LONDRES.- El germen de las terceras generales que Reino Unido afronta en cuatro
años emana de un capcioso órdago prefabricado por el primer ministro,
Boris Johnson, para justificar la convocatoria electoral como el último
recurso de emergencia para materializar un Brexit que, según su manual
de campaña, había sido reiteradamente bloqueado por el Parlamento.
Antes de haber presentado siquiera una propuesta de salida en
Westminster, Johnson ya había escrito el guion y ha logrado mantenerse
fiel al argumento que pretende apuntalar su presencia en Downing Street
bajo la perniciosa retórica ‘El Pueblo contra el Sistema’.
De acuerdo con la trama, él es el líder que está con la gente, el
defensor de las esencias democráticas expresadas en el referéndum,
frente a la intransigencia de una plétora de instituciones incapaces de
aceptar el veredicto del 23 de junio de 2016, empezando por la Cámara de
los Comunes.
Poco importa que los diputados sí hubiesen aprobado el principio de
su acuerdo de ruptura a final de octubre, o que lo único que hubiesen
reclamado era más de tres días para analizar las 115 páginas de la ley
que lo oficializaría, en otras palabras, que demandasen un margen
equivalente al de cualquier legislación ordinaria: la oratoria
conservadora predica que el Parlamento es el culpable de la parálisis y
el mensaje ha de perdurar hasta el 12 de diciembre.
El envite, no obstante, tampoco es gratuito y, además de sembrar una
venenosa semilla de descontento que bebe del artificio más populista,
entraña un riesgo letal: de fallar sus cálculos y no lograr la mayoría
absoluta, Johnson no solo habrá comprometido su supervivencia, o la
cohesión territorial británica, en jaque desde el plebiscito, sino la
viabilidad misma del divorcio que, hace casi cuatro años, había asumido
como instrumento para hacer realidad sus ambiciones sucesorias.
El líder conservador tiene motivos para la inquietud: la última
macroencuesta antes de los comicios, publicada este martes, redujo la
mayoría absoluta que estimaba hace tan solo dos semanas de 68 a 28
diputados y, lo más preocupante para su partido, el margen de error del
estudio no descarta una Cámara de los Comunes sin hegemonías. Realizada
por YouGov entre el 4 y el 10 de diciembre a partir de más de 105.600
entrevistas, la metodología supone un complejo método de análisis y
proyección que permite determinar los resultados en cada
circunscripción.
El desafío que este jueves espera a Johnson es, por tanto,
descomunal, pero también lo son los dividendos para un dirigente que se
considera un ganador, con métodos poco ortodoxos, pero suficientes para
permitirle salir triunfante de todos los empeños a los que ha dedicado
tiempo y esfuerzo a lo largo de su carrera, primero como periodista y,
posteriormente, en una arena política a la que desde el principio se
lanzó con el Número 10 como meta final.
Su estrategia desde su llegada a la residencia oficial hace cuatro
meses y medio ha sido explotar la profunda desafección que el referéndum
cimentó en la calle, confiando en que, en unas generales, esta retórica
favorecería su reelección.
La táctica había sido probada con éxito durante la tumultuosa campaña
de 2016 y, dada la amplia ventaja con la que Johnson partía en los
sondeos, el reto era únicamente evitar los errores de su antecesora,
Theresa May, ante idéntica misión, es decir, un adelanto electoral para
facilitar la ruptura.
Para ella, la pérdida de la hegemonía supuso quedar como rehén del
núcleo duro anti-UE de su partido, del que Johnson formaba parte, el
mismo que tumbó hasta en tres ocasiones el acuerdo de divorcio
presentado por la anterior primera ministra, Theresa May, para
formalizar la salida, dos de ellas con el voto del actual ‘premier’,
quien circunstancialmente solo cambió de opinión a la tercera, después
de que May prometiese dejar el cargo, si la propuesta salía adelante.
Esta es, precisamente, la parte de la historia que su sucesor pasa
por alto en campaña cuando acusa a Westminster de bloquear el Brexit:
frente a diputados eurófilos que siempre respaldaron la hoja de ruta
para ejecutarlo, tanto él como muchos de los ministros que hoy lo
acompañan en el Gobierno la habían boicoteado, al punto de ser
parcialmente responsables de que Reino Unido no hubiese abandonado la
Unión Europea el pasado 29 de marzo, la fecha original prevista para el
Brexit.
El peligro que Johnson no semeja tener en cuenta es que este severo
menoscabo de la confianza en el tejido político e institucional afectará
a quien adquiera el derecho a permanecer en Downing Street por los
próximos cinco años.
La retórica oportunista con la que ahora aspira a recabar máximo
rédito en las urnas podría cronificar la toxicidad que ha marcado la
cuenta atrás electoral, vaciando la lista de culpables a los que el
primer ministro podrá responsabilizar si las listas de espera
hospitalarias siguen aumentando, la economía permanece estancada, o la
realidad de la negociación comercial no resulta el sencillo trámite que
había anticipado.
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