domingo, 3 de mayo de 2020

Repensar la globalización / Primo González *

La necesidad de repensar la globalización, tal y como la hemos entendido a lo largo de estos últimos años, es una de las exigencias de esta crisis económica en la que acabamos de entrar y cuya dimensión, tanto en lo cuantitativo como en lo temporal, resulta altamente imprevisible e impredecible. 

Los lazos  entre economías, la ampliación de las redes empresariales a través de todo el mundo, la interconexión  de los productos y mercados así como  el establecimiento de especializaciones sectoriales o de ámbitos de actividad, han conformado una economía global que ha dado importantes argumentos de bonanzas a los exégetas del fenómeno.

Pero la crisis del coronavirus ha desenmascarado algunas de estas supuestas virtudes. En el caso español parece haber quedado suficientemente probado. España es un país con un grado  de desarrollo económico bastante alto. Nos movemos en torno a los puestos 10 a 15 del mundo, según las clasificaciones habituales. 

No es solo la capacidad tecnológica y productiva lo que nos coloca en una posición mundial más que aceptable.  Es también el volumen, la potencia, la envergadura de nuestra industria, los que han colocado a España en una posición bastante envidiable en el contexto internacional.

Por este motivo se entiende que las necesidades que ha sacado a relucir la pandemia en nuestro país (producción de mascarillas, respiradores y otros artilugios de la demanda sanitaria) hayan quedado muy alejadas de las capacidades de producción, hasta el  punto de recurrir de forma no solo masiva sino incluso exclusiva a otros fabricantes internacionales, cuya posición en el terreno industrial y  tecnológico puede considerarse bastante alejada de la que han acreditado nuestras empresas. 

Algunas de ellas convertidas ya en importantes multinacionales, presentes en docenas de países, entre ellos los más desarrollados.

Mirando fríamente la situación,  no se entiende bien como un país que cuenta con capacidades importantísimas en la industria textil o en sectores de cierta  calidad vanguardista como el del automóvil,  no haya sido  capaz de poner en marcha cuanto antes, en plazos mucho más ajustados  a las necesidades, de los que realmente han aplicado otros países convertidos de golpe y porrazo en importantes proveedores de material sanitario de carácter estratégico para nuestro país.

Hubo un tiempo en que España transitaba por las primeras etapas de la industrialización, cuando fue capaz de cubrir necesidades más o menos perentorias  aplicando las reglas básicas de la  autarquía. Aquella etapa fue sustituida por la  liberalización, en la que en España se podía importar de todo y se exportaba casi de todo. 

Pero a esta primera fase de apertura ha seguido la denominada globalización, en la que se han dejado de lado cuestiones de importancia estratégica como los que hemos visto desarrollarse en estas últimas semanas. Está claro que la globalización  económica mundial ha llegado para quedarse, pero una cosa es globalizar y otra muy distinta es dejar amplios espacios de dependencia, en los que algunos países se convierten en monopolizadores de la oferta (caso de China en la reciente crisis de suministros) y  otros en víctimas de una insuficiencia de suministros que no tiene razón de ser. 

Esa es una de las  tareas que el entusiasmo por las bondades de la globalización debería dejar de un lado y cuanto antes.

No se trata lógicamente de volver a la autarquía pero  sí de afrontar una estrategia de suministros imprescindibles para la sociedad que puedan ser fabricados en puntos  dispersos y diversificados que impidan la existencia de cuellos de botella como hemos visto en las últimas semanas, algunos de ellos, por cierto, aún  sin resolver.


(*) Periodista y economista español


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