domingo, 5 de octubre de 2008

Los presupuestos de la crisis / Luis de Guindos

Se acaba de presentar en las Cortes el proyecto de presupuestos para el año 2009. Se trata, dada la situación de la economía española, de los presupuestos más complejos desde el ejercicio 1996. Nos encontramos en medio de una crisis financiera internacional sin precedentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con una situación de aterrizaje muy brusco de la economía española y con una restricción crediticia que afecta a las familias y empresas con enorme virulencia.

Los indicadores adelantados apuntan que en los próximos 12 meses, con una alta probabilidad, la economía española verá cómo su PIB se va a contraer entrando en una situación de recesión, según la definición formal.

El vicepresidente económico ha intentado presentar unos presupuestos austeros, basados en un cuadro macro que incluye un crecimiento económico del 1,6% en este año para pasar al 1% el ejercicio próximo. El gasto público va a crecer el 3,3%, por debajo del aumento del PIB nominal, y se ha intentado concentrar los incrementos más altos en aquellas partidas con más impacto en el crecimiento potencial, como son las infraestructuras y el I+D+I.

El juego de los estabilizadores automáticos se refleja en un incremento de la partida de desempleo de cerca del 25% y en un crecimiento casi cero de los ingresos tributarios en 2009 sobre la proyección de cierre para este año, que a su vez ha sido drásticamente reducida frente al presupuesto inicialmente previsto. Como consecuencia de todo ello, el déficit del Estado se situará en 2009 en el 1,5%, lo que, unido a una previsión de superávit de la seguridad social del 0,8% y de déficit del conjunto de las administraciones territoriales del 1%, llevará el saldo negativo de la totalidad de las administraciones públicas a cerca del 2% el año próximo.

La primera reacción ante este proyecto de presupuestos es mirar hacia atrás y añorar la oportunidad perdida para haber alcanzado un superávit presupuestario mucho más elevado en los años de bonanza, cuando la economía española crecía cerca del 4% y los ingresos tributarios por encima de los dos dígitos. Seguramente, nos vamos a acordar de no haber sido más estrictos en el control del gasto público de lo que efectivamente fuimos, lo cual hubiera facilitado un mayor control de las presiones de la demanda doméstica sobre la inflación y el déficit externo.

Ello, a su vez, hubiera permitido entrar en la fase bajista del ciclo con un superávit muy superior y dejar actuar los estabilizadores automáticos con mayor tranquilidad. Dicho de otro modo, el manejo de la política presupuestaria debería haber sido bastante más riguroso tanto en función de las condiciones cíclicas de la economía española como de la obtención de un margen de maniobra superior para hacer frente a la fase de desaceleración de la actividad.

Y es que sorprende la rapidez e intensidad del deterioro de las cuentas públicas a lo largo de este año. Hemos pasado de un superávit de más del 2% en 2007 a un déficit del conjunto del sector público que, según el Gobierno, se acercará al 2%. Cuatro puntos de deterioro en 2008 van mucho más allá del propio juego de los estabilizadores automáticos e incluso de las medidas discrecionales adoptadas por el propio Gobierno, y nos pone de manifiesto la extrema sensibilidad de los ingresos tributarios españoles al dinamismo de la demanda doméstica y, especialmente, del sector inmobiliario. Y también apuntan a que, seguramente, la caída de la actividad está siendo más intensa de lo que nos indican todavía las estadísticas oficiales.

También sorprende que el Gobierno siga manteniendo el cuadro macro que presentó a finales de julio con los datos que hemos ido conociendo en los dos últimos dos meses. En primer lugar, el crecimiento del 1,6% proyectado para este año parece excesivo a todas luces. Y lo mismo ocurre con la estimación del 1% del año próximo, ya que no sería descabellado pensar en un crecimiento negativo para el conjunto de 2009.

Sin embargo, extraña aún más que, incluso aceptando las cifras del cuadro macro de los propios presupuestos, el Gobierno esté estimando que el saldo presupuestario del conjunto del sector público será muy similar el año próximo al de éste, a pesar de la desaceleración de la actividad. Da la impresión de que se quieren forzar los números para evitar mostrar que las finanzas públicas españolas se van a acercar peligrosamente al límite del 3% del pacto de estabilidad y crecimiento en 2009.

Y aquí reside, en mi opinión, la principal crítica que se puede hacer a los presupuestos presentados; su falta de credibilidad en un momento en el que la economía española necesita de la misma en cantidades elevadas. No creo que nadie de buena voluntad critique al vicepresidente económico por las dificultades externas a las que nos estamos enfrentando, ni por las que se nos van a venir encima en los próximos meses. Ni tampoco de lo complejo de elaborar un presupuesto en estas circunstancias.

Donde sí puede existir más responsabilidad es cuando parece que se ignora la gravedad de la situación -tanto internacional como doméstica-, y ello se hace además en el principal instrumento de política económica disponible, esto es, en los Presupuestos Generales del Estado.

Parece, de nuevo, que el Gobierno se puede volver a quedar por detrás de los acontecimientos. La economía mundial se enfrenta a una crisis financiera sin precedentes en muchas décadas que, además, está impactando, y lo va a seguir haciendo, con especial incidencia en la economía española dada nuestra dependencia de la financiación externa y del sector de la construcción.

Los presupuestos del año próximo se agarran a que en la segunda parte del año próximo vamos a rebotar, pero sin explicar muy bien de dónde va a venir dicho despegue. El problema de estos presupuestos no es tanto las medidas incluidas, que como todo pueden ser discutibles.

El problema es que siguen sin hacer un análisis correcto de la situación de la economía internacional y española. Y sin dicho diagnóstico resulta complicado plantear correctamente las acciones de política económica necesarias.Pero además impide algo más fundamental en los momentos actuales: un gran pacto de estado para hacer frente a lo que se nos viene encima.

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