PARÍS.- Veinte
años después de la adopción de la semana laboral de 35 horas en
Francia, la ley más emblemática del Gobierno de izquierdas de finales
del siglo pasado no ha dejado de generar controversia en el país.
La
medida fue aprobada por el Gobierno encabezado por el socialista Lionel
Jospin (1997-2002) con el objetivo de reducir el paro mediante la
técnica de compartir el empleo, pero también para mejorar la convivencia
familiar de los franceses.
Pero
sus efectos reales nunca han quedado del todo demostrados y los
economistas se dividen entre quienes consideran que fue un auténtico
avance social, que además redujo el desempleo, y los que piensan que no
tuvo efecto real sobre la creación de puestos de trabajo y, por el
contrario, dañó las arcas públicas y la competitividad de las empresas
francesas.
La semana laboral de 35 horas ha sido uno de los ejes esenciales del Partido Socialista en su historia moderna.
Desde que Francia adoptó las 40 horas semanales en 1936, la izquierda se ha fijado como objetivo reducir esa tasa.
En
la campaña electoral que llevó a François Mitterrand al Elíseo en 1981
ya figuraba en su programa electoral, aunque una vez en el poder solo
redujo una hora el tiempo semanal de trabajo.
Cuando
en 1997, por la presión social, el presidente conservador Jacques
Chirac adelantó las legislativas y, contra pronóstico, la izquierda
dirigida por Jospin se hizo con la victoria, las 35 horas eran una de
las medidas más importantes de su programa.
Con
cinco años por delante, aquel Ejecutivo en el que también estaban
comunistas y ecologistas, encargó a Martine Aubry, ministra de Empleo,
poner en marcha lo que consideraban una gran conquista social.
Tras
más de dos años de debates parlamentarios que dividieron a la sociedad
francesa, la ley fue adoptada y se decidió una introducción paulatina en
todas las empresas, empezando por el sector público para acabar con las
de menos empleados, para darles más tiempo a adaptarse a la nueva
situación.
En
2002 Jospin se presentó a las presidenciales pero ni siquiera pasó a la
segunda vuelta, en la que el conservador Chirac se midió al
ultraderechista Jean-Marie Le Pen.
La
victoria del saliente se tradujo en un retorno de la derecha al poder,
pero pese a las críticas que habían lanzado al proyecto, no dieron
marcha atrás.
Al menos en su fundamento, ya que la ley francesa siguió recogiendo que la semana laboral básica es de 35 horas.
Sin
embargo, fueron adoptando medidas de flexibilidad para que las empresas
y los empleados pudieran superar el techo de horas semanales fijados en
la ley.
En
un primer momento, se congeló la aplicación de la medida para todas
aquellas pequeñas y medianas empresas que todavía no la habían adoptado,
lo que se tradujo en que, aquellas que lo aceptaran, pudieran optar por
pagar las horas suplementarias como extra.
Pero
fue con la llegada al poder de Nicolas Sarkozy en 2007 cuando el
Ejecutivo se lanzó a descafeinar de forma más clara las 35 horas.
Con
su lema de "trabajar más para ganar más", el candidato conservador
introdujo varias enmiendas para que los trabajadores pudieran superar el
límite fijado por la ley.
En
concreto, el Gobierno redujo la presión fiscal sobre las horas extra,
lo que en la práctica hizo que buena parte de los franceses optaran por
el incremento salarial en lugar de tener más tiempo libre.
Pero la semana laboral de 35 horas ha dejado su impronta en el panorama francés.
Los
trabajadores tienen la opción de trabajar cuatro días por semana o de
acumular esas horas suplementarias y disfrutar de más días de
vacaciones.
En los últimos años, incluso desde la izquierda se han escuchado críticas a aquella medida.
El
exprimer ministro Manuel Valls, durante años representante del ala más
conservadora del Partido Socialista las criticó a mediados de esta
década.
Y,
poco antes de entrar en el Ministerio de Economía en 2015, el actual
presidente, Emmanuel Macron, se mostró partidario de su abolición.
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