PARÍS.- El reloj marca las doce
del día y Guillaume Join termina de alistar las mesas de su restaurante.
"¡Esperamos tener más comensales que ayer!", suspira este hombre, a la
cabeza de un bistró en el centro de París, semidesierto desde el inicio
de una huelga de transportes.
"Desde que comenzó el paro el 5 de
diciembre nuestros ingresos han caído en un 50%", asegura Join.
Ayer servimos 12 almuerzos... En tiempo normal servimos mínimo 80 por
día", dice el patrón de L'Écritoire, con la mirada llena de inquietud.
Su terraza, muy codiciada entre los turistas por su imparable vista ante la Sorbona, está vacía.
Tampoco
se agolpan los estudiantes, que acostumbran tomarse allí un café entre
dos clases para respirar el aire cargado de historia de este lugar que
en el siglo XIX era una librería, en la que Charles Baudelaire presentó
"Las flores del mal".
Desde hace dos semanas,
París está prácticamente paralizada por una huelga contra una reforma de
las pensiones. Apenas dos de sus 16 líneas de metro funcionan con
normalidad. Y tomar uno de los pocos autobuses que circulan, a menudo
repletos, es casi misión imposible.
"Por la mañana la gente corre
para llegar a sus trabajos, al medio día prefieren almorzar rápido y por
la noche se precipitan para poder regresar a sus casas", resume
Guillaume Join.
Una verdadera "catástrofe" para los restaurantes
parisinos, sobre todo porque diciembre es por lo general uno de los
mejores meses del año, gracias a las celebraciones de Navidad y Fin de
Año.
Frente a los fogones, hay
un solo cocinero, Thava, que se apresura a cortar patatas antes de
freírlas. "Normalmente son dos", cuenta Join, pero el segundo empleado
vive demasiado lejos y no tiene cómo venir.
"Si la huelga dura no
podré seguir. Las grandes cadenas tienen más tesorería, podrán quizás
mantenerse unos meses, pero yo no", agrega, mientras termina nervioso
una taza de café.
Los responsables del sector son unánimes: desde el inicio
de la huelga, la actividad de los restaurantes parisinos ha caído entre
el 50% y el 60%.
"Una vez que llegan a sus casas después de una
jornada infernal, la gente no quiere salir por la noche", estima Franck
Delvau, copresidente de la Umih, la principal organización del sector de
hoteles y restaurantes.
Más al norte de París, en
el mítico restaurante Bouillon Chartier, conocido por servir platos
típicos de la gastronomía francesa --como caracoles con mantequilla y
perejil o el imprescindible foie gras-- a precios asequibles, la fila es
menos larga que de costumbre.
Dos turistas mexicanos se detienen
para mirar la carta, colocada en la entrada, y admiran desde afuera la
impresionante sala de dos pisos, similar a una estación de trenes, con
decoración Belle Époque.
"Unos amigos nos dijeron que aquí se come bien", cuenta
Debora Orosco, de 30 años. "Pero en realidad vinimos porque estábamos
cerca (...) Con la huelga es más tardado moverse un lado al otro",
explica risueña, antes de ser recibida por un mesero vestido con chaleco
negro y camisa blanca.
Los profesionales del sector temen también
que la imagen de París en el extranjero se vea empañada por las huelgas
y manifestaciones a repetición, sobre todo después de un año de
protestas del colectivo de los "chalecos amarillos".
"Todo lo que
ven de París en la televisión son huelgas y más huelgas", lamenta
Guillaume Join, que espera un "gesto" del gobierno con los comerciantes.
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