BRUSELAS.- La disrupción del orden económico global provocada por Estados Unidos
alcanzó un nuevo hito el martes, cuando la Organización Mundial del
Comercio (OMC) perdió su capacidad de intervenir en las guerras
comerciales, amenazando el futuro de la institución con sede en Ginebra.
Dos años después de empezar a bloquear los nombramientos, Estados
Unidos paralizó finalmente el Órgano de Apelación de la OMC, que actúa
como corte suprema para el comercio internacional, ya que saldrán dos
de sus tres miembros, lo que le impedirá efectuar dictámenes.
Las
grandes disputas comerciales, como el conflicto de Estados Unidos con
China y los aranceles a los metales impuestos por el presidente Donald
Trump, no serán resueltos por el árbitro comercial global.
Stephen
Vaughn, que fue consejero general del representante comercial de
Estados Unidos durante los dos primeros años de mandato de Trump, dijo
que muchas disputas serán solucionadas en el futuro a través de
negociaciones.
Los críticos aseguran que esto significa un
regreso al periodo de posguerra de acuerdos inconsistentes, un problema
que la creación de la OMC en 1995 debía arreglar.
El embajador de
la Unión Europea ante la OMC dijo a sus pares en Ginebra que
la parálisis del Órgano de Apelación abre la puerta a la creación de un
sistema de relaciones económicas basado en el poder más que en las
reglas.
La paralización del sistema de arreglo de disputas llega
en un momento en que la OMC tiene problemas también en su otro gran
papel: la apertura de los mercados.
El club, que cuenta con 164
integrantes, no ha producido ningún acuerdo internacional desde el
abandono de las negociaciones de la “Ronda de Doha” en 2015.
Las medidas restrictivas con el comercio en el seno del G-20 -el
grupo con las principales economías mundiales- están en máximos
históricos, marcadas por la agenda de “Estados Unidos primero” de Trump y
su guerra comercial con China.
Phil Hogan, el nuevo comisario de
Comercio de la UE, dijo el viernes que la OMC ya no cumple su propósito
y necesita reformas más allá del simple arreglo del mecanismo de
apelaciones.
Para los países desarrollados en particular, las
reglas de la OMC deben cambiar para tener en cuenta las empresas
controladas por el Estado.
En 2017, Japón embarcó a Estados
Unidos y la UE en un intento conjunto por fijar nuevas reglas globales a
los subsidios estatales y las transferencias forzadas de tecnología.
Washington
está presionando también al límite la capacidad de los miembros de la
OMC de otorgarse un estatus de “en desarrollo”, que les da por ejemplo
más tiempo para implementar los acuerdos de la institución.
Entre estos “países en desarrollo” están Singapur e Israel, pero China es el objetivo obvio.
El
secretario de Comercio estadounidense, Wilbur Ross, dijo la
semana pasada que su país quiere poner fin a las concesiones que se dio a
economías en problemas y que ya no son apropiadas.
“Hemos estado
consintiendo a los países desde hace mucho mucho tiempo, así que es
normal que reaccionen cuando intentamos cambiar las cosas”, señaló.
El problema con la reforma de la OMC es que los cambios requieren consenso para su aprobación. Y esto incluye el apoyo chino.
Pekín ha publicado sus propias propuestas de reforma, con una serie
de reclamos contra las acciones estadounidenses. Las reformas deberían
resolver asuntos cruciales que amenazan la existencia de la OMC, al
tiempo que preservan los intereses de los países en desarrollo, según
postula.
Muchos observadores creen que la OMC se enfrentará a un
problema crucial a mediados de 2020, cuando se reúnan sus ministros de
Comercio en un intento por sacar adelante un acuerdo multinacional para
reducir los subsidios a la pesca.
“No es la OMC la que salvará a la pesca. Será la pesca la que salvará a la OMC”, dijo un embajador.
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