PARÍS.- La concreción definitiva del
Brexit, tres años y medio después del referéndum del 23 de junio de
2016, colocará a la Unión Europea (UE) en la cruel disyuntiva de
renovarse o morir.
Obligado por las circunstancias, el nuevo equipo que dirige los
destinos de la UE parece decidido a aprovechar la salida de Gran
Bretaña, que será oficial a partir de la medianoche del viernes, para
acelerar el abandono de la línea liberal que mantiene desde hace medio
siglo, iniciar un realineamiento de sus posiciones sociales y políticas y
reorientar sus opciones estratégicas.
El golpe será severo. El Brexit amputará de la UE a 66 millones de
habitantes que aportaban al presupuesto del bloque el equivalente del
15% del PBI. A pesar de esa mutilación, los 27 países que permanecen
integran un mercado unificado de 450 millones de consumidores, con un
PBI de 20 billones de dólares para 2020. Aun después del retiro
británico, la UE seguirá siendo la segunda potencia planetaria, detrás
de Estados Unidos, pero delante de China.
En ese ejercicio de pérdidas y ganancias, un aspecto positivo es que
del Brexit nacerá, tal vez, una unión monetaria más fuerte, porque la
zona euro resultará mecánicamente reforzada: a partir del sábado
representará el 85% del PBI de la UE (contra el 72% hasta ahora).
"La eurozona se convertirá progresivamente en el principal motor de la UE", pronostica el expremier italiano Enrico Letta.
Para cubrir el vacío político y psicológico que dejará la partida de
Gran Bretaña, la nueva presidenta de la Comisión Europea -órgano
ejecutivo de la UE- espera darle un nuevo impulso al bloque: la alemana
Ursula von der Leyen anunció su intención de construir una "Europa
poderosa, soberana y social", que hubiera sido imposible con la
presencia británica. Ese giro social y estratégico, sin embargo,
responde a los desafíos climáticos y tecnológicos que enfrenta la UE, al
progresivo repliegue norteamericano del tablero internacional, los
ataques comerciales de Donald Trump y -no menos importantes- las
agresivas ambiciones chinas.
La nueva orientación que se propone adoptar Von der Leyen también
afectará los equilibrios internos que subsisten desde las épocas de
Margaret Thatcher y Tony Blair, y que modelaron la construcción de una
Europa ultraliberal y concentrada en los beneficios fiscales que podía
obtener de un mercado unificado que garantizaba la libre circulación de
capitales, mercancías y personas, en ese orden de importancia.
En esas épocas ordoliberales, Alemania y otros países -como Suecia,
Dinamarca, Holanda y Bélgica- se escudaron detrás de Gran Bretaña,
encargada de realizar el trabajo sucio. Alemania, en particular,
aprovechó esos 40 años de liberalismo, que incluyeron una recesión
mundial sin precedente desde 1929 y una crisis del euro, para
convertirse en la gran potencia industrial exportadora de Europa.
La paradoja es que se trata de una mujer surgida del corazón del
liberalismo germano la que considera necesario adoptar un giro más
social. Algunos expertos en Bruselas piensan, aunque no lo dicen, en las
enseñanzas del fordismo que forjaron el boom económico del "capitalismo
con rostro humano" que conoció el mundo entre 1930 y 1975. Otros
imaginan un retorno light a los fundamentos de la socialdemocracia.
Dentro de la UE "ahora tendrá que producirse una redistribución de
roles", sospecha el economista francés Nicolas Véron, cofundador del
think tank europeo Bruegel. El eje franco-alemán seguirá funcionando
como el núcleo del dispositivo, pero -aunque ambos duermen en la misma
cama- no tienen los mismos sueños. Mientras Berlín piensa y actúa en
función de sus concepciones económicas, París se ubica en una
perspectiva geopolítica.
El difícil fin de reino de Angela Merkel no facilita el trabajo del
presidente francés, Emmanuel Macron, que se siente solo para timonear el
gigantesco barco europeo en las aguas procelosas de la actual tempestad
geopolítica que sopla sobre los siete mares del planeta.
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