En la tarde del 16 de
marzo de 2020 Boris Johnson compareció ante la prensa para anunciar
nuevas medidas contra el coronavirus. Flanqueado por Chris Whitty,
asesor médico jefe, y Patrick Vallance, principal asesor científico del
gobierno, el primer ministro británico aconsejó a los ciudadanos evitar
todo tipo de contacto físico innecesario y no acudir a bares, teatros ni
discotecas.
Johnson también solicitó que las personas que pudieran
pasaran a teletrabajar y a aquellos con síntomas de la enfermedad se les
pedía aislarse en sus casas con sus familias durante 14 días. A los
mayores de 70 años y a los enfermos crónicos se les recomendaba un
aislamiento de 12 semanas. Según Johnson, las medidas eran el comienzo
de un "contraataque nacional" contra el virus, una operación sin
precedentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Si
bien las medidas del gobierno británico no eran especialmente duras,
comparadas con las que se habían impuesto en casi todos los países de
Europa, lo cierto es que significaban un giro sustancial en su política
contra el coronavirus. El 5 de marzo Johnson había dicho en una
entrevista televisiva que los británicos debían seguir comportándose
como si no pasara nada (business as usual) y que el
país saldría de la crisis "en buena forma".
El mensaje de tranquilidad
recordaba mucho al famoso lema que el gobierno británico produjo ante la
amenaza de una invasión alemana a principios de la Segunda Guerra
Mundial: "Mantén la calma y sigue con tu vida" (Keep calm and carry on).
Una semana después de la entrevista en televisión,
Johnson compareció con Whitty y Vallance para anunciar que el Reino
Unido iba a seguir una estrategia completamente distinta a la del resto
del mundo. Los británicos apostaban por una inmunización colectiva (herd immunity).
La idea era que la población se inmunizara en masa a base de que un
porcentaje muy elevado de esta (entre el 60 y el 70% de los británicos)
se contaminara con la enfermedad. De este modo, si el virus volvía en un
futuro próximo no tendría unos efectos tan devastadores como en su
primera oleada.
La política de 'inmunidad colectiva'
tenía un coste social elevadísimo, ya que podría suponer la muerte de
unas 450.000 personas, y Johnson advirtió de que muchas familias tenían
que prepararse para "perder a sus seres queridos antes de tiempo".
Con
todo, el primer ministro quiso lanzar un mensaje patriótico de calma y
acabó su intervención recordando a los británicos que superarían la
epidemia del mismo modo "que habían sobrevivido situaciones más duras en
el pasado, cuidando los unos de los otros y comprometiéndonos de todo
corazón con este proyecto nacional".
El tono
nacionalista del discurso de Johnson cabe enmarcarlo en un conjunto de
mitos muy consolidados en el Reino Unido. Las referencias a la Segunda
Guerra Mundial, que llevan asociadas la idea de que los británicos
derrotaron ellos solos a la Alemania de Hitler, y las alusiones a los
esfuerzos colectivos en un pasado victorioso forman parte de una
mitología muy arraigada, que ayuda a explicar por qué se llegó a pensar
que Gran Bretaña podía seguir una ruta distinta a la del resto del mundo
para superar la crisis del COVID-19.
Este discurso oficial del
sacrificio patriótico también tiene por objetivo asegurarse la
obediencia acrítica de los británicos ante unas políticas que han sido
censuradas por la OMS, que han contribuido a la propagación del virus en
Gran Bretaña y que el gobierno sabe que van a costar miles de muertes.
Como nos recordaba hace muy poco Íñigo Sáez de Ugarte en
este mismo periódico, los propios diputados conservadores saben que
Johnson es un darwiniano que cree en la supervivencia de los más
preparados. Sobre esta base ideológica, el retraso en la toma de medidas
restrictivas supone un intento por minimizar el impacto en la economía
del país, aunque esto conlleve aumentar el número de víctimas del
COVID-19.
En esta línea cabe entender que hasta el momento no se hayan
anunciado medidas de apoyo a los grupos sociales más desfavorecidos, ni
se haya dado a conocer un plan de choque radical para frenar la
pandemia. En el Reino Unido hay más de dos millones de personas que
dependen de la caridad para comer a diario y el 22% de la población vive
bajo el umbral de la pobreza.
Es muy probable que en
los próximos días la situación cambie y el gobierno empiece a aplicar
medidas mucho más drásticas, porque parece claro que los discursos
patrióticos pueden reconfortar y disciplinar, pero no sirven para frenar
la expansión del COVID-19. En muchos aspectos será demasiado tarde.
La
distopía que para muchos suponía una Gran Bretaña fuera de la Unión
Europea y gobernada por un personaje como Boris Johnson está entrando en
una nueva fase mucho más negra. Un político famoso por sus mentiras, su
verborrea y su incompetencia está al mando de una país en una situación
crítica. Ya no cabe estar tranquilos y seguir con nuestras vidas como
si nada.
(*) Profesor de Historia de España en la Newcastle University del Reino Unido
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