NUEVA YORK.- La
crisis política en Venezuela ha enfrentado a EE.UU. con un dictador que
se rehúsa a abandonar la presidencia. Pero la crisis tiene un
significado más amplio: demuestra que Latinoamérica se ha convertido una
vez más en el escenario en que grandes poderes rivales luchan por
obtener influencia y ventajas. EE.UU. se enfrenta a una nueva ola de
competencia geopolítica alrededor del mundo y sufre presiones en su
propio patio trasero.
La
región ya ha sido el foco de competencia global, claro está, desde la
rivalidad entre España y Portugal en los siglos XV y XVI hasta la guerra
fría entre Washington y Moscú. Sin embargo, después de la caída de la
Unión Soviética, Latinoamérica parecía, al menos durante un tiempo,
haberse convertido en una zona libre de geopolítica.
La retirada y
desintegración de Unión Soviética dejó a EE.UU. sin contrincante por la
influencia regional predominante. La Cuba de Castro se encerró en si
misma, sumida en una profunda crisis económica. A medida que los países
se democratizaron y se abrieron a mercados libres, la región también se
volvió unipolar en un sentido ideológico.
No
obstante, a inicios de los años 2000, el clima fue cambiando. Primero
llegó una generación de líderes que consideraban que la economía
neoliberal era la fuente de la constante pobreza y desigualdad de la
región.
Los gobiernos liderados por personas como Chávez en Venezuela,
Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador combinaron atractivos
políticos populistas con programas inclinados hacia el iliberalismo y,
en algunos casos, el autoritarismo. Ellos han retado a EE.UU. a nivel
diplomático y retórico, y han establecido relaciones cercanas con Cuba.
Así, se creó un bloque de actores regionales que se oponían al poder
estadounidense -mientras actores externos empezaban a, o , su propia
influencia en la región.
La
economía de China ha prosperado en las últimas dos décadas y su
presencia en Latinoamérica también ha crecido. El comercio y la
inversión China ha surgido casi en todo lado, no solamente en países
dirigidos por populistas radicales. El comercio y los préstamos chinos
han ofrecido una mano amiga a gobernantes iliberales como Chávez y
Maduro al reducir su vulnerabilidad frente a la presión de EE.UU. y del
occidente.
Luego siguió el compromiso militar, creando temores de que
Pekín pudiera intentar establecer una posición estratégica en el
hemisferio occidental. Aunque ciertos aspectos de la relación entre
China y países latinoamericanos siguen siendo controvertidos -algunos
proyectos de infraestructura chinos han sido criticados porque
usualmente acuden a mano de obra China y no latinoamericana, por
ejemplo- Pekín se ha convertido sin duda alguna en un actor del
hemisferio occidental.
Rusia
ha ofrecido apoyo económico y diplomático a Chávez, Maduro y otros
gobernantes autocráticos como Daniel Ortega en Nicaragua. Ha vendido a
gobiernos populistas jets, tanques y otras armas y reanudó los envíos de
petróleo a Cuba al igual que la entrega de tecnología militar.
Para
gran preocupación de EE.UU., el Kremlin también ha estado trabajando
para establecer una presencia significativa de inteligencia en
Nicaragua. Tal y como lo describe el Fondo Carnegie para la Paz
Internacional, "el enfoque de Moscú frente a Latinoamérica hoy en día
hace eco del apoyo soviético entre 1960 y 1980".
Las
relaciones rusas y chinas con los países latinoamericanos a menudo se
describen como simplemente transaccionales, y es cierto que tanto Moscú
como Pekín pueden impulsar grandes negocios por su apoyo.
Un precio del
continuo respaldo de Rusia al régimen de Maduro ha sido una
participación significativa en la industria petrolera venezolana. China
también ha visto a Venezuela como una fuente de energía, y su
crecimiento económico habría impulsado una mayor participación en
Latinoamérica, incluso en ausencia de cualquier diseño geopolítico.
Pero
para ambos países, esta participación también tiene una lógica
profundamente competitiva. Llegar a Latinoamérica es una forma de
mantener en desequilibrio a EE.UU., ejerciendo influencia en el
"extranjero cercano" de Washington. Ayuda a aumentar la influencia y la
talla mundial de Pekín y Moscú en un momento de intensificación de la
rivalidad con Washington.
Finalmente, apoyar a regímenes autocráticos
como los de Caracas y Managua, ya sea en silencio, como en el caso de
China, o más vocalmente, como en el de Rusia, también es una manera de
asegurarse de que el mundo siga siendo ideológicamente seguro para el
autoritarismo en Pekín y Moscú.
Todo
esto constituye el telón de fondo de la crisis venezolana. El
crecimiento de la influencia rusa y china en Latinoamérica en general, y
en particular en Venezuela, es una razón clave por la cual la
administración de Trump ha tomado la bandera de los derechos humanos y
la democracia de manera tan inusitada.
Al imponer sanciones económicas
severas, pedir a los militares que abandonen a Maduro y respaldar a la
oposición política liderada por Juan Guaidó, el gobierno de Trump está
tratando de privar a Moscú, Pekín y La Habana de un socio crítico en
Latinoamérica. Y mientras Rusia y China han respondido de manera muy
diferente a esta crisis, ambos están trabajando, a su manera, para
proteger a este socio.
El
gobierno chino ha registrado su oposición a la campaña internacional
contra el gobierno de Maduro; ha seguido reconociendo a su gobierno
asediado incluso cuando docenas de países democráticos han apoyado a
Guaidó. Rusia ha sido mucho más asertiva, denunciando a Washington por
intentar "diseñar un golpe de estado", en palabras de su representante
de las Naciones Unidas.
Ha advertido contra la intervención militar
estadounidense y ha enviado simbólicamente dos bombarderos estratégicos
con capacidad nuclear a Venezuela. Más concretamente, Moscú ha enviado a
400 mercenarios para reforzar la guardia pretoriana de Maduro y ha
prometido apoyo económico adicional.
Por lo tanto, hay una cierta
sensación de guerra fría en la crisis actual, con EE.UU. y sus rivales
alineados en lados opuestos de un conflicto sobre quién debe gobernar un
país latinoamericano clave.
Sin
duda, hay un elemento de engaño en la posición de Moscú. Solo puede
proyectar un poder militar muy limitado en Venezuela o en cualquier otra
parte de Latinoamérica. Sin embargo, al proporcionar a Maduro el apoyo
moral y material que de otro modo no tendría, tanto Rusia como China
están haciendo que la crisis actual sea más difícil de resolver.
¿Está
listo EE.UU. para este nuevo entorno en el que las crisis locales y las
tensiones globales vuelven a interactuar de manera desafiante? La
administración de Trump merece algo de crédito aquí. Ha hablado con
franqueza acerca de los peligros que la influencia china y rusa
presentan para Latinoamérica y EE.UU.
También ha trabajado en estrecha
colaboración con otros gobiernos latinoamericanos -incluido el nuevo y
problemático presidente de Brasil, Jair Bolsonaro- para coordinar la
campaña de presión diplomática contra Maduro.
También
hay tendencias menos útiles en la política de EE.UU. La hostilidad
anterior de Trump hacia Nafta dio a México y otros países
latinoamericanos incentivos para diversificar sus relaciones económicas,
siendo China un objetivo con disposición. El gobierno advirtió en tono
grave sobre las amenazas que representan las inversiones chinas, sin
dejar claro a dónde deben recurrir los países latinoamericanos en busca
de recursos.
Luego
están los comentarios ofensivos del presidente hacia las personas de
ascendencia hispana, que poco han atraído al público latinoamericano. En
una encuesta de 2015 del Pew Research Center, un promedio de 66 por
ciento de los latinoamericanos de siete países diferentes percibían a
EE.UU. de manera positiva. Bajo Trump, el número ha caído a 47 por
ciento.
Finalmente, desarrollar una estrategia integral para manejar la
influencia china y rusa requerirá políticas consistentes y cultivar
relaciones clave: talentos que esta administración rara vez ha
demostrado.
Washington
está despertando cada vez más cerca a la nueva lucha por la ventaja en
Latinoamérica. El resultado en Venezuela será un primer indicador que
reflejará si la política de EE.UU. está a la altura de la tarea.
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