Al concluir 2018 y asomar el nuevo año, muchas hipótesis se suelen
hacer sobre el cariz que éste presentará, a tenor de las preocupaciones
personales de cada futurólogo diletante (...).
(...) Pero hay algo que no atrae mucho la atención popular y con lo que
siempre acertará el aficionado a anticipar acontecimientos futuros: 2019
será otro año de guerras. Apostar a esto es una apuesta ganadora.
No merece la pena esforzarse intentando adivinar dónde tendrán lugar
esas guerras. Conviene hacerlo, naturalmente, porque sus efectos se
abatirán sobre unos u otros pueblos y se extenderán en una u otra
dirección, siguiendo las líneas que indica la geopolítica de cada
momento.
Hay que subrayar que en el desencadenamiento y sostenimiento de las
varias guerras que hoy, ayer y mañana se extienden por el mundo hay una
causa general: la expansión y el acelerado progreso de la industria
armamentística en un planeta al que no es exagerado tildar de
“militarizado”.
Es fácil pensar así observando a EE.UU., donde la “Estrategia de
defensa nacional” (NDS), aprobada el pasado mes de enero, se conoce como
“2+2+1”. Es una estrategia que prevé poder combatir a la vez contra dos
grandes potencias (Rusia y China), dos intermedias (Irán y Corea del
Norte) y un adversario “permanente” (terrorismo).
Además de lo anterior, el programa de modernización del arsenal
nuclear, que viene desde la era Obama, consumirá la increíble suma de
1.600 billones de dólares (entendiendo aquí el billón al estilo europeo,
como un millón de millones) en los próximos tres decenios: la
planificación en el armamento nuclear se hace a muy largo plazo.
No se
ha encontrado el modo de utilizar el gran poder disuasorio del arma
nuclear contra el cambio climático, y la previsible evolución de éste
haría inútiles tantos esfuerzos para finales de este siglo si antes no
se adoptan drásticas medidas, como escribí en la pasada semana.
Conviene que alzar la mirada más allá de EE.UU., porque el gasto
militar universal no parece haber sufrido los efectos de la crisis
económica en muchos países. Rusia y China han venido aumentando sus
presupuestos militares a la zaga de EE.UU.
Japón adquirirá sus dos
primeros portaaviones desde la 2ª G.M., más nuevos aviones y armas de
última generación. Arabia Saudí invierte en armamento cerca del 9% de su
cuantioso PIB y otros países alcanzan el 10% (Alemania, China, Corea
del Sur, India).
La oferta armamentística no ha quedado rezagada respecto a la demanda
y se ha extendido a nuevos horizontes: inteligencia artificial,
ciberguerra y robótica avizoran provechosos espacios abiertos en los
enfrentamientos bélicos.
Los grandes consorcios cuyos beneficios se basan en artefactos
bélicos se frotan las manos y discuten estos días sobre si la agravación
de alguna de las guerras en curso les sería o no beneficiosa: las
guerras “pequeñas” les son muy provechosas, pero si crecen y se
desmandan pueden crear obstáculos a la libre y caudalosa cascada de
ganancias que esperan.
Así pues, amigo lector, de lo poco que puede asegurarse sobre 2019 es
que el espectro de la guerra seguirá ensombreciendo el desarrollo de la Humanidad. Y amplios sectores de ésta seguiremos buscando los
resquicios por donde pueda aflorar la paz de la que tanto se habla con
floridas palabras en estos días festivos.
(*) General de Artillería en la Reserva y Diplomado de Estado Mayor en España
No hay comentarios:
Publicar un comentario