentes a la alianza con el sector público, dados los condicionantes que esto puede imponer en su operatoria, como ya se está mostrando con la polémica de las remuneraciones de las empresas con ayudas públicas.


De este modo, todo lo anterior podría llevar a que el resultado sea una falta de transacciones y que, por lo tanto, el plan fracase como consecuencia de que no se consiga librar a los bancos de sus activos dudosos que continuarán generando toxicidad.

La reacción de los mercados de crédito parece otorgar bastante fundamento a las dudas y críticas anteriores, puesto que, salvo en el caso de los préstamos y valores con garantía inmobiliaria de tipo comercial, no se ha dado una mejora sustancial en los distintos segmentos de los mercados de crédito. Teniendo en cuenta que a lo largo de esta crisis financiera los mercados de crédito han ido siempre por delante de los de renta variable, deberíamos ser prudentes respecto de la evolución de las bolsas, especialmente si tenemos en cuenta que en los mercados bajistas se pueden dar rebotes de gran intensidad sin romper la tendencia subyacente.

De cualquier modo, la polémica sobre el plan Geithner es, en última instancia, un reflejo sobre el debate mucho más amplio de los problemas reales de la banca mundial. Si, efectivamente, la causa de la situación actual es la falta de liquidez de los activos de los bancos, y que los precios actuales no reflejan su valor intrínseco a medio plazo, entonces esquemas como el de Geithner pueden ser útiles y ayudar a la recuperación de la confianza. Por el contrario, si el problema es que los activos bancarios deben, de forma estable, valorarse a precios inferiores, generando pérdidas permanentes, entonces las soluciones deben ser de otro tipo.

En estas circunstancias, la única solución, con todos los problemas que implica, sería la entrada del Gobierno en el capital de las instituciones insolventes para su reestructuración. Por ello, la parte más importante del plan Geithner es aquélla que se refiere al test sobre la situación real de cada banco y sus necesidades de capital, que se hará público en los próximos días.

Nuestra obsesión con la depresión / Robert J. Samuelson *

La Gran Depresión de los años 30 fue el acontecimiento económico más trascendental de todo el siglo XX. Constituyó una de las causas directas de la Segunda Guerra Mundial, puesto que posibilitó el ascenso al poder de los nazis en Alemania. Inspiró un nuevo Estado americano del bienestar como respuesta directa a la pobreza mísera. En todas partes desacreditó el capitalismo liberal. Teniendo en cuenta la crisis económica de hoy en día, nuestra renovada fascinación con la Depresión es natural. Sin embargo, no deberíamos trazar paralelismos con demasiada ligereza.

La Depresión fue excepcional en su ferocidad económica. Como escribe Liaquat Ahamed en Los amos de las finanzas: «Durante un período de tres años, el PIB neto de las principales economías perdió más del 25% y la cuarta parte de la población masculina adulta se quedó en el paro de pronto. La agitación económica generó dificultades en todo el mundo, desde las praderas de Canadá hasta las productivas ciudades de Asia». Cualquiera que desee conocer los porqués debe leer este absorbente libro.

Ahamed, gestor de fondos de profesión, atribuye la Depresión a dos causas centrales: la chapucera restitución del patrón oro en los años 20 y las masivas deudas intergubernamentales producto de la Primera Guerra Mundial, incluyendo las compensaciones alemanas.

Su relato bebe de la erudición de economistas como Milton Friedman, Ana Schwartz, Charles Kindleberger, Barry Eichengreen o Peter Temin. Pero Ahamed destaca a la hora de invocar las fuerzas políticas y personales que condujeron al desastre. Su título se refiere a cuatro hombres profundamente inmersos en las retorcidas políticas del momento: Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra; Benjamin Strong, gerente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York; Emile Moreau, director del Banque de France; y Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank alemán. Su determinación a la hora de reinstaurar el patrón oro -percibido como imprescindible para la prosperidad global- trajo la ruina.

Bajo el sistema de patrón oro, cada divisa estaba respaldada por las reservas de oro. Si el oro ingresaba en un país (normalmente fruto de excedentes comerciales o de un crédito exterior), su masa monetaria y crediticia iban a crecer. Si el oro abandonaba el país, las masas monetaria y crediticia se iban a contraer.Durante la Primera Guerra Mundial, los gobiernos de Europa abandonaron el patrón oro. Financiaron la guerra en líquido y préstamos procedentes de América. El atractivo de restaurar el patrón oro residía en que iba a estimular la confianza al hacer fidedigna la divisa.

Desafortunadamente, la guerra perjudicó irreparablemente el sistema.Gran Bretaña, la principal potencia, se quedó con apenas el 7,5% de las reservas mundiales de oro en 1925. Juntos, Estados Unidos y Francia poseían más de la mitad del oro del mundo. La guerra había dilatado las reservas estadounidenses, y cuando Francia volvió al oro, lo hizo con un tipo de cambio tan castigado que impulsó sustancialmente las exportaciones y las reservas de oro.Mientras tanto, las compensaciones alemanas a Gran Bretaña y Francia fueron masivas, mientras esos países debían cantidades ingentes a Estados Unidos. El sistema financiero internacional estaba tan castigado por la deuda que «se fracturó ante las primeras tensiones».

Eso sucedió después de que el incremento en los tipos de interés estadounidenses en 1928 obligara a los demás países a seguir la tendencia (ninguno quería perder el oro en virtud de que los inversores cambiaran de depósito en otras partes) y finalmente condujo al batacazo del mercado bursátil de 1929. Al debilitarse las economías, las deudas entraron en descubierto. Sobrevino el pánico bancario. El crédito y la producción industrial se derrumbaron. El desempleo se disparó. La debilidad se alimentaba con debilidad.

Tristemente, esta tragedia guarda paralelismos modernos. Al igual que en los años 30, el colapso del crédito mundial es un riesgo.El mercado global de acciones y valores y el mercado bancario están entrelazados. Las pérdidas en un mercado pueden precipitar retrocesos en los demás mercados.

El flujo monetario a 28 países «de mercado incipiente» en 2009 se desplomará hasta un 80% con respecto a los niveles de 2007, según las proyecciones del Instituto de Finanzas Internacionales.Los desajustes en el mercado de divisas, al igual que en los años 20, distorsionan el comercio. El yuan chino está claramente devaluado.

No obstante, diferencias acusadas divorcian el presente del pasado.La más evidente es que los gobiernos -desembarazados del patrón oro- han abaratado el crédito, apuntalado instituciones financieras e incrementado el gasto para contener la caída libre económica.La Reserva Federal de EEUU y el Fondo Monetario Internacional han facilitado créditos a países emergentes para compensar las caídas del crédito privado. Tampoco sucede nada parecido al rencor internacional que acompañó a la Primera Guerra Mundial y obstaculizó la cooperación: en 1931, los franceses frustraron el rescate de la mayor entidad bancaria de Austria (Credit Anstalt), cuya quiebra sirvió de detonante de una cadena de episodios de pánico bancario a nivel europeo.

Cuando los países abandonaron el patrón oro -Estados Unidos lo hizo en la práctica en 1933- sus economías empezaron a recuperarse.Algunos indicadores sugieren a estas alturas que la presente caída es cada vez menos acusada («atisbos de esperanza», dice el presidente Obama). China manifiesta señales de mejora parecidas.Todo esto mitiga las comparaciones con la Depresión, cogidas con alfileres. Pero si estos presagios son desmentidos por los hechos, se podría llegar a una conclusión más siniestra.

Los horrores de la Depresión estaban anclados en ortodoxias económicas imperantes, que se habían visto superadas por las nuevas realidades.Las actuales políticas reflejan de igual forma las ortodoxias de la actualidad. ¿Pero qué pasa si también ellas acaban refutadas?

(*) Robert J. Samuelson es columnista del diario The Washington Post

La economía necesita una transparencia radical / Michael Lewitt *

Los mercados financieros occidentales se están comportando como si lo peor de la crisis ya hubiera pasado, a pesar del hecho de que los datos económicos sólo dan a entender que, en el mejor de los casos, el ritmo de deterioro de la economía ya no es tan acelerado. Sin embargo, la Bolsa no es la economía, aunque en televisión parezca que sí. El mercado de valores tiende, por lo general, a malinterpretar completamente lo que ocurre en la economía y lleva a los inversores a perder enormes cantidades de dinero anticipando un futuro que nunca se cumple.

Existe la creencia general de que los mercados crediticios son unos intérpretes más precisos de las condiciones económicas que los de valores y se ha registrado toda una fiebre de emisiones de bonos de alta calidad (especialmente en EEUU) durante los primeros meses de 2009. No obstante, buena parte de esa fiebre es consecuencia de los bajos tipos de interés y de la necesidad que tienen las empresas de amortizar títulos de deuda a corto plazo, no de la creencia de que la economía mundial vaya a experimentar una pronta recuperación. Los inversores deberían extremar la prudencia, ahora que entramos en los meses de primavera y verano.

La razón fundamental por la que el crecimiento económico ha frenado su caída es la enorme cantidad de liquidez que los bancos centrales han inyectado en el sistema financiero. De haberse mantenido el deterioro de la economía al ritmo aterrador del último trimestre de 2008, el mundo se habría hundido en una auténtica depresión.Tal y como está ahora la situación, el mundo está experimentando una dinámica económica que es más característica de una depresión que de una recesión. En España, por ejemplo, el desempleo ha alcanzado un alarmante 17,3% y la deflación de los precios se ha introducido en el sistema. El Gobierno de EEUU se está echando sobre las espaldas un sistema bancario gravemente deteriorado que presta cada vez menos dinero, al tiempo que se niega a revelar el verdadero estado de sus balances. El alivio temporal de los mercados financieros nos dice poco acerca de los problemas que agobian a los ciudadanos corrientes de todo el mundo, que se debaten entre la amenaza de perder su empleo, las dificultades con su vivienda y unas fuerzas económicas fuera de su control.

Es todavía mucha la montaña que queda por escalar. El Fondo Monetario Internacional (FMI) cree que los bancos van a necesitar captar, como tope de aquí a 2010, 875.000 millones de dólares (unos 673.077 millones de euros) en nuevas acciones para volver a situar sus recursos de capital a los niveles anteriores a la crisis. En conjunto, el FMI calcula que las pérdidas totales de los sectores financieros de EEUU, Europa y Japón habrán alcanzado finalmente los 3,15 billones de euros entre 2007 y 2010. Los bancos absorberán más de 1.900 millones de euros de estas pérdidas; las compañías de seguros, en torno a 230.769 millones de euros, si bien esta cantidad peca manifiestamente de optimismo, a la vista de las pérdidas de AIG y otras instituciones financieras (un billón de euros).

A tenor de estos sombríos pronósticos, las medidas tomadas recientemente para mejorar la transparencia y aliviar la presión de tener que contabilizar las inversiones a su precio de mercado serán de particular importancia para ayudar a que se recupere el sistema.

Muchas de las soluciones políticas que han inyectado billones de dólares de liquidez en el sistema financiero son necesariamente de carácter cortoplacista. En mi último artículo hablé de dos áreas en el plano de las reformas políticas, cuya naturaleza es el largo plazo, que van a resultar imprescindibles para crear las condiciones de un crecimiento económico sostenible a largo plazo: la política fiscal y la política laboral.

Los cambios políticos que recomendé estaban dirigidos a promover la actividad económica productiva en lugar de la especulativa.Ahora me gustaría pasar a considerar algunas reformas del sector financiero que tocan un tema de la mayor importancia como es la transparencia, reformas que deberían asumirse y que son necesarias para impedir una nueva crisis. Se trata de unas medidas importantes que deberían contribuir a infundir una mayor confianza en las instituciones financieras y en los mercados financieros, un paso esencial para ayudar a que el mundo recupere la estabilidad económica.

Está haciéndose progresivamente más patente que las medidas heroicas adoptadas por el Gobierno de Estados Unidos para afrontar la crisis financiera están dejando de lado un ingrediente clave: la transparencia. A pesar de las proclamas de los políticos en el sentido de que el mundo que salga de esta crisis estará sobrado de transparencia, nada hay más lejos de la realidad. Mientras los mercados aguardan los resultados de las denominadas pruebas de esfuerzo de los bancos, circulan sin freno rumores de que el Gobierno estadounidense está dispuesto a revelar la verdadera situación de sus bancos. Se están planteando asimismo interrogantes enormemente graves acerca del destino que se ha dado a centenares de miles de millones de dólares de dinero del TARP [1]. El Gobierno de Obama debería aclarar de manera inmediata que ofrecerá la información más completa al respecto, hasta el último detalle, a fin de garantizar a la opinión pública de todo el mundo que la transparencia será condición ineludible de los mercados financieros de ahora en adelante.

Los últimos informes sobre beneficios de los principales bancos de Wall Street han venido cargados de datos que no han hecho más que confundir y suscitar más preguntas que respuestas. Goldman Sachs, por ejemplo, ha informado de que ha obtenido beneficios en el primer trimestre de 2009, pero se ha olvidado de dejar constancia de sus grandes pérdidas del mes de diciembre. Otros bancos han informado de cuantiosos beneficios de operaciones bursátiles en enero y febrero, aunque muchos de nosotros creemos que el enorme incremento de esos resultados se ha producido gracias a los beneficios extraordinarios obtenidos cuando AIG se deshizo de determinadas posiciones en derivados de rentabilidad notoriamente escasa al mismo tiempo que llamaba a la puerta de la Casa Blanca en demanda de más apoyo financiero.

La cuestión está en que la opinión pública no tiene en realidad prácticamente ni idea de la verdadera situación financiera de los bancos estadounidenses, y lo mismo puede decirse de otras entidades de un extremo al otro del mundo. Se necesita a la máxima urgencia una reforma que mejore la diafanidad de las instituciones financieras para prevenir nuevas crisis en el futuro.

Uno de los factores que de manera muy importante ha contribuido a la crisis financiera ha sido la exigencia de que los bancos valoren sus activos a precios de mercado. Los últimos cambios en relación a esta norma, la denominada FASB 157 [2], no son lo suficientemente amplios y flexibles para resolver este problema.Obligar a los bancos a valorar sus activos conforme a su precio de mercado es una política imprudente. No tiene ningún sentido obligar, por una parte, a los bancos a asignar un valor a activos que son ilíquidos y que de hecho no tienen ninguno, si, por otra, al abocarlos a la insolvencia por imponerles que valoren sus activos a precios de mercado, se coloca a todo el sector financiero bajo presión sin proporcionar una solución a los problemas que se crean.

Lo que hace falta, más bien, es una metodología que permita periodificar las pérdidas a lo largo del tiempo (por ejemplo, a lo largo de varios años o de la vida del instrumento en cuestión), a la vez que se proporciona una transparencia total y absoluta sobre lo que se está haciendo. Muchos de los préstamos que los bancos facilitan no son a corto plazo y no deberían considerarse instrumentos financieros a corto plazo. Por consiguiente, obligar a que se valoren a precios de mercado cuando una institución no tiene ninguna intención de venderlos es contradictorio con el objetivo de negocio del banco al conceder el préstamo. A pesar de todo, se necesita una mayor diafanidad. La nueva norma debería exigir a los bancos que informaran de sus activos no valorados, de manera que los inversores puedan sacar sus propias conclusiones sobre la calidad del crédito de cada banco.

Otra área que precisa transparencia es el sector de los capitales que no cotizan en Bolsa. Los mercados crediticios de Occidente están dominados por transacciones de capital no cotizado y hay firmas de inversión no cotizadas que controlan volúmenes importantes de la actividad industrial y manufacturera de Estados Unidos y Europa. Este sector ha crecido hasta unas dimensiones excesivamente grandes como para seguir sin ningún tipo de regulación. Aún hoy, las firmas no cotizadas no están sometidas a prácticamente ninguna supervisión reguladora en cuanto a la comunicación con sus inversores y a la valoración de sus activos, con la excepción de un puñado de ellas que han quebrantado su verdadera raison d'être (esto es, la de ganar eficacia por mantenerse fuera de los mercados públicos) y que han sacado a cotización su capital con el resultado de humillantes pérdidas multimillonarias para sus desafortunados accionistas en Bolsa (véanse los casos de The Blackstone Group, Apollo Management y KKR).

Muchas de estas firmas han asignado a sus títulos unas valoraciones insostenibles gracias a que se han aprovechado de la posibilidad de valorar sus propios títulos al margen de la vigilancia molesta de los reguladores. De hecho, prácticamente todo el capital invertido desde 2005 en operaciones de compras apalancadas ha debido de perder probablemente todo su valor y las firmas no cotizadas deberían valorar estas inversiones como tales pérdidas. En comparación, los fondos de riesgo (hedge funds) que constan en Estados Unidos en el registro de asesores de inversiones y que son titulares de capitales que no cotizan, están sometidos a un estricto control de los reguladores en lo referente a la valoración de los títulos que tienen en cartera. Si bien no todos los hedge funds están dados de alta en el registro en la actualidad, pronto lo estarán como consecuencia del escándalo Madoff, y lo mismo debería exigírseles a las firmas de inversión no cotizadas. La única manera de garantizar una auténtica transparencia en los mercados financieros es aplicar a todos los inversores las mismas normas de diafanidad.

Otra área que pide transparencia a gritos es el mercado de derivados.Una fórmula concreta de contrato de derivados, conocida como CDS (credit default swaps), está en el corazón de la actual crisis financiera. Un CDS es un contrato de aseguramiento en el que una de las partes acuerda con la otra un seguro de pérdidas del instrumento financiero objeto del contrato, sea un bono, un crédito o una hipoteca. En un principio, los CDS se idearon para permitir a los inversores protegerse de pérdidas en los bonos, créditos o hipotecas de los que fueran titulares.

Sin embargo, como ocurre con todas las innovaciones financieras, no transcurrió mucho tiempo sin que los CDS cobraran vida por su cuenta y se adaptaran a una utilización con fines especulativos.Hubo inversores que empezaron a utilizar estos contratos para especular con la calidad crediticia de empresas determinadas (o grupos de empresas), con independencia de que no fueran titulares de bonos o préstamos de esas empresas. Esta práctica facilitó que hubiera inversores que suscribieran contratos sobre unos volúmenes de negocio que desbordaban las cantidades reales de los bonos o de los créditos que los respaldaban. Llegó a ser algo habitual, por ejemplo, que sobre una emisión de bonos por valor de 1.000 millones de dólares se suscribieran contratos de CDS por importe de 10.000 o 20.000 millones de dólares. Como no había restricciones materiales o de regulación al crecimiento de este mercado (Wall Street multiplicó con gran tenacidad sus presiones en Washington para que el mercado se mantuviera fuera del alcance de los reguladores), su crecimiento en un periodo de apenas unos pocos años alcanzó unas dimensiones inimaginables, de más de 60 billones de dólares.

Como le ocurrió al doctor Frankenstein, nadie estaba en condiciones de prever cuál iba a ser el comportamiento de su nueva criatura.Eran los propios partícipes en este mercado los que se responsabilizaban de comprobar la buena fe de los demás intervinientes para garantizar que las partes contratantes que estaban de acuerdo en asegurar las pérdidas iban a ser capaces efectivamente de responder en caso necesario. De hecho, muchos de los participantes aseguraban volúmenes de obligaciones que jamás en la vida iban a ser capaces de pagar.

AIG es el ejemplo tristemente más célebre de suscripción de seguros sobre centenares de miles de millones de obligaciones que se creía que eran de buena calidad, pero que resultaron ser exageradamente arriesgadas. La capacidad de AIG de hacer frente a sus compromisos se quedó corta en varios cientos de miles de millones de dólares que ahora corren por cuenta del contribuyente estadounidense.

En otro caso, que sería de echarse a reír si las consecuencias no hubieran sido tan graves, UBS aceptó entrar en un contrato de CDS con un hedge fund en virtud del cual el fondo de riesgo asumía el aseguramiento de bonos por importe de más de 1.000 millones de dólares. ¡El único problema era que el fondo de riesgo no tenía activos más que por valor de 200 millones de dólares! UBS ha presentado una demanda judicial contra el fondo, pero no es probable que se recupere de su propio fallo de información sobre la otra parte contratante.

Ha habido otras consecuencias de los CDS en las que nadie había caído. Las quiebras de firmas de Wall Street como Bear Stearns y Lehman Brothers se vieron aceleradas por su volumen de CDS, que había aumentado los costes de su endeudamiento hasta un punto en el que ni una ni otra podían ya mantenerse dentro de la rentabilidad.De hecho, el mercado de CDS es tan enormemente ilíquido y está tan concentrado en un número tan relativamente pequeño de instituciones e intermediarios que concentraba una enorme cantidad de poder en muy pocas manos. Los gobiernos se veían impotentes para impedir que un número limitado de participantes mantuviera al margen del negocio a otras instituciones o que cayera en manos de firmas más grandes cuando su excesiva exposición crediticia llegaba a niveles insostenibles sin prueba alguna de que se encontraran realmente en dificultades financieras. Las distorsiones de este tipo han resultado ser extraordinariamente dañinas para el sistema financiero y eran impredecibles cuando se inventaron los CDS.

Ahora que el caballo se ha escapado de la cuadra, las autoridades financieras están por fin empezando a cerrar la puerta del establo.Se han presentado muchas propuestas para regular los CDS. La fórmula más fácil y más prudente para su regulación sería considerarlo como el producto de seguro que en principio se pensó que fuera.A los inversores en estos instrumentos debería aplicárseles la misma regulación que a las compañías de seguros y deberían estar sometidos a las mismas exigencias de capital que demostraran su capacidad para responder a sus obligaciones financieras. Estos niveles de capital deberían ser anticíclicos en lugar de procíclicos, a fin de garantizar que serán igual de sólidos en el plano financiero en las épocas de vacas flacas que en las de vacas gordas. Eso impedirá que fondos de riesgo sin la dimensión suficiente y otros partícipes en el mercado con intenciones especulativas manipulen y hagan apuestas especulativas que puedan alterar los mercados y que no sirvan a ningún propósito económico productivo.

Además, es necesario que la comercialización de CDS se lleve a un mercado regulado que garantice que una bolsa de contratación en la sombra con estas dimensiones no pueda seguir engordando de nuevo sin la más mínima transparencia ni amenazando el sistema financiero global. Una de las razones por las que los CDS no pudieron ser regulados con anterioridad es porque nadie sabía dónde encontrarlos. Como consecuencia de ello, nadie tenía ni idea sobre quién debía qué a quién y se ignoraba cuál eran el volumen final total y su nivel de riesgo para el sector financiero.Esto no puede permitirse que vuelva a ocurrir bajo ningún concepto.

Wall Street ha puesto siempre un cuidado exquisito en mantener bajo siete llaves sus secretos. Los inversores han aprendido, sin embargo, que esos secretos están dirigidos a proteger algunos intereses a expensas del resto de la sociedad. Cuanto más potente sea la luz que pueda proyectarse sobre los mecanismos internos de las instituciones financieras y los mercados financieros, mejor servirán estos mediadores su razón de ser: proporcionar capital para un crecimiento económico que beneficie a todo el mundo.

[1] Se llama dinero TARP al procedente del Troubled Asset Relief Program (Programa de Liberación de Activos Problemáticos), aprobado el 28 de septiembre de 2008 por el Congreso de Estados Unidos dentro de una ley propuesta por el Ejecutivo del presidente Bush por el que, textualmente, se autorizaba al Gobierno federal a «adquirir determinados tipos de activos problemáticos con el objetivo de proporcionar estabilidad e impedir la falta de continuidad del sistema económico y financiero y proteger a los contribuyentes, así como con otros objetivos».

[2] Se refiere a la declaración número 157 de FASB (Financial Accounting Standards Board, o Comisión de Normas de Contabilidad Financiera), titulada Fair Value Measurements (Cálculo del valor justo), en la que se aclara a efectos contables lo que se entiende por un valor justo de una transacción financiera y se establecen las condiciones de cálculo de ese valor justo de acuerdo con principios de contabilidad generalmente aceptados.

(*) Michael Lewitt es analista financiero y presidente de Harch Capital Management.

La crisis también paraliza el segundo motor de la economía española: el turismo

MADRID.- El turismo también se hunde. Los motores de la economía española caen como moscas. Primero, la construcción.Y ahora, el sector turístico. El problema es que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero apenas pasó de puntillas por la crisis de esta industria, que acumula ya una caída de su riqueza de un 7% en los primeros tres meses de este año, además de una pérdida prevista en sus arcas de un 6,4% para 2009, según las previsiones de la patronal Exceltur.

El turismo aporta un 10,9% al Producto Interior Bruto de España, y tras la debacle de la construcción, primera locomotora del modelo económico nacional -supone un 17% de la riqueza española-, se convirtió en el único motor capaz de rescatar al país de la recesión en la que está inmerso. El inconveniente es que el Gobierno hace caso omiso a la grave situación, a juicio de 'El Mundo'.

«Entre saber si son churras o son merinas, estamos perdiendo el foco», ironiza un portavoz de Exceltur, que advierte que las medidas que Zapatero puso en marcha contra la crisis económica son como «una simple aspirina para curar una contractura».

Los datos delatan por sí solos la gravedad de la situación. El empleo empezó a caer, hasta constatar 86.000 puestos de trabajo destruidos entre enero y marzo (casi un 6% del sector). Los expertos prevén que esa cifra llegue a los 110.000 en junio. El 70,2% de las empresas turísticas españolas tuvo que acometer medidas de recortes de plantilla, además de reducir sus precios medios de venta respecto a 2008 más de un 5%. La previsión es que lleguen a caer entre un 8% y un 10%.

Un gran número de pequeñas agencias de viajes y hoteles ha tenido que cerrar, posponiendo su reapertura hasta la entrada del verano.Las aerolíneas se han visto obligadas a devolver los aviones que tenían en leasing (alquiler). Y las empresas de alquiler de coches han adquirido pedidos de nuevos vehículos. Hasta 60.000 coches menos se adquirieron en el primer trimestre de 2009 en relación al año pasado.

Este escenario ha deteriorado los márgenes de explotación y los beneficios de las empresas. De hecho, cerca de un 83% de las sociedades dedicadas al turismo sufrieron fuertes caídas en los tres primeros meses del año. En algunos casos, fueron pérdidas.Los propios mercados bursátiles han castigado ya a las tres empresas turísticas españolas que cotizan en Bolsa. Las cotizaciones de Sol Meliá, NH Hoteles e Iberia descendieron más que la media del selectivo Ibex 35.

El turismo extranjero es uno de los culpables de esta situación, pero nunca por delante del español. Un 13% de extranjeros viajaron menos a España, lo que supuso un reducción de los ingresos de hasta un 13,3%. Los españoles intensificaron también el recorte de su gasto de viajes hasta un 15%. En este caso, el aumento del paro en España es uno de los motivos por el cual se ha reducido el potencial de españoles dispuestos a desplazarse con los mismos niveles de gasto. Desde enero de 2008, se han destruido, al menos, 1,6 millones de puestos de trabajo.

Está claro que las incertidumbres económicas multiplicaron la sensibilidad al precio por parte del turista español, lo que forzó a muchas empresas a abaratar su oferta y verse abocadas a una guerra de precios. Esta situación fue uno de los detonantes de la caída de ingresos.

Si la situación descrita continúa, los analistas auguran una caída de la riqueza turística este año de hasta un 5,6%, sobre todo después de que el primer trimestre confirmase que la crisis tocó de lleno a este sector.

Los cambios de hábitos de los españoles se intensificarán, así como el recorte de sus presupuestos de viajes, según las previsiones de Exceltur, lo que perjudicará negativamente a las empresas turísticas, que ya esperan un segundo trimestre «muy complejo». Volátil e incierto, así se presenta el futuro del segundo motor de la economía española. Zapatero tiene la llave.