BRUSELAS.- Lo que en un principio se daba por impensable se transformó
poco a poco en posible, y ahora, cada vez más entra en la categoría de
probable. A menos de 50 días del Brexit, en Bruselas se aceleran los
planes de contingencia por si se desemboca en el 29 de marzo sin acuerdo
y ha empezado también la campaña para trasladar las culpas a la otra
parte, adelanta hoy La Vanguardia, de Barcelona.
En las instituciones europeas quieren asegurarse que si al final
llega el desastre, porque así se considera un Brexit duro, un gran
fiasco que tendrá repercusiones para todos, pues que en este caso los
dedos acusadores apunten hacia Londres.
Hay un gran temor que las
opiniones públicas consideren que los negociadores europeos se hayan
mostrado inflexibles, demasiado cerrados y por tanto, responsables de no
haber conseguido una transición suave de un desenganche doloroso.
Que
las partes ya dediquen parte de sus esfuerzos a no ser culpabilizados en
caso de fracaso, es un indicador más de cómo están aumentando las
posibilidades de que se imponga el escenario que nadie desea.
En el anuncio de la reunión de hoy, Barnier indica que
“escucharé como el Reino Unido ve la vía a seguir”, aunque precisando
que la UE no reabrirá el acuerdo de retirada y ofreciendo sólo margen
para modificar la declaración política que marcará las relaciones
futuras de la UE con el Reino Unido. Es la posición firme que ha
mantenido la UE desde el voto que rechazó el acuerdo de retirada en
Westminster.
El gran bloqueo llega por la solución a la frontera
irlandesa. Dónde los británicos solicitan un límite temporal a la
salvaguarda irlandesa, los europeos responden que ya hay un límite, pero
basado en un hecho, en conseguir otra fórmula que haga posibles los
controles sin establecer una frontera dura. Alegan que si establecen un
final temporal a la salvaguarda, ésta pierde su esencia como garantía.
Es por ello que en su entrevista de esta semana pasada con Theresa May,
el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, le planteó explorar el
plan Corbyn. Si Tusk ya encendió los ánimos con su referencia a “un
lugar especial en el infierno para los promotores del Brexit”, suponemos
que tampoco sería del agrado de May cuando le sugirió adherirse al
proyecto del jefe de la oposición.
La gran virtud de la propuesta del
líder del Labour es que su Unión Aduanera permanente permitiría resolver
la cuestión irlandesa, pero su gran dificultad es que es algo que el
partido conservador difícilmente puede aceptar.
En el transcurso de las negociaciones del Brexit, la UE ha conseguido
algunos objetivos, especialmente eliminar dos grandes temores que
surgieron a raíz del referéndum del 2016. La salida de uno de los
grandes podía sembrar diferencias entre los 27 restantes, y más aún,
algún otro país, incómodo en la UE, podía tener la tentación de seguir
sus pasos. Los dos temores han quedado conjurados.
La unidad entre los
27 hasta el momento es férrea y, por otro lado, ha quedado claro que
nadie sale indemne de abandonar la UE, que la factura es elevada y las
ventajas discutibles, con lo cual el peligro de otras deserciones ha
desaparecido.
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