lunes, 4 de noviembre de 2019

La democracia global está en auge, no retrocediendo

NUEVA YORK.- En todo el mundo, de Hong Kong a Ecuador, de Sudán a Irak, manifestantes enojados están llenando las calles y las plazas urbanas, chocando con la policía, destrozando tiendas y quemando llantas. No tienen un liderazgo claro. Sin embargo, incluso en el irremediablemente sectario Líbano, los manifestantes parecen desafiantemente unidos contra sus gobernantes. Y ya han reclamado tres premios: los líderes de Sudán, Argelia y Líbano.

Sus motivaciones inmediatas difieren. La ira pública fue desatada en Líbano por un impuesto propuesto a las llamadas por WhatsApp; en Chile, por un incremento en las tarifas del metro. En general, la desigualdad persistente se ha vuelto más intolerable en esos países, especialmente entre los jóvenes desempleados y subempleados, con el trasfondo de una desaceleración económica global.
Si bien es difícil señalar una causa que unifique las protestas simultáneas, es posible disipar un mito. La agitación no ha explotado, como sugirió el New York Times la semana pasada, porque "la expansión de la democracia se ha estancado en todo el planeta".
Ese análisis se debe en gran parte a una noción conservadora de la democracia. Sostenida por instituciones de la Guerra Fría como Freedom House, esta idea confunde la democracia con las elecciones y otras cuestiones de procedimiento. No entiende que la democracia es, por encima de todo, un sentimiento social, una exigencia potencialmente revolucionaria de igualdad y dignidad; lo que para el siglo 20 había acabado en Occidente con milenios de gobierno de reyes y la clase feudal poseedora de tierras.
Alexis de Tocqueville, el analista más agudo de la democracia, profetizó que era el destino ineludible de todas las sociedades, sin importar cuán jerárquicas. Tenía claro que, una vez "destruidas la monarquía y la aristocracia", la democracia no "se detendría ante la burguesía y los ricos".
En efecto, la burguesía y los ricos europeos del siglo XIX gastaron mucha energía intentando contener la democracia y mantener a la gente ordinaria, especialmente a las clases trabajadoras industriales y a las mujeres, en su lugar. Walter Bagehot, reconocido editor de The Economist, escribió obsesivamente sobre "lo que pueden crear los valores contra la democracia". Se propuso expandir el sufragio más allá de las clases poseedoras de tierras y se ofreció un tipo básico de seguridad social a los pobres en dificultades.
Pero un golpe político tras otro revelaron que, como escribió Tocqueville, las personas en la era de la democracia "tienen una pasión ardiente, insaciable, eterna e invencible" por la igualdad, y que "tolerarán la pobreza, la esclavitud, el barbarismo, pero no tolerarán a la aristocracia". Esta intolerancia vuelve a hacerse evidente en las revoluciones en contra de la élite en Occidente hoy en día.
Es sorprendente más notoria en el mundo poscolonial, que desde la Primavera Árabe ha visto los levantamientos más grandes del mundo.
Quienes tengan más de 40 años recordarán una época en Asia y África cuando una extrema condescendencia, incluso el miedo, marcaban la relación entre los gobernantes y sus gobernados, ricos y pobres, clases altas y bajas, y las castas. Con la inmunidad garantizada, los ricos y poderosos podían matar sin consecuencias, a veces literalmente. 
Una élite pequeña e incestuosa robaba las arcas del estado y derrochaba en Londres, Nueva York y París, elevando las ganancias de los agentes de bienes raíces, Harrods y Bloomingdale’s, por no mencionar a los planeadores de fiestas y los glamurosos servicios de acompañantes.
Un recordatorio de estos buenos tiempos para los Suhartos, los Bhuttos y los Mubaraks del tercer mundo es el recientemente expulsado primer ministro de Líbano, Saad Hariri, quien presuntamente dio un regalo de 16 millones de euros a una modelo de bikinis que conoció en un resort de lujo en las Seychelles.
Incluso en India, supuestamente la democracia más grande del mundo, una sola familia dominó la política por décadas, incluyendo a unos cuantos leales es su red de patrocinio, pero excluyendo a innumerables otros. Los visitantes se maravillaban de la infinita paciencia de los millones degradados y en sufrimiento, preguntándose por qué no se revelaban contra sus crueles amos.
Las jerarquías sociales finalmente empezaron a agrietarse más rápidamente desde la década de 1990, con una mayor politización y el crecimiento de la alfabetización, los canales de televisión por satélite y los medios digitales. Las protestas masivas contra una élite gobernante corrupta en India en 2011 fueron la primera señal de que la sociedad y la política India estaban a punto de transformarse radicalmente.
De hecho, las protestas prepararon el escenario para Narendra Modi, quien llegó al poder denunciando a las dinastías venales e ineptas y declarando representar a las víctimas. Asimismo, la agitación social masiva por el aumento del pasaje de bus en Brasil allanó el camino para Jair Bolsonaro.
No hay garantía de que el actual levantamiento contra las élites gobernantes no empodere a los demagogos. A finales del siglo XIX en Europa, los movimientos de extrema derecha y antisemitas también secuestraron la demanda de democracia, marginalizando a los partidos con tendencia a la izquierda y liberales.
El desafío práctico, ahora tanto como entonces, es cómo hacer la democracia masiva más compatible con las libertades individuales, cómo encontrar instituciones políticas y económicas capaces de desplegar la tremenda energía de la movilización social para el bien general.
Mientras tanto, debemos resistir la conclusión de que la democracia está en decadencia; ya que, si la democracia significa el gobierno del pueblo, y una demanda de igualdad social, entonces somos testigos de su florecimiento en las partes más pobladas del mundo.

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