jueves, 21 de marzo de 2019

La revolución argelina a la luz de la Primavera Árabe

NUEVA YORK.- La revolución argelina ha entrado en su fase más peligrosa. Dos semanas después de que las protestas callejeras persuadieran al presidente Abdelaziz Bouteflika de renunciar a su apuesta por un quinto periodo en el cargo, las protestas han seguido creciendo, al igual que sus ambiciones: los manifestantes exigen ahora una transformación de pies a cabeza del gobierno.

En las primeras semanas del levantamiento, muchos analistas –incluido su servidor– rechazaban las comparaciones con las protestas de la Primavera Árabe de 2011. La diferencia más evidente, como dije a finales de febrero, se encontraba en las consignas que sonaban por las calles de Argel y otras ciudades. 
Mientras los manifestantes de la Primavera Árabe cantaban, por primera vez: "El pueblo quiere derrocar al régimen", los argelinos tenían una demanda más concreta: "No habrá quinto periodo para ti, Bouteflika".
Parecían oponerse principalmente al presidente –de 82 años y debilitado por una embolia desde 2013– y no a todo el gobierno. Es concebible que las propuestas hubieran sido pacificadas por el derrocamiento de Bouteflika y generosas concesiones por parte del gobierno como las que evitaron que Argelia siguiera el ejemplo de Túnez y Egipto en 2011.
Sin embargo, desde el anuncio de Bouteflika, más y más personas han adoptado la consigna de la Plaza Tahir: “Al-shaab yurid isqat al-nizam”.
Si suena como la Primavera Árabe, huele como la Primavera Árabe... también padece del mismo defecto de la Primavera Árabe: la ausencia de liderazgo. Los manifestantes principalmente jóvenes son un movimiento sin organización formal ni representantes reconocidos. 
No hay quien lleve sus demandas al régimen y negocie una transición a un sistema más democrático, ni quien maneje las expectativas de los manifestantes respecto a la naturaleza de dicha transición.
Sin líderes, el único medio de los manifestantes para forzar el cambio es seguir protestando y seguir pidiendo más. "La evolución de las demandas es una característica de las revoluciones sin liderazgo", asegura Geoff Porter de North Africa Risk Consulting. "Si no hay quién les diga lo que es posible, piensan que todo es posible".
Y es ahí donde las cosas se tornan peligrosas. La experiencia de 2011-2012 sugiere dos caminos; ninguno de los dos termina en la satisfacción de los manifestantes.
Uno de ellos lleva a la violencia. Los militares argelinos han mantenido sus porras envainadas. El líder del ejército, el general Ahmed Gaid Salah, ha expresado su admiración por quienes buscan el cambio. 
No obstante, las protestas prolongadas, a falta de negociaciones, pueden agotar su paciencia. Es difícil imaginar actualmente que Argelia caiga en una guerra civil por el estilo de la de Libia, Yemen o Siria, o la que experimentó en la década de 1990, en la que miles de personas murieron. Pero cuando empiezan los disparos, los resultados se vuelven impredecibles.
El otro lleva al secuestro de la revolución por parte de grupos que tienen lo que a los manifestantes les falta: liderazgo y organización. 
Eso es lo que ocurrió en Túnez y Egipto, donde las organizaciones islamistas capitalizaron el espacio político abierto por la Primavera Árabe, para decepción de los manifestantes. 
En Egipto, muchos activistas a favor de la democracia dejaron su suerte en manos de la contrarrevolución militar de 2013. En Túnez, muchos simplemente se desilusionaron de la política.
¿Pueden los revolucionarios argelinos forjar su propio camino? Por ahora, parecen concentrados en organizar manifestaciones más grandes.
Las protestas han continuado en parte porque Bouteflika sigue en el cargo. Aunque ha nombrado una autoridad de transición controlada por leales de larga data y ha prometido una nueva constitución previa a unas nuevas elecciones antes de final de año, muchos sospechan una maniobra para extender su cuarto mandato. 
Otros manifestantes reconocen que Bouteflika no es más que la cara visible de una camarilla más grande conocida como "le pouvoir" (el poder): una gerontocracia que incluye a altos oficiales militares, líderes del partido dominante –el Frente de Liberación Nacional– y a algunos amigotes capitalistas. Incluso si el presidente eventualmente deja el cargo, no servirá de mucho si "le pouvoir" permanece atrincherado.
Existen muchas señales de que la vieja guardia tiene la intención de aferrarse. "Hay personas en el régimen que no quieren el cambio", asegura Abdelwahab El-Affendi, profesor de política en el centro de posgrados del Instituto Doha. 
Resulta significativo que la administración transicional esté acumulando apoyo internacional, pero no del tipo que enviaría señales de más democracia: el viceprimer ministro, Ramtane Lamamra, hizo un viaje rápido a Moscú a principios de esta semana para solicitar apoyo al ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, quien advirtió a las potencias extranjeras no interferir. 
Estados Unidos ha manifestado su apoyo a las protestas; el presidente francés, Emmanuel Macron, ha pedido una "transición de tamaño razonable".
Sin embargo, si las protestas continúan –y crecen– sin violencia, el régimen podría inclinarse a hacer más concesiones. 
"Creo que hemos alcanzado un punto en el que debe haber un cambio significativo; el plan de transición del gobierno es muy pequeño y llega muy tarde", asegura Andrew Lebovich, investigador del Norte de África en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
"Alguien debe conversar con el gobierno sobre lo que es aceptable y lo que no", afirma Brian Klass, experto en democracia en University College de Londres. El derrocamiento del régimen sirve para crear consignas llamativas, pero no es una posición de negociación práctica. La experiencia de los movimientos durante la Primavera Árabe demuestra que "necesitan trabajar en concesiones", asegura Klass.
"Eliminar la estructura del régimen de la noche a la mañana no es una buena idea, así que deberían estar discutiendo quién debe irse y quién puede quedarse".
Pero, ¿quiénes? Por ahora, los sindicatos de trabajadores influyentes han rechazado las invitaciones de conversación del gobierno. Un grupo autodenominado Coordinación nacional para el cambio ha emitido una declaración en la que pide al ejército no intervenir, además de plantear sus demandas para un gobierno de transición. Los islamistas de Argelia, golpeados por la guerra civil de 1990, no han mostrado la habilidad de sus contrapartes egipcia y tunecina para aprovechar la oportunidad.
Para que los manifestantes argelinos usen su ventaja, necesitan estar tanto en la mesa de negociación como en las calles. Si no lo logran, las lecciones de la Primavera Árabe no permiten mucho optimismo por lo que pasará después.

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