MADRID.- España posee, sólo en los montes
submarinos al suroeste de Canarias, "unos dos millones de toneladas de
metales raros" con los que podría abastecer la demanda mundial "durante
diez años" pero el coste ambiental sería excesivo, ha asegurado el
periodista y documentalista francés Guillaume Pitron.
Autor del libro 'La guerra de los metales raros: la cara oculta de la
transición energética y digital' (Ediciones Península), Pitron cree que
la explotación de este tesoro mineral "permitiría a España desempeñar su
papel en la revolución energética si se atreviera a explotar estos
yacimientos".
Sin embargo, también piensa que "es muy probable que
nadie ose extraer ni un gramo" porque "los residentes en la zona se
enfurecerían y los ecologistas protestarían".
En su
opinión, los ecologistas europeos son "ciudadanos preocupados por los
ecosistemas" sólo en Occidente pero "no admiten que la revolución verde
que anhelan requerirá cavar más profundo en algún remoto país
subdesarrollado".
Nombres de enigmática sonoridad
como vanadio, tántalo, galio o lutecio son algunos de los elementos
incluidos en la lista de metales raros: una treintena de materias primas
indispensables tanto para la industria tecnológica como para la de las
energías renovables, que alimentan la revolución industrial verde "a un
elevado coste ambiental".
Los aerogeneradores, los
teléfonos inteligentes, los paneles solares y las baterías que impulsan
los coches eléctricos "dependen de las propiedades electromagnéticas y
ópticas" de estos materiales estratégicos que "hacen posible las
tecnologías bajas en carbono", ha advertido.
Ello
genera la "paradoja de las energías limpias": una "situación
"contradictoria" en la que los metales raros que permiten reducir las
emisiones en los países occidentales se extraen y refinan "en
condiciones terribles para el medioambiente" en otras partes del mundo.
"Las tierras raras no son tan infrecuentes", ha explicado Pitron, que
cifra en "cientos" los yacimientos en todo el planeta: "la República
Democrática del Congo produce cobalto, Ruanda extrae tántalo, Brasil
explota el niobio..., aunque la mayor cantidad procede de China".
En realidad, China "sólo posee entre un 30 y un 40 % de las reservas de
tierras raras del mundo dentro de sus fronteras", aunque una gestión
inteligente le ha permitido controlar a día de hoy hasta el 80 % de la
producción mundial, ha precisado el investigador francés.
Esta situación es consecuencia de un "acuerdo tácito" aprobado en los
años 80 del siglo XX, merced al cual la contaminación generada por las
tecnologías verdes y digitales "fue reubicada en el gigante asiático".
Así, el país oriental "sacrificó su propio medioambiente para abastecer
al mundo de tierras raras", ha explicado Pitron, quien describe cómo en
la región de Mongolia Interior, donde se lleva a cabo la mayor parte
del refinado, se vierten aguas residuales cargadas con productos
químicos y metales pesados a la presa de Weikuang.
Esto la ha convertido en un gigantesco lago artificial "totalmente
contaminado", en cuyas orillas residen los habitantes de Dalahai,
bautizado como "el pueblo del cáncer" por razones obvias y descritos por
este autor como "bajas colaterales de la industria verde".
"Nadie habla del hecho de que se está descontaminando un sitio a cambio
de envenenar otro", denuncia Pitron, quien insiste en que "en Europa
no vemos el impacto ambiental que tiene el estilo de vida ecológico"
porque "hemos cerrado nuestras minas y otros hacen el trabajo sucio pero
así no resolvemos el problema: sólo lo cambiamos de sitio".
Los consumidores occidentales "quizá tenemos que pagar un poco más por
nuestro estilo de vida ecológico e hiperconectado" para paliar esta
"situación injusta, lo que podría materializarse a través del denominado
'Green New Deal' -Nuevo Tratado Verde-", en el que "deberíamos asumir
los costes ambientales de la extracción en el nivel de su consumo".
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