BARCELONA.- En Caracas, donde los precios suben el 10.000% al
mes y un vuelo puede ser más barato que un kilo de carne, la vida es
suficientemente difícil de entender sin tener que hablar de la
geopolítica, recuerda hoy el periódico de Barcelona La Vanguardia.
Pero una semana después de la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente paralelo de Venezuela en
una operación diseñada en Washington, una tesis parece bastante
creíble. Venezuela se ha convertido en el laboratorio de una nueva política exterior de Estados Unidos frente a sus rivales geopolíticos China y Rusia. Y, obviamente, en el país con más reservas de petróleo del mundo, el crudo es el meollo del asunto.
Cuando Guaidó anunció el jueves su plan de
reconstrucción nacional, hizo hincapié en la necesidad de atraer enormes
inversiones privadas para revertir el colapso de la producción de 2,4
millones de barriles al día en el 2013 a 500.000 a mediados del 2018.
“Necesitamos 30.000 millones de dólares de inversión por año, durante
siete años”, dijo José Toro, el experto en petróleo que ha colaborado en
el plan de Guaidó. “Este capital es disponible, pero no lo tiene el
Estado; será privado”.
Lo cierto es que el sector petrolero en Venezuela se
encuentra en una situación caótica, gestionado por el ejército con la
intervención de grupos cuasidelincuentes. “Recuperar la producción será
tan difícil como en Irak tras la invasión”, dijo Amy Myer Jaffe, experta
del consejero de Relaciones Extranjeras en Washington. Fue en una
comparación reveladora, dada la amenaza de John Bolton, el consejero de
Seguridad, de “meter en Guantánamo” al presidente venezolano, Nicolás
Maduro.
En los últimos años, casi las únicas fuentes de inversión
en el sector petrolero han sido rusas y chinas, que han facilitado
grandes paquetes de créditos al Gobierno a cambio de hacerse con activos
petroleros. Un objetivo bastante obvio del plan de cambio de régimen es
la entrada de las multinacionales que han ido abandonando Venezuela. El
diputado Ellias Matta, un aliado de Guaidó, rechazó que haya un plan
para privatizar PDVSA.
Guaidó ha intentado en los últimos días convencer a China y
Rusia de que ellos también se beneficiarían de un cambio de gobierno y
de la apertura del sector petrolero; las dos potencias han mostrado un
fuerte rechazo a la nueva política occidental de reconocer a Guaidó y
anunciar un embargo petrolero. China teme que esté en peligro su
estrategia de extender créditos por 50.000 millones de dólares a
Venezuela a cambio de asegurar una fuente de suministro de crudo y
participar en obras de infraestructura. Un joint venture entre la petrolera china CNPC y PDVSA fue clave para duplicar la producción petrolera venezolana el año pasado.
Asimismo Rusia, que ha ido haciéndose con activos
petroleros a cambio de créditos al Gobierno de Maduro, teme un gobierno
pro Washington que cumpla con sus promesas de revertir todos los
contratos firmados por la Administración chavista. Decenas de directivos
de la petrolera Rosneft llegaron la semana pasada al hotel Gran Meliá
en Caracas.
“Hay mucha preocupación en Pekín porque han prestado
dinero que no van a recuperar, aunque quienes en Washington creen que
China tiene una agenda geopolítica en la región creo que exageran”, dijo
Michael Pettis, de la Universidad de Guanzhou, en Pekín. Es más
probable que esta agenda geopolítica sea la de Washington. “Dada la
importancia estratégica en materias primas y petróleo de Venezuela, la
Administración Trump seguramente va a usarlo como un ‘ejemplo’ de los
costes que supone acercarse a China”, dijo Enrique Dussel, director del
centro China-México en Ciudad de México.
Puede resultar cínico hablar de una agenda oculta en el
plan supuestamente humanitario de cambio de régimen urdido en una
operación meticulosamente planificada por Washington, según explica en
un revelador artículo el Wall Street Journal el pasado día 24. A
fin de cuentas, nadie duda de la gravedad de la crisis de
desabastecimiento de bienes básicos, que ha convertido en un calvario la
vida diaria de millones de venezolanos. Todo se importa menos el
petróleo en Venezuela, de modo que el colapso de las exportaciones
petroleras de 100.000 millones de dólares en el 2012 hasta 32.000
millones de dólares en el 2017 se traduce directamente en el
desabastecimiento de alimentos y, aún más grave, de medicamentos.
Sin embargo, es lógico cuestionar los motivos de la
Administración Trump por una sencilla razón. El resultado del embargo
petrolero anunciado la semana pasada que reducirá a cero los 11.000
millones de barriles que Venezuela exporta a EE.UU. probablemente será
el atrincheramiento en el poder de Nicolás Maduro. “Lo más probable es
que Maduro se cave un búnker más profundo”, dijo Francisco Rodríguez, de
Torino Capital, en Nueva York, que da el 55% de las probabilidades de
que Maduro aún se mantenga en el poder en el 2020.
Asimismo, en vez de resolver una grave crisis humanitaria,
todo indica que el golpe la agravará. Rodríguez calcula que el embargo
provocará otra caída del 56% de la producción petrolera venezolana en el
2019 con una debacle de las exportaciones del 50%. Esto forzará un
descenso del 40% de las importaciones, muchas de ellas de alimentos
básicos y medicamentos. Puesto que se importan los productos incluso en
el sistema de distribución de bienes esenciales en los llamados CLAP,
que han protegido del hambre a cuatro millones de venezolanos, las
consecuencias de estas nuevas sanciones serán una catástrofe
humanitaria.
Es algo que varios portavoces de la Naciones Unidas han
advertido en los últimos días. No quedaba claro que el Parlamento
europeo, al apoyar el reconocimiento de Guaidó y –por defecto– el
embargo petrolero, haya tenido en cuenta estas consecuencias. Rodríguez
calcula que el PIB va a caer otro 26% en el 2019, lo cual supondrá la
destrucción del 60% de la actividad económica desde el 2013.
El embargo tal vez sí servirá para cumplir con los
objetivos geopolíticos de la nueva política exterior en América Latina:
advertir a China y a Rusia de que América Latina vuelve a ser una esfera
de influencia estadounidense. No sería extraño, dado el protagonismo en
el golpe venezolano de viejos halcones de la primera guerra fría, como
Bolton, a Elliot Abrams, el coordinador de las guerras sucias en Centro
América en los ochenta. “Bolton siempre ve América Latina por al lente
de la guerra fría”, dijo Alex Main, del Centro de Política Económica e
Investigación (CEPR) en Washington.
Maduro ha basado su desafío a EE.UU. en su convicción de que el
mundo ya es multipolar y que sus aliados son China y Rusia. Pero es
posible que haya infravalorado otra tendencia que se confirmó con la
llegada de Trump a la Casa Blanca. El fin de la globalización parece
estar dando lugar a la consolidación de los bloques regionales. Las
fuertes tensiones comerciales entre EE.UU. y China están reforzando la
integración regional asiática. Se reestablece el poder ruso en parte de
Medio Oriente. Lo que queda es el hemisferio occidental.
China y Rusia en América Latina “apoyan a regímenes
corruptos y antidemocráticos”, sentencia un informe del conservador
Centro de Estudios Estratégicos Internacionales en Washington, publicado
antes de la cumbre de Lima el año pasado: “China es una fuerza
emergente en la región y está sujetando a un narcorrégimen en
Venezuela”, añade. Esta línea ya parece ser la estrategia oficial en
Washington. Ni los viejos halcones del equipo de Trump podrían haberse
imaginado que sería tan fácil que la mayor parte de América Latina y
Europa se apuntara tan dócilmente a la nueva doctrina Monroe en versión
de Donald Trump.
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