Posiblemente haya sido para entonarse el ánimo tras perder la mayoría
que los suyos tenían en la Cámara de Representantes tras las urnas
parlamentarias del pasado día 6 en los comicios del presente ciclo
electoral del Congreso.
Su salida al paso de la idea francesa sobre la conveniencia de
un Ejército Europeo, mediante la observación de que antes de pensar
en tal cosa debería la OTAN hacer cuentas con Estados Unidos para reintegrarle
sus aportaciones económicas a la Alianza Atlántica, cuando lo más
propio sería que el todavía huésped de la Casa Blanca amortizara los
cantos de sirena respeto de sintonías bajo cuerda con el
putinismo, oficiante en la estrategia rusa de reducir la “catástrofe
geopolítica”que significó o supuso – sostiene – la desaparición de la
Unión Soviética.
Lo que sí ha significado el emblema trumpiano del “América Primero” ha
sido un ajuste óptico, para la diplomacia y para la defensa, de
índole expansiva y rompedora de inercias y hábitos propios de la
postguerra fría, que se habían convertido en una suerte de ética de las
relaciones Internacionales.
Ajeno a esta cultura, posiblemente por su propio dato biográfico, de
rico heredero sin cortapisas económicas y sin proporcionales formatos de
cultura, carente de contrapesos, modulaciones y matices. Trump, cabría
decir, carece de las maneras propias del quehacer diplomático común al
que está acostumbrada la opinión pública internacional y, en muy espacial
medida, el periodismo estadounidense. Como muy cumplidamente ha venido a
corroborar el violento incidente habido, durante su última Conferencia
de Prensa, con un periodista de la CNN.
De otro punto, queriéndolo o sin querer, Donald Trump ha puesto sobre la mesa
política global, a propósito del Ejército Europeo planteado por el
presidente de Francia, la entera cuestión de la Unión Europea
como proyecto de unidad nacional compartido hasta sus últimas consecuencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario