LONDRES.- Cientos de millones de personas en todo el mundo se estaban adaptando el
miércoles a medidas extraordinarias para combatir la pandemia del
coronavirus, que no solo está matando a ancianos y a las personas más
vulnerables, sino que también amenaza al mundo con un largo período de
miseria económica.
El COVID-19, una enfermedad de rápida propagación que pasó de los
animales a los humanos en China, ha infectado a más de 204.000 personas y
ha causado unas 8.700 muertes en 164 países, provocando confinamientos y
estímulos económicos no vistos desde la Segunda Guerra Mundial.
“No hemos vivido nunca nada igual “, dijo el presidente de España, Pedro Sánchez, en un parlamento prácticamente vacío.
“Nuestra sociedad, que se había acostumbrado a incorporar cambios que
ensanchaban las posibilidades de conocimiento, disfrute, salud y vida,
se encuentra ahora librando una guerra para defender lo que dábamos por
hecho”, añadió.
Había una alarma particular en Italia, que ha
sufrido una tasa de mortalidad inusualmente alta (2.978 de 35.713 casos)
y estaba reclutando a miles de estudiantes de medicina y doctores
jubilados para ayudar a un servicio de salud desbordado.
En todo
el mundo, tanto ricos como pobres veían sus vidas sacudidas por la
cancelación de eventos, tiendas desabastecidas, lugares de trabajo
vacíos, calles desiertas y escuelas cerradas.
“La
limpieza es importante, pero aquí no es fácil”, dijo Marcelle Diatta, de
41 años y madre de cuatro hijos en Senegal, donde altavoces instaban a
las personas a lavarse las manos, pese a que el agua a menudo se corta
en su barrio.
La crisis ha creado una ola de solidaridad en
algunos países, con vecinos, familias y colegas que se unen para atender
a los más necesitados, incluida la entrega de alimentos y productos
básicos a la puerta de quienes están obligados a permanecer aislados.
En
España, los vecinos aislados aplauden desde sus balcones y ventanas
todos los días a las 8 de la tarde en agradecimiento a los esfuerzos de
los servicios de saludo, y en varios países las tiendas están
estableciendo horarios especiales para los ancianos.
Asustados por una recesión global aparentemente inevitable, los
países ricos están liberando miles de millones de dólares en estímulos
para sus economías, préstamos a empresas en problemas, ayudas para los
servicios de salud y para personas que temen no poder hacer frente a sus
hipotecas y otros pagos de rutina.
“Esto es algo que ocurre una
vez en 100 años”, dijo el primer ministro australiano Scott Morrison,
advirtiendo que la crisis podría durar seis meses y que su país se
convertía en el último en restringir las reuniones y viajes al
extranjero.
El dinero extra de los gobiernos y los bancos
centrales no ha logrado calmar los mercados: las bolsas y los precios
del petróleo volvieron a desplomarse.
Tras la disminución del
brote de coronavirus en China, donde surgió a fines del año pasado, los
optimistas predicen una mejora una vez que la epidemia supere su pico en
otros lugares, con la esperanza de que sea en unos meses.
Entretanto,
los pesimistas tienen en cuenta la posibilidad de brotes recurrentes y
años de dolor, y algunos incluso comparan la situación con la Gran
Depresión de la década de 1930.
En el terreno, millones de
trabajadores temen por sus trabajos. Restaurantes, bares y hoteles han
cerrado, y las aerolíneas, ante la peor crisis que se recuerda, ya han
despedido o concedido permiso sin sueldo a decenas de miles de
empleados.
El estado de Nevada en Estados Unidos ordenó el cierre
de toda la industria turística y de entretenimiento que emplea a
355.000 personas, o un cuarto de todos los puestos de trabajo estatales.
Sin embargo, algunas fricciones geopolíticas continuaron de
manera normal, o incluso fueron exacerbadas por la crisis. Un documento
de la Unión Europea acusó a los medios rusos de avivar el pánico en
Occidente a través de la difución de información errónea sobre la
enfermedad.
Moscú ha negado este tipo de acusaciones en el pasado.
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