Lo que ocurre en otro país se suele percibir de modo indirecto. La proclamación de la República Popular China en 1949 fue vista como un suceso regional en
la vorágine de la posguerra mundial. Al fin y al cabo, la victoria de
los comunistas chinos parecía uno de tantos vuelcos temporales en un
país pobre con conflictos continuos a lo largo del último siglo. Pero no
fue así. Mao Zedong era un líder consolidado, y pronto agravó la división mundial.
Washington decidió que ya no se podían permitir nuevos avances
comunistas. Ni siquiera en la pequeña isla de Taiwán. Pero el reflejo
más evidente del cambio en el camino hacia la Guerra Fría se
manifestó meses después. Los comunistas coreanos violaron las fronteras
de la península coreana y Washington respondió militarmente. Tras “caer”
China, el “mundo libre” ya no se limitaría a alimentar ciudadanos, como
en Berlín.
Con la victoria de Mao, Asia pasó a ser un escenario principal.
Corea era un territorio secundario, nadie esperaba que Estados Unidos se
implicara tanto. Pero la globalidad del cambio en China tuvo una razón
adicional, porque Mao, además, pretendía expandir su revolución, como Lenin tras la Primera Guerra Mundial.
Cuando los comunistas chinos pasaron a participar en la guerra de Corea,
el radicalismo de Mao puso los nervios de punta al mundo entero. Se
asistió al paroxismo de las distopías, porque ya solo faltaba la entrada
de la Unión Soviética para llegar a la temida Tercera Guerra Mundial. Ni siquiera el empate bélico en la guerra de Corea parecía calmar a los chinos; alcanzar simplemente un armisticio precisó de 158 reuniones a lo largo de más de dos años.
La política interior
La nueva China reverberó en todo el mundo, incluidas las políticas
domésticas. En Estados Unidos, la derecha republicana criticó
fuertemente la destitución del general Douglas MacArthur, al mando de
las tropas en Corea, por proponer arrojar bombas nucleares para evitar la entrada de comunistas chinos. La China de Mao desequilibraba como nunca.
Pero el impacto en Asia era mayor aún. La mezcla de ese expansionismo y esa radicalización comunista cambió por completo la visión de muchos conflictos a través de los millones de emigrantes chinos y sus descendientes.
La lógica derecha vs. izquierda de tantas luchas guerrilleras fue
distinta en numerosos países del sudeste de Asia, porque los chinos
fueron identificados automáticamente como comunistas. De hecho,
la concesión de nacionalidad a los descendientes de emigrantes chinos
fue uno de los debates internos más intensos a lo largo y ancho del Asia
oriental.
Lo imposible se vuelve posible
Y cuando Mao se obsesionó contra el “revisionismo soviético”, de
nuevo reverberó en todo el mundo. Desde que Pekín se refiriera al
“aparente comunismo” del dirigente Nikita Jruschov, los partidos
comunistas de todo el mundo pasaron a dividirse entre los prochinos y
prosoviéticos. Con una especial importancia en Vietnam, donde, al norte
del paralelo 17, el procomunista Vietminh, la Liga para la Independencia
de Vietnam dirigida por Ho Chi Minh, luchaba por liberar el sur,
apoyado por Estados Unidos tras la salida francesa una década atrás.
Y el hecho de que el Vietminh fuera prosoviético –algo imaginable,
por la rivalidad de siglos entre vietnamitas y chinos– llevó al
secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger a pensar que, acercándose a la China Popular, Estados Unidos ganaría definitivamente la guerra en Vietnam.
Produjo el momento más insospechado de la Guerra Fría, cuando el presidente Richard Nixon
visitó a Mao en Pekín; esto es, el anticomunismo de Washington forjaba
lazos con el régimen más izquierdista, justo en sus momentos de mayor
radicalidad, en plena Revolución Cultural. La tirria china contra la Unión Soviética quizá permitiría a Washington vencer a los vietnamitas.
La pirueta no coronó su objetivo, Estados Unidos no logró salir del fango en Vietnam,
pero demostró ese papel tan especial de China en el mundo. La
admiración hacia la China Popular en el resto del planeta seguía
creciendo a pasos agigantados, y los prochinos tenían cada vez más
influencia en el plano internacional.
(*) Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid especializado en Historia de Asia
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