VIENA.- Si con 31 años se convirtió en el canciller más joven de
Austria, el conservador Sebastian Kurz logró con 32 ser el jefe del
Gobierno que menos tiempo duró en el cargo desde 1945 y, ahora, con 33 será, casi con toda seguridad, ganador de las elecciones anticipadas de este domingo. Las encuestas revelan que su popularidad sigue intacta, pese a la súbita implosión de la polémica coalición que su Partido Popular, el ÖVP, lideraba (desde diciembre de 2017) por un escándalo de corrupción de sus socios ultranacionalistas del FPÖ.
El entonces vicecanciller y líder del FPÖ, Heinz Christian Strache, dimitió el pasado mayo tras filtrarse un vídeo,
filmado dos años antes en Ibiza, en el que se le veía ofrecer favores
políticos a una falsa millonaria rusa a cambio de dinero para su
campaña. Kurz pasó entonces a la historia política de Austria como el canciller con el Gobierno más breve (525 días) y el primero que cayó por una moción de censura desde la II Guerra Mundial.
Sin embargo, las encuestas le dan una clara victoria con hasta el 35 %, seguido del Partido Socialdemócrata (SPÖ) con el 22 % y la ultraderecha del FPÖ con el 21 %.
Junto al favorito Kurz, los principales aspirantes al cargo de
canciller de Austria son la socialdemócrata Pamela Rendi-Wagner y el
ultranacionalista Norbert Hofer.
De niño prodigio, Kurtz se ha convertido en referente: Con 33 años,
once en política y nueve en el Gobierno, Kurz ha dejado de ser una
promesa y un “niño prodigio” para ser el indiscutible referente del
centroderecha en Austria y una figura en ascenso en Europa.
Fue secretario de Estado con 25 años y ministro de Exteriores con 27. En 2017, con sólo 31, dio un golpe de mano y se hizo con el poder en el Partido Popular, reorganizándolo a su imagen y hasta cambiando los símbolos de la formación.
Kurz dinamitó la coalición con el SPÖ y forzó unas elecciones en las
que arrasó con 31,7 %, el mejor resultado del partido en una década, una
victoria debida, en gran parte, a que asumió muchas de las políticas antimigratorias y el lenguaje de los ultras.
Durante sus 17 meses de Gobierno impulsó políticas de mano dura en
temas de extranjería, acompañada con medidas de ahorro y alivio fiscal.
Fue criticado -también desde el extranjero- por dejar en
manos de políticos de ultraderecha los importantes ministerios de
Interior, Defensa y Exteriores. Varios servicios de
inteligencia europeos limitaron su colaboración con Austria por la
cercanía del FPÖ con el partido del presidente ruso, Vladimir Putin.
También se le critica que no se distanciara de forma más clara de los numerosos incidentes xenófobos y antisemitas del FPÖ
Kurz es, al mismo tiempo, el político más popular y el que más rechazo genera, el más polarizador. Aclamado
por sus seguidores como una estrella que quiere modernizar el país y
responder a las preocupaciones de la ciudadanía, sus detractores lo
dibujan como alguien sin escrúpulos y sediento de poder.
Incluso sus contrincantes le reconocen talento y un agudo instinto
político, y le ven como alguien que apenas se permite errores y que es
inclemente con sus adversarios. Si para sus fieles es un trabajador
incansable y meticuloso, para sus críticos es un producto de mercadotecnia, una imagen prefabricada de político joven y eficiente, que controla sus apariciones y no arriesga en la comunicación.
En cualquier caso, a su popularidad no le ha hecho mella las
revelaciones de que grandes fortunas donaron elevadas cantidades a su
campaña, ni a su imagen de ciudadano corriente le ha pasado factura
tener un nutrido y bien pagado grupo de asesores de imagen.
La médica Pamela Rendi-Wagner, con 48 años, es la primera mujer en
liderar el Partido Socialdemócrata (SPÖ), la formación con más historia y
afiliados de Austria.
Su carrera política ha sido meteórica: hace apenas dos años asumió
como experta independiente el ministerio de Sanidad y poco después se
hizo con las riendas del partido tras hacer caer Kurz la coalición que
mantenían socialdemócratas y conservadores.
Sus desafíos son mayúsculos: parte del voto tradicional
socialdemócrata ha abandonado el partido y la formación no termina de
dar con la tecla para reconectar con gran parte de la sociedad.
Que una mujer independiente y sin pasado político asumiera el
liderazgo del SPÖ trajo viento fresco y modernizó la imagen algo
desgastada de una formación que lucha por renovar su electorado.
Sin embargo, parte del aparato del SPÖ no oculta su escaso entusiasmo por Rendi-Wagner, a la que consideran poco experimentada y ajena a las familias políticas y barones del partido.
Algunas de las críticas más despiadadas contra ella han sido de
dirigentes de su formación, que ven fallida su apuesta por atraer a
votantes de Los Verdes con propuestas ambientales, mientras parte de su
electorado se marcha al FPÖ, hipnotizados por su mensaje de políticas
sociales, pero sólo para los austríacos.
Las encuestas dan un mal resultado al SPÖ, con alrededor del 22 % de los votos, seis puntos porcentuales menos que en 2017.
Norbert Hofer es el nuevo líder del FPÖ después de la caída de Heinz-Christian Strache por el “caso ibiza”. Frente al discurso duro, y casi violento de Strache, Hofer es la cara educada y amable de la formación.
El político de 48 años fue la pasada legislatura ministro de
Transporte en el Gobierno de Kurz, y allí pulió la imagen de moderación
que le gusta transmitir.
Junto al polémico ex ministro del Interior, Herbet Kickl, forman un
tándem que parece destinado a distintas audiencias: el lenguaje más
visceral de Kickl va dirigido a sus bases tradicionales, mientras que la
aparente afabilidad de Hofer busca votantes entre moderados
descontentos con otras formaciones.
Tras la crisis económica de 2008, Hofer propuso un giro que alejaba a
la formación de sus posiciones más excluyentes para apostar por un discurso social destinado sólo a los austríacos.
El FPÖ pasó a denominarse “Partido social patriótico” y pronto las
encuestas mejoraron. El lema del último congreso de la formación hace
dos semanas fue “¡Unidos por una Austria honesta, socialmente justa y
fiel a la patria!”.
El político estuvo a punto de convertirse en 2016 en presidente de
Austria, aunque perdió ante el progresista Alexander van der Bellen.
Después de que el caso Ibiza dejara muy tocada la imagen del FPÖ, la
formación se encomendó al aura moderada y tradicional de Hofer.
Su campaña electoral ha tenido tres ejes. Por un lado, apostar por reeditar la coalición con el ÖVP, argumentando que sólo el FPÖ puede evitar que Kurz se desvíe a la izquierda.
Por otro, marcar distancias con Strache y sus innumerables polémicas.
Y, finalmente, presentar a su partido como víctima de una conjura.
Pese a su tono moderado, Hofer, que anda con un bastón por un accidente cuando practicaba parapente, mantiene
los postulados del FPÖ contra la inmigración, los musulmanes y defiende
una idea excluyente de la patria y las tradiciones.
Una de sus promesas electorales es permitir de nuevo que se pueda fumar en locales gastronómicos, una prohibición que el Parlamento aprobó en julio.
La nueva norma, que entrará en vigor el próximo 1 de noviembre, acaba
con años de controversia política en torno a la prohibición de fumar en
la república alpina y con varios intentos sin éxito de aprobar una ley
al respecto.
El FPÖ calificó en su día a los defensores de la prohibición como “puritanos y fariseos”
y quiere revertir la medida, algo más que complicado porque todos los
grupos parlamentarios, excepto el partido radical, votaron a favor de la
medida.
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