domingo, 11 de enero de 2009

Putin abraza el monopolio gasista

MOSCÚ.- Todos los gasoductos conducen a la Tercera Roma, el rimbombante apodo que Moscú reclamó para sí en el siglo XV para subrayar sus aspiraciones como gran potencia de la cristiandad tras la estela de Constantinopla. En medio de la segunda guerra por los precios del gas que enfrenta en menos de tres años a Rusia y a Ucrania, la Unión Europea vuelve a ser víctima colateral de un conflicto que ilustra los riesgos derivados de la excesiva dependencia de la vasta red de gasoductos monopolizada por Moscú desde la era comunista.

Desde tiempos soviéticos Rusia mantiene entubada a la mitad oriental de Europa (una cuarta parte del gas que importa la UE proviene de Rusia). Y la dependencia podría incrementarse más aún si la estrategia de Vladimir Putin llega a buen puerto. La noche del pasado miércoles, el Kremlin dio luz verde a Gazprom -el monopolio gasista ruso- para cortar el suministro a Europa que pasa por Ucrania (el 80% del total), país al que acusa de «robar» parte de su gas.

Una medida drástica que se ha dejado sentir con menor o mayor crudeza en una docena de países de la UE -desde Bulgaria hasta Italia- y que pone sobre la mesa la volatilidad de la política energética de los Veintisiete, según se escribe en "El Mundo".

En concreto, Moscú acusa a Kiev de escamotearle la friolera de 86 millones de metros cúbicos desde que arrancó el año. La medida sin precedentes fue apoyada por el primer ministro, Vladimir Putin, que unas horas antes se dejó ver junto a su amigo y ex canciller alemán, Gerard Schröder, presidente del comité de accionistas de la empresa que desarrolla el North Stream (Corriente del Norte), el gasoducto que en 2011 unirá Rusia con Alemania sin pasar por las tres repúblicas ex sovieticas del Báltico.

«La crisis del gas pone de actualidad la construcción del gasoducto North Stream que pasará por el fondo del Mar Báltico», declaró Putin, quien abogó por abrir esta nueva vía «rápidamente».

Según algunos expertos, los efectos de la actual crisis ayudarán a desatascar el proyecto y a relajar las luchas intestinas que ralentizan su tendido. El gasoducto, que medirá 1.198 kilómetros y discurrirá por el fondo del Mar Báltico desde la ciudad septentrional rusa de Viborg hasta el puerto de Greifswald (Alemania), es muy criticado por Polonia y los países bálticos. Estos conforman el núcleo duro de países enemistados con Rusia dentro de la UE y que se ven excluidos de un proyecto anhelado por Moscú que sortea sus territorios.

Junto a este gasoducto corre paralelo el South Stream (Corriente del Sur), cuya planificación fue consecuencia directa de la guerra del gas ruso-ucraniana de 2006. Esta tubería conectará Rusia con Italia pasando por Bulgaria, Serbia, Hungría y Austria. Se le considera una prolongación del Blue Stream, que ya canaliza gas de Rusia a Turquía, y su objetivo es evitar que países como Ucrania o Bielorrusia se conviertan en estados tapón en el tránsito de gas ruso a Europa.

Bruselas se enfrenta de nuevo al dilema de conjugar la construcción de nuevas vías alternativas con una diversificación de sus proveedores orientales, con Azerbayán, Irán, Turkmenistán o Kazajistán en el horizonte.

La ausencia de una voz única en la UE queda reflejada en la búsqueda dispar de soluciones pragmáticas de carácter bilateral como el North Stream. Asimismo, Occidente baraja otras vías alternativas como el gasoducto Nabucco, que pretende conectar el Caspio con Europa sin pasar por la tierra de los zares.

Se acabaron los precios subvencionados

La quiebra del imperio soviético en 1991 no tuvo réplicas inmediatas en la amplia red rusa de transporte de hidrocarburos. Durante más de una década, ésta continuó suministrando a las repúblicas vecinas gas y petróleo con precios subvencionados en mayor o menor medida, debido a las inercias paternalistas asumidas por Moscú durante 70 años.

Sin embargo, la crisis actual evidencia que el trato de favor ya es historia y que Ucrania podría pagar muy caro el brusco giro proeuropeo que protagonizó en 2004 con la llamada 'revolución naranja'. «Los ucranianos deben pagar lo mismo que los europeos», un precio «sin descuentos ni preferencia alguna», declaró este viernes el presidente ruso, Dimitri Medvedev.

En 2006, Ucrania se negó a pagar la casi quintuplicación de la factura del gas, lo que derivó en cortes de suministro que se dejaron sentir en Europa. Finalmente, Moscú y Kiev firmaron un acuerdo por cinco años, según el cual una compañía intermediaria compraría a Moscú el gas a razón de 230 dólares por 1.000 metros cúbicos y lo suministrará a Ucrania mezclado con gas centroasiático, más barato.

En 2008, Ucrania pagó a Rusia 179,5 dólares por 1.000 metros cúbicos de gas, pero en diciembre se negó a aceptar los 250 dólares que propuso Gazprom para 2009. Putin llegó a calificar dicho precio de «especie de ayuda humanitaria» para un «un pueblo vecino» especialmente castigado por la crisis internacional.Ucrania estaría dispuesta a pagar 210 dólares, que aún así es menos de la mitad de lo que pagan a Moscú los países europeos (450 dólares).

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