“Quien controla la fuente de
comida controla a la gente, quien controla la energía controla los continentes,
quien controla el dinero controla el mundo”.
Atribuído
a Henry Kissinger circa 1974.
(National
Security Adviser (1969-75), US Secretary of State (1973-).
La
globalización es un sistema complejo con tres grandes desafíos: alimentar al
mundo que alcanzará a los 7.000 millones de habitantes; proveer de energía,
resolviendo su escasez, necesaria para el desarrollo humano y enfrentar la
crisis financiera mundial.
A partir de los noventa
estos temas se intensifican y las tradicionales relaciones birregionales entre
América Latina y Europa, Japón y EE. UU. – motores del crecimiento del siglo XX
– empiezan a ser multilaterales, en parte por la crisis de esos países y en
parte por la aparición de nuevos actores, algunos de ellos incorporados a la
sigla BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
En ese mundo, la
Argentina puede manejarse con las diferentes alternativas de asociación
económica y comercial que le ofrece el mundo, sin necesidad de caer en una
dependencia bilateral. Para ello debe acentuar sus fortalezas negociadoras ya
que en el mediano plazo puede contar con su potencial exportador alimenticio,
con la expectativa de la autonomía energética y con la posibilidad de resolver
su compleja situación financiera actual.
En ese contexto surgió
China y su implicancia como demandante de materias primas y alimentos,
entonando los mercados internacionales, y ofreciéndose, gracias a su
acumulación de reservas en dólares y bonos del Tesoro norteamericano, como un
financiador de Inversiones Extranjeras Directas e incluso actuando como
prestamista de corto plazo, como los swaps negociados recientemente con la
Argentina.
Las potencialidades de
la Argentina encajan perfectamente en las expectativas de China, pero no
deberíamos caer en la trampa de considerarlo el único aliado estratégico.
Parados en esta
encrucijada nos debemos preguntar si las relaciones con China son
complementarias o competitivas, o ambas a la vez. Si es una oportunidad o una
amenaza acordar una relación más estrecha. La respuesta no es sencilla. Todo
dependerá de cómo Argentina negocia esa relación y las otras alternativas
internacionales que dispone, entre ellas con América Latina.
Las líneas de inversión de China están
dirigidas a obtener el acceso directo a las materias primas que actualmente
requiere su desarrollo económico y humano. Su práctica comercial se ha
caracterizado por ser predatoria, en particular con precios de dumping en
productos manufacturados de consumo masivo. Gran parte de nuestro déficit
comercial con China se explica en el desbalance en el rubro de las Manufacturas
de Origen Industrial (MOI) mientras nuestras exportaciones están altamente
concentradas en productos primarios.
Si esta fuera la
relación básica de nuestro relacionamiento con China, estaríamos propendiendo a
una “primarización” no solo de nuestras exportaciones sino también de nuestra
producción, asemejándonos, en demasía, al modelo agro-exportador del siglo XIX
de la Argentina con su relación con Inglaterra, que según el geógrafo
Cirigliano, limitábamos por el mar a través del puerto de Buenos Aires.
Por otra parte, también
es cierto que los altos precios de la soja y otros productos primarios se deben
por el poder de compra de China, que a su vez podría acercarnos inversiones
directas y préstamos financieros requeridos en este corto plazo, además de
fortalecer una posible interacción con los BRICS.
El inmenso mercado chino es un atractivo para la colocación de productos
manufacturados, pero su tamaño es un obstáculo para alcanzar las magnitudes de
compra potencial; las importaciones chinas de productos masivos por sus precios
y magnitudes de oferta son una permanente amenaza a la producción nacional.
Sólo el
equilibrio de una relación basada en una administración concertada del comercio
recíproco, la elección de segmentos y canales específicos para el
abastecimiento chino de productos manufacturados tanto de origen industrial
como agropecuario y una direccionalidad diplomática conjunta en la localización
geográfica y sectorial de las inversiones chinas podrán asegurar una relación
fructífera. Todo ello sin abandonar la perspectiva que la Argentina debe
plantearse una estrategia multipolar en sus relaciones económicas y financieras
internacionales.
(*) Profesor de Economía
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