RIAD.- Arabia Saudí buscará esta semana en Nueva York, donde a partir de mañana la Asamblea General de la ONU celebra su reunión anual, respaldo internacional para crear una alianza militar que golpee a Irán. Sin embargo, Estados Unidos, los Emiratos Árabes Unidos y otros aliados en el golfo Pérsico no creen que sea una buena idea. Temen una confrontación abierta que aún perjudique más la producción de hidrocarburos y su distribución a los principales mercados internacionales a través del estrecho de Ormuz.
Los diplomáticos saudíes tienen previsto presentar pruebas
sobre la participación de Irán en los ataques con drones y misiles que
el pasado día 14 destruyeron dos importantes instalaciones petroleras,
lo que redujo a la mitad la producción de crudo. Aún así, a pesar de que
las armas eran iraníes, nadie ha podido determinar con exactitud desde
dónde se lanzó el ataque.
En caso de que se pueda determinar más allá de toda duda
razonable, Arabia Saudí lo consideraría “un acto de guerra” y pediría la
solidaridad internacional para darle respuesta, según han adelantado a
la agencia Reuters diversas fuentes diplomáticas saudíes.
Sin embargo, al príncipe heredero de Arabia Saudí y
ministro de Defensa, Mohamed bin Salman, le falta crédito diplomático
para construir un caso bélico contra Irán. No sólo por su implicación en
el asesinato, hace un año en el consulado saudí de Estambul, de un
destacado periodista crítico con su gestión, sino, especialmente, por el
fracaso de la coalición militar que puso en marcha en el 2015 y que,
bajo su liderazgo, ataca desde entonces Yemen sin que se haya podido
restablecer la unidad del país.
Aún así, la diplomacia saudí venderá en Nueva York que Irán
traspasó una línea roja con el ataque del día 14 porque ha puesto en
peligro la estabilidad mundial al perjudicar la producción de petróleo.
El ataque demostró la vulnerabilidad de las defensas aéreas
saudíes frente a los drones y misiles. De ahí que Riad busque ahora la
complicidad internacional para hacer frente a esta amenaza a la economía
global. Estados Unidos, su principal aliado y responsable de su
seguridad desde el final de la Segunda Guerra Mundial, es muy reticente a
dar ningún paso.
El objetivo del envío de tropas adicionales al
golfo Pérsico, además de reforzar las defensas saudíes, no es atacar
Irán sino restablecer el principio de disuasión, que ahora está muy
debilitado, como demuestra el envalentonamiento de Irán, no sólo por los
ataques del día 14 sino también por el secuestro de petroleros en el
golfo Pérsico.
Francia, por su parte, que lidera la posición de la UE para
intentar salvar el acuerdo nuclear con Irán del 2015, defiende a toda
costa enfriar los ánimos. China Y Rusia, que tienen poder de veto en el
Consejo de Seguridad, han advertido de la necesidad de demostrar que los
ataques del día 14 salieron de territorio iraní antes de dar ningún
paso más.
Los aliados saudíes del Golfo también están divididos. El
enfrentamiento con Qatar, al que, a instancias de Arabia Saudí, han
aislado económica y militarmente, les ha pasado factura.
Y lo mismo puede decirse de la guerra en Yemen. El pasado
junio, por ejemplo, los Emiratos redujeron su participación en la
alianza militar que lidera Bin Salman y han moderado el tono de sus
críticas contra Irán, adoptando una estrategia más próxima a la que
tiene Qatar, que siempre ha defendido la vía diplomática para solventar
la disputa política y religiosa entre Riad y Teherán.
A pesar de las presiones de Arabia Saudí, nadie en la región parece
tener ganas de provocar un enfrentamiento abierto entre Irán y Estados
Unidos.
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