domingo, 21 de septiembre de 2014

China y las relaciones complejas / Roberto Darío Pons *

“Quien controla la fuente de comida controla a la gente, quien controla la energía controla los continentes, quien controla el dinero controla el mundo”

 Atribuído a Henry Kissinger circa 1974. 
(National Security Adviser (1969-75), US Secretary of State (1973-).

La globalización es un sistema complejo con tres grandes desafíos: alimentar al mundo que alcanzará a los 7.000 millones de habitantes; proveer de energía, resolviendo su escasez, necesaria para el desarrollo humano y enfrentar la crisis financiera mundial.

A partir de los noventa estos temas se intensifican y las tradicionales relaciones birregionales entre América Latina y Europa, Japón y EE. UU. – motores del crecimiento del siglo XX – empiezan a ser multilaterales, en parte por la crisis de esos países y en parte por la aparición de nuevos actores, algunos de ellos incorporados a la sigla BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

En ese mundo, la Argentina puede manejarse con las diferentes alternativas de asociación económica y comercial que le ofrece el mundo, sin necesidad de caer en una dependencia bilateral. Para ello debe acentuar sus fortalezas negociadoras ya que en el mediano plazo puede contar con su potencial exportador alimenticio, con la expectativa de la autonomía energética y con la posibilidad de resolver su compleja situación financiera actual.

En ese contexto surgió China y su implicancia como demandante de materias primas y alimentos, entonando los mercados internacionales, y ofreciéndose, gracias a su acumulación de reservas en dólares y bonos del Tesoro norteamericano, como un financiador de Inversiones Extranjeras Directas e incluso actuando como prestamista de corto plazo, como los swaps negociados recientemente con la Argentina.

Las potencialidades de la Argentina encajan perfectamente en las expectativas de China, pero no deberíamos caer en la trampa de considerarlo el único aliado estratégico.

Parados en esta encrucijada nos debemos preguntar si las relaciones con China son complementarias o competitivas, o ambas a la vez. Si es una oportunidad o una amenaza acordar una relación más estrecha. La respuesta no es sencilla. Todo dependerá de cómo Argentina negocia esa relación y las otras alternativas internacionales que dispone, entre ellas con América Latina.

 Las líneas de inversión de China están dirigidas a obtener el acceso directo a las materias primas que actualmente requiere su desarrollo económico y humano. Su práctica comercial se ha caracterizado por ser predatoria, en particular con precios de dumping en productos manufacturados de consumo masivo. Gran parte de nuestro déficit comercial con China se explica en el desbalance en el rubro de las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) mientras nuestras exportaciones están altamente concentradas en productos primarios.

Si esta fuera la relación básica de nuestro relacionamiento con China, estaríamos propendiendo a una “primarización” no solo de nuestras exportaciones sino también de nuestra producción, asemejándonos, en demasía, al modelo agro-exportador del siglo XIX de la Argentina con su relación con Inglaterra, que según el geógrafo Cirigliano, limitábamos por el mar a través del puerto de Buenos Aires.

Por otra parte, también es cierto que los altos precios de la soja y otros productos primarios se deben por el poder de compra de China, que a su vez podría acercarnos inversiones directas y préstamos financieros requeridos en este corto plazo, además de fortalecer una posible interacción con los BRICS.

El inmenso mercado chino es un atractivo para la colocación de productos manufacturados, pero su tamaño es un obstáculo para alcanzar las magnitudes de compra potencial; las importaciones chinas de productos masivos por sus precios y magnitudes de oferta son una permanente amenaza a la producción nacional.

Sólo el equilibrio de una relación basada en una administración concertada del comercio recíproco, la elección de segmentos y canales específicos para el abastecimiento chino de productos manufacturados tanto de origen industrial como agropecuario y una direccionalidad diplomática conjunta en la localización geográfica y sectorial de las inversiones chinas podrán asegurar una relación fructífera. Todo ello sin abandonar la perspectiva que la Argentina debe plantearse una estrategia multipolar en sus relaciones económicas y financieras internacionales.

(*) Profesor de Economía

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