BEIRUT.- La ira de los libaneses,
en las calles desde el 17 octubre contra la clase política y cuyo primer
ministro Saad Hariri dimitió este martes, se alimentó de los
resentimientos frente a años de empobrecimiento de su país, al borde de
la quiebra económica.
- Servicios públicos deficientes -
Además de una red de carreteras deterioradas y de
transportes públicos insuficientes, el país sufre una escasez recurrente
de agua y, sobre todo, de electricidad, que puede llegar a 12 horas
diarias en algunas regiones.
Los habitantes se ven obligados a
recurrir a proveedores privados de su barrio, que les cobran un alto
precio por la electricidad suministrada por generadores.
Según un
informe de la firma internacional McKinsey, el país tiene la cuarta peor
red eléctrica en el mundo. Muchos planes de reforma del sector
adoptados desde el fin de la guerra civil (1975-1990) quedaron en letra
muerta.
En cuanto al agua, los libaneses tienen que pagar varias
facturas: el agua corriente pagada al Estado, la potable comprada a los
proveedores privados, y la que llevan las cisternas -también privadas-
en periodo de escasez principalmente en el verano.
- Pobreza y desigualdad -
Más de un cuarto de la población vivía bajo el umbral de la pobreza en 2012, según el Banco Mundial.
Se
estima que 200.000 libaneses que cayeron en la pobreza debido a las
repercusiones del conflicto en la vecina Siria, desatado en 2011, que
resultó en la afluencia de 1,5 millones de refugiados en un país pequeño
con recursos limitados.
Según la ONU, en Trípoli (norte), uno de
los centros neurálgicos de protesta, el 57% de los hogares vive en el
nivel o debajo de la línea de pobreza.
El Banco Mundial (BM)
estima en 6,2% la tasa de desempleo en 2018, a menudo minimizada por las
autoridades. Según otras estimaciones, la tasa global actual es de 20%,
que llega a más del 30% entre los jóvenes.
Según el BM, entre
250.000 y 300.000 libaneses perdieron su empleo como consecuencia del
conflicto sirio, que desorganizó las estructuras de regiones enteras de
Líbano.
De acuerdo con el Laboratorio de Desigualdades Mundiales,
el 1% más rico acapara el 25% de lo ingresos nacionales, mientras que el
50% de los más pobres perciben un poco menos del 10%.
- Crecimiento estacado y deuda colosal -
El
crecimiento económico se redujo al 0,2% en 2018, según el Fondo
Monetario Internacional (FMI). En 2019, debe de permanecer 0,2%.
En el período 2011-2018, la media de crecimiento fue del 1,4%, en comparación con el 8% en 2010 y más del 10% en 2009.
La
deuda pública del país asciende a 86.000 millones de dólares; es decir,
el 150% del PIB, una de las tasas más altas del mundo.
Tras haber
funcionado sin presupuesto de 2006 a 2007, el país adoptó uno en 2018
sin alcanzar el objetivo: el déficit publico llegó a un récord de 6.200
millones de dólares, el 11,2% del PIB.
El presupuesto de 2019, aprobado con siete meses de retraso, prevé un déficit de 7,6%.
- Temores monetarios -
La economía está dolarizada, la libra libanesa está indexada al dólar desde 1997.
Desde
inicios de agosto, los temores de una devaluación frente al dólar -y
por tanto de un riesgo de empobrecimiento adicional- se reavivaron por
las restricciones bancarias a los retiros en dólares, haciendo aumentar
la tasa de cambio en el mercado negro.
- Corrupción y ayuda internacional bloqueda -
El
Líbano ocupa el puesto 42 en la lista de países más corruptos del mundo
de la ONG Transparencia Internacional, que analiza casi 200 naciones.
En
abril de 2018, durante una conferencia internacional, Líbano se
comprometió a adoptar reformas estructurales, entre ellas la reducción
del déficit, a cambio de promesas de préstamos y donaciones de 11.600
millones de dólares. A falta de progresos, los montos no han sido
desbloqueados.
El Líbano se había ya beneficiado de tres
conferencias de apoyo, las otras dos en 2002 y 2007, tras la que obtuvo
una parte de los fondos, sin hasta ahora honrar sus compromisos.
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